Mémoire. - Franne.

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Francis se despidió de su reina y de Vash con un gesto de su cabeza, encargándoles el reino. Hacía eso una vez por mes, tomaba su caballo y se alejaba de la ciudad, del centro de Diamantes y volvía con un ramo de flores para Lily y el corazón más calmado para así enfocarse en la belleza de su reino, en la administración, los papeles, las reuniones, las visitas protocolares y todo aquello de lo que estaba encargado. Le sonrió al bello caballo blanco, lustroso y brillante y se dirigió a aquel bosque que mes a mes solía visitar.

Vash era el único que conocía la locación; como su Jack tenía que saber ese secreto, si no, ¿Dónde radicaría su función? Observó la casa que se escondía entre los brazos de los árboles, cubierta de polvo, de rejas oxidadas, cristales sucios. El hogar que contenía su corazón.

El suave sonido de la puerta rechinante le dio la bienvenida a esa casa suya, que había sido parte de su luna de miel, de la primera, con la reina Jeanne.

Le sonrió triste a la belleza del lugar, esos cuadros, esa cama donde la amó, el polvo acumulado, las despensas vacías y todo aquello, esa sencillez del mes que le hacía sentir en paz consigo mismo. No había sido rey toda la vida, y tanto lujo y excentricidad le hacía mal; lo mismo le pasaba a Lily, no la detenía si quería ir a pasear a caballo, ir unos días a Cuatro de Diamantes donde su vieja casa estaba, también sucia y oxidada como sus recuerdos y donde solo lograba encontrar la paz de la ajetreada vida que el Reloj les había otorgado.

Acarició un cuadro donde ambos estaban, felices y sonrientes, sin la sombra de la guerra que se mantenía en su rostro, año tras año, aunque la paz era parte de esos días.

Solía, siempre que iba a ese lugar, sentarse fuera por las noches, contemplar el cielo, las estrellas, recordando la mujer que había sido su luna e iluminado sus noches como un fantasma que no puede dejar pacífica una vida pasada, una casa embrujada, con las manos sucias de tanto mover cosas, de tanto causar estragos. Se había acostumbrado a vivir con ese vacío en el pecho, ese que ella no vio abrirse y desangrarse mientras la fuerza de su mano disminuía y el ruido del metal contra las piedras a su alrededor era el quiebre que llenaba sus oídos.

El ruido de una rama rompiéndose le hizo levantar el rostro, sin miedo, curioso, sin entender cual animal intentaría acercarse a alguien que está tras una fogata. Vio una suave luz, una del tono de calcitas, desparramándose contra las ramas, y de pronto apareció una pareja que bailaba, y luego otra, casi incorpórea recorriendo el aire, y otra más rozando la tierra, la luz de la luna, desapareciendo con la luz de las estrellas repartida en millares de brillos como si el agua de una fuente fuera reflejada contra la luz del día creando arcoiris para los pequeños niños que se acercaban, maravillados.

La volvió a ver, su rostro tranquilo, sereno junto al suyo casi imberbe, cubierto de una suave pelusa recibiendo un beso en la frente, sabiendo en ese momento que dejaría su vida en un futuro para estar junto a ella, y un dolor tan súbito embargó su pecho y cayó de costado, sintiendo como las manos fogosas del Jocker tachaban su pecho y hacían más grande aquel tatuaje que no crecía desde que los ojos de ella habían dejado de ver. Aguantó el dolor hasta desmayarse.

El día que siguió las brazas de la fogata era la única marca de su visita a la casa. Le dolía su cuerpo y su alma (a pesar de que eso era pan de cada día), y supo, cuando vio el sol resplandecer formando un arrebol contra las nubes que era hora de irse.

Besó la fotografía y le vio en la casa, desenvolviéndose en el baile como lo hacía esas mañanas donde ambos estaban juntos y se preparaban desayunos, con su corta cabellera tomada en un peinado extraño, dedicándole sonrisas...

-Lily. -al volver, se inclinó ante ella, depositando en su regazo un ramo de Iris Blanco que había encontrado, con una suave sonrisa algo fingida, de lo que ella no se percató.- Gracias por haberme esperado. Iré a ver si tengo trabajo que hacer.

-¿Todo bien, Rey Francis? -por el pasillo Vash le atrapó, caminando con él unos cuantos metros hasta llegar a su oficina.- Usualmente trae lirios en honor al nombre de la Reina, ¿Por qué hoy son distintos?

-Tienes mucho que leer, Vash, querido mío. -se detuvo frente a su oficina y se giró, dedicándole una sonrisa.- Hay un libro en mi despacho que me interesa bastante, es sobre las flores. Y los recuerdos. ¿Puedes decirle al florista que cambie las margaritas por pensamientos, por favor? La Reina Jeanne lo agradecerá... es decir, su tumba. Muchas gracias por tus servicios. -entró, cerrando la puerta tras de sí y cogió el tomo que desde la casa olvidada había traído y había leído por el camino, encontrando el nombre de ambos encerrado en un corazón. Apretó el libro contra su pecho, suspirante, frunciendo el ceño, ahogando el dolor del tatuaje que se extendía, maldiciendo internamente a los Jockers, porque según Arthur, el suyo tuvo que haber dejado de crecer tiempo atrás.

[APH] ¡Reto MP3! {Multipairing}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora