¿Desde cuándo tengo dudas sobre lo que soy?

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Salí de clase. No me imaginaba que, por romper con Sofía, todas y cada una de las chicas del instituto se acercarían a mí, con intenciones no demasiado buenas. La primera de ellas fue Rebeca, amiga de Daniel. No la conocía casi nada, aunque la viese todos los viernes al salir de ensayar. Mientras hablaba con ella, apareció Ainhoa. No conocía a ninguna de las dos, pero ya sabía que, si me tuviera que quedar con una de las dos, sería, sin lugar a dudas, Ainhoa. No estaba de humor para ligoteos. Me libré de ellas como pude, y seguí andando.

Segundos, muy pocos segundos después, apareció Sandra, una de las contraltos. Siempre habíamos tenido una conexión especial, más allá de amistad, diría yo. Tonteábamos mucho, aunque ni si quiera me gustaba. No sé, simplemente, seguía su estúpido rollo de reírnos por cualquier gilipollez.

Me agobió. Se empezó a acercar demasiado. Nos paró en seco, agarrándome fuertemente el brazo. Me miró a los ojos, sonrió, e intentó besarme. Pero él apareció. Mi héroe, mi salvador en ese momento tan sumamente incómodo para mí: Dani. Sus palabras no eran precisamente "música para mis oídos", pero sonaban a chatarra en los de Sandra. Como veía que podían acabar mal, les interrumpí, y, gracias a Dani, pude largarme en paz. Sandra terminó llorando, y yo, con una sonrisa. Puede que fuera demasiado majo con él, pero era tan considerado, tan buen amigo, tan fiel, tan amable... Me fui contento a casa.

Días después, ocurrió un acontecimiento que solo pasaba en mi casa en escasísimas ocasiones: ¡Yo, solo en casa! Mis hermanos en la universidad, mi padre trabajando, y mi madre, con mis hermanos en un cumpleaños. Eso solo significaba una cosa: podía hacerme una paja, sin la presión de estar demasiado tiempo en el baño, o sin la incertidumbre que suponía que mi padre pudiera entrar en mi cuarto por la noche y me pillara. Era el momento perfecto.

Qué imbécil era: tenía mis rituales y todo. Me senté en el sofá, y me bajé los pantalones. Cogí el móvil y (costumbres mías), me puse los cascos. Entré en mi página porno favorita, y busqué el mejor vídeo que pudiera encontrar. Empecé a masturbarme, viendo cómo una jovencita gemía. De pronto, apareció un mensaje que tapó la cara de placer de la chica: un "¡Hola!" de Dani. Joder. Me había cortado el rollo. Pero quería responderle. Las conversaciones con él... ¿Eran mejor que masturbarme estando solo en casa? Pues... Sí.

Hablamos tanto tiempo que mi madre llegó a casa, suerte que ya me había subido los pantalones. A Dani le pondría mucho saber que tuvimos esa conversación estando yo casi desnudo.

Las semanas pasaban y lo único que hacía era... Hablar con Dani: en el coro, por WhatsApp... me parecía excesivo. Me daba igual que Sandra me acosara, Dani siempre lo acababa fastidiando.

Otro día cualquiera. Todos estaban cotilleando, y yo no sabía por qué. Al día siguiente, el rumor de que el profesor de religión había sido despedido fue aún mayor. Pero quería saber el porqué. Y pregunté. Solo supe que le habían echado por meterse con uno de cuarto que, al parecer, era gay. Sinceramente, no pensé en Dani.

El día del recital de villancicos, estaba muy nervioso. No podía parar de andar de allí para allá, no sabía por qué. Simplemente era porque mis amigos no solían verme cantar en el coro y, cuando lo hacían, se acababan burlando de mí. Dos minutos antes de salir, no era capaz de ponerme la beca, me temblaban mucho las manos.

— ¡Aaron! ¡Ponte la beca! —susurró Dani, con la carpeta ya en la mano.

— ¡No puedo! ¡Estoy muy nervioso! —exclamé, muy agobiado.

Dani tiró la carpeta al suelo y se acercó a mí. Me eché unos centímetros hacia atrás, asqueado.

—Solo quiero ayudarte—sonrió Dani, cogiendo mi beca.

Pero no solo me estaba poniendo la beca. Me estaba mirando a los ojos, con una sonrisa muy nostálgica, casi triste. Salí de mis nervios para devolverle una sonrisa tímida, mientras contemplaba sus ojos. Joder. Qué ojos más bonitos. Pero no, solo me estaba poniendo la beca. Se quedó ahí. No pasó nada más. Solo dos chicos, preparándose para salir a cantar.

Las Navidades fueron las típicas de todos los años: íbamos a Francia, a ver a la familia de mi madre, y pasábamos las fiestas, con mis cientos de miles de familiares, y toneladas de comida. Una noche, en concreto, la de Año Nuevo, lo pasé muy mal. En la televisión, un joven hablando de cómo supo que era gay. Y su método, me recordó a mi amistad con Daniel. No era uno de mis colegas. No hablábamos de chicas, de sexo, de deporte. Solo hablábamos de cualquier otra cosa. Pero cosas profundas, de las que no hablaba con nadie. Pensé en él toda la noche. Pero no... ¡Yo no quería ser gay! ¡No me gustaba otro hombre! ¡Me negaba a pensar así! ¡Qué asco! Daniel, mi novio. Novio. ¿Y entre dos tíos quién era la tía? O sea, ¿Quién se ocupaba de... la caballerosidad, el romanticismo, la galantería? ¡Éramos dos tíos! No, pero... Quitando todo eso, empujando todas las cosas que tenía en contra de los gays, imponiéndose a todo ello, estaba Daniel. Con su sonrisa inocente y nostálgica a la vez, con sus ojos brillantes, con su nariz pequeña y puntiaguda. Qué mono era...

Varias semanas de dudas me acecharon. ¿Lo era o no lo era? Cuando veía un vídeo... ¿Para heteros? Seguía teniendo erecciones, pero... Siempre acababa viendo a Dani en alguna parte. No podía dormir, no tenía hambre, me sentía angustiado... Pero sonreía cuando pensaba en él. Y lo peor era que... Conocía esa sensación. El amor.


¡Buenas noches, chicos! Lo primero, siento mucho no haber subido durante el último mes, tuve ciertos problemas. El caso es que todo lo tenía escrito, pero no veía el momento de revisarlo y subirlo. Esta noche empezaré a subir la tercera parte de la historia, así que todos muy atentos. ¡Compensaré mi descuido subiendo cuatro capítulos! ¡Disfrutadlos!

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⏰ Última actualización: Feb 25, 2016 ⏰

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Antes, durante y después del beso y la rosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora