Salvador. - RusPru.

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You've applied the pressure

To have me crystalised...

Gilbert se movía de un lado a otro en la habitación. Tenía la mirada perdida en sus zapatos y en la mullida alfombra que estaba a sus pies, evocando imágenes, conceptos abstractos que había querido olvidar, palabras, voces, susurros...

-Señor Gilbert... -la suave y temblorosa voz de Toris no le detuvo en su ir y venir; se puso de pie y dudó entre acompañarle en su caminata, levantando la mano para interrumpirle.- Sé que está nervioso... pero, por favor, no lo demuestre cuando el señor Ivan esté acá... no hay cosa que le guste más que ver a sus subordinados nerviosos y manipulables... solo... pregúntele a Raivis...

-No soy su subordinado. -murmuró, cortante, dedicándole una gélida mirada a su antiguo enemigo.- Soy... su cita. -suspiró, maldiciendo internamente.- El asombroso yo... encerrado con el señor de la casa en una cita que tengo que cumplir. Espero irme después de esto. -las suaves risas nerviosas de Toris no le dieron muy buena espina, y volvió a sentarse, contemplando el paso rápido del pruso.

Las risas tras la puerta, infantiles casi, le hicieron detenerse. Ivan estaba peinado, con su uniforme impecable (más arreglado que el que había usado esa vez en la que fue a la casa de West, a pedir una alianza) y se acercó al albino con un girasol en la mano. Tenía una sonrisa de oreja a oreja, y parecía que el aura oscura usual no le rodeaba. Gilbert no entendió el gesto, y, dubitativo, tomó la flor y la contempló un momento.

-Es bonita, ¿Verdad? -sin esperar un momento más, le tomó firmemente de la muñeca y salió de la habitación, arrastrándolo tras de sí, hacia otro cuarto unos pisos más abajo.

-¿Puedo saber donde estamos? -Gilbert no reconoció el lugar cuando le abrieron la puerta de un espacioso comedor, y Raivis, con una mejilla rojiza, le acomodó la silla para que pudiera sentarse, siempre con la mirada gacha. El prusiano no dudó en tomar asiento, nervioso, dejando el girasol al costado del plato y los cubiertos que estaban en la mesa.

-En nuestra casa, tontito. -Ivan sonrió dulcemente, sentándose en frente suyo. Eduard, el chico con lentes, le puso a cada uno servilletas en los muslos, antes de retirarse junto al pequeño Raivis por una puerta.- No necesitas saber nada más que eso, Gil~ Comeremos y después saldremos a caminar, da? Y que eso no signifique una pregunta para ti. Es una orden. -la suave risa de Ivan le provocó un escalofrío que le recorrió la espalda y le hizo fruncir el ceño, apretando el puño izquierdo.

-Ivan... ¿Por qué estoy acá? -los platos fueron servidos tras un incómodo silencio por Carlos y Yekaterina. Al primero le dedicó una mirada de "sácame de aquí", puesto que lo conocía, pero, ¿Por qué lo ignoraba? ¿Qué problema había? ¿Por qué le estaban sirviendo?

-¿Es que no te das cuenta? -el ruso tomó su cuchillo para cortar la carne del plato, y le apuntó un momento, esbozando una sonrisa estúpida.- Tú eres quien puede traerme un paraíso... Contigo acá, y con la pronta venida de Chung Lien a nuestra casa, seremos la mejor familia del mundo. -se rió, tomando un pedazo de carne con la punta del instrumento, llevándoselo a la boca.- Yo seré el padre fundador, tú la madre, y nuestros subordinados serán nuestros hijos. ¿No es esa una gran idea?

-Y... ¿Qué ocurriría si el asombroso yo se niega a tu plan?

-Los mato a todos. -el silencio momentáneo y la tensión en los subordinados, que estaban yendo de un lado a otro en el cuarto, tomando algunas cosas para llevárselas a las cocinas, hicieron que Ivan se largara a reír hasta que le salieron lágrimas. Se calmó unos segundos antes de hablar.- Sinceramente, los mataría a todos. O a ti, específicamente. Eres esencial en esta familia, Gilbert, los niños no se pueden criar sin una buena madre, ¿No crees? Ahora, come. Tenemos que ir a caminar.

-Braginski, sinceramente...

-Esposo. Llámame esposo, Gilbert, y acostúmbrate, porque pronto nos casaremos. -Ivan no le soltaba la muñeca mientras caminaban a lo largo del gran patio, lleno de esculturas, arbustos, árboles y piletas que no funcionaban por lo frío del lugar. Natalia, junto a su hermana, Carlos y Toris, hacían lo que podían en los invernaderos para ver crecer sus alimentos de la temporada.- ¿Qué querías decir, esposa mía?

-¿Podré ir alguna vez a visitar a West?

-Claro que no, ¿cómo se te ocurre? Él tiene la influencia del americano... el americano es una mala influencia.

-¿Qué ocurre si el maravilloso yo acepta tu propuesta?

-Tendremos un gran imperio que tendremos que expandir, y así derrotar al americano con todo nuestro poder, demostrándole que todo lo que dice es una farsa, y que nuestro modo de vivir es mejor que el suyo. Cuento con tu apoyo, esposo mío.

-¿Puedo poner condiciones a tu propuesta? -Gilbert le dedicó una corta mirada, acomodándose al paso del otro, que cada vez apuraba más. Su rostro se mantenía impasible.- Que no tengan que ver con los países influenciados por Alfred.

-Te escucho.

-Si me quedo, quiero que el trato de los subordi... de nuestros hijos sea mejor. -aquella palabra le amargó la garganta, y esquivó la mirada del otro.- Que no sean nuestros sirvientes... y que tampoco haya necesidad de golpearlos. Si me entero que eso ocurre, me iré, y la familia se desmoronará... y tú jamás serás capaz de encontrarme.

Ivan se detuvo en la mitad del camino, y entrelazó su mano con la del otro, sonriéndole suavemente. Se giró, acariciándole el rostro, y depositando un beso en su frente.

-De acuerdo. Me esforzaré, da?

-..--..--..-

West:

Perdóname. Hice un pacto con Ivan, ya no puedo volver. Si intento escapar y me encuentran, moriré, y si no me encuentran, muchos otros inocentes morirán. Él y yo somos los señores de el Gran Imperio Rojo. No puedo escapar, me paralizo lentamente. Estoy encerrado, intento arrodillarme para verlo lejos de mi, pero siempre se acerca...

¿Llegó a las noticias de allá el amago de incendio a este lado del mundo? Ni así pude escapar de acá. La muerte se me escapa. Hay días en los que solo contemplo el techo antes de que Ivan llegue y aguante las condiciones que le he impuesto para quedarme allá. Los chicos me adoran. Soy su salvador, pero no puedo salvarme a mi mismo.

Te extraño, hermano. No vengas por mi, pronto encontraré una manera para salir. Ten esperanzas para mi, y no culpes al Imperio Rojo por no estar junto a ti. Ivan es el único culpable, pero ya no puedo alejarme de él.

Se despide,

Gilbert Beilschmidt-Braginski, el Salvador.

[APH] ¡Reto MP3! {Multipairing}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora