Cobarde

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Había sentido ganas de arrepentirse cuando vio la mirada de Juana, llena de dolor, suplicándole que no la deje.

Había sentido ganas de arrepentirse cuando el fiscal Mondino había aparecido para alejarla de él.

Había sentido ganas de arrepentirse cuando observó desde arriba cómo el carro que transportaba a Juana se alejaba, aumentando el dolor en su pecho, como si cada metro que ella se alejara de él fuera un golpe directo a su corazón.

Y definitivamente, había sentido ganas de arrepentirse cuando, en la noche, se acostó en su cama, extrañando el calor de su cuerpo, y sus brazos alrededor de él.

Pero había sido fuerte, diciéndose una y otra vez que era lo mejor, convenciendo a su mente de que no había nada por lo que arrepentirse.

Cada vez que su cuerpo comenzaba a extrañarla, y su corazón reclamaba dolorosamente el tenerla a su lado otra vez, aunque más no fuera para observarla, su mente les recordaba que la había salvado de incontables vergüenzas, burlas y miradas.

Claro, eso era; la había salvado de él mismo, y ese pensamiento le permitía estar en paz por unos diez minutos, como máximo, antes de volver a anhelar su compañía, sus labios, su rostro, sus gestos...

En su máximo momento de debilidad, Hache estuvo a punto de salir por la puerta, pero lo detuvo Manuela, quien apareció somnolienta buscando un vaso con agua, preguntándole qué hacía despierto.

A la mañana siguiente despertó sintiéndose orgulloso de no haber sucumbido ante la tentación, y al mismo tiempo, tan vacío que le era imposible tragar un bocado del desayuno que su madre le había preparado.

Era como si un hueco en su alma se manifestara en forma de un doloroso nudo en su estómago.

Apenas había sido capaz de fingir una sonrisa cuando Manuela le dio un beso de buenos días en la mejilla.

Su celular sonó, destrozándolo una vez más al reproducir Subtitúlalo.

Atendió rápidamente, escuchando a una muy emocionada Alejandra pidiéndole que lleve a todos los chicos al estudio.

Nuevamente, el dolor en su pecho aumentó cuando, al colgar, vio que su fondo de pantalla era una fotografía de Juana y él, en donde ella apoyaba sus labios sobre la mejilla de Hache, mientras él apretaba sus ojos con fuerza, sonriendo ampliamente.

Cambió la imagen a las apuradas, eligiendo la primera a su alcance, pero sin atreverse a eliminar aquella foto de los dos, mientras salía de la casa, en dirección a la Casita China.

Golpeó la puerta, y Karate le abrió sonriente. Buscaron a Tumba, y luego a Bit Box. A Chopin le habían enviado un mensaje pidiéndole que vaya.

Durante el viaje en autobús, sentado solo, Hache había recorrido su galería entera, encontrando fotos de Juana dispersas aquí y allá.

Se había obligado a eliminar casi todas, sintiendo un vacío en su pecho como si, en vez de haber eliminado una foto, hubiera arrancado parte de su alma.

Lamentablemente, y odiando su debilidad, no había sido capaz de eliminar ciertas tiernas fotografías.

Una foto en la que cantaban juntos, muy cerca del otro. Un momento en el que Juana había besado sus labios, congelado para siempre en la imagen. Ella, dormida boca abajo, cubierta apenas por suaves sábanas, dejando ver su espalda y piernas desnudas, con el cabello esparcido y el rostro en paz. La que había tenido de fondo. Y luego su favorita; era simplemente Juana sentada sobre una mesa con las piernas cruzadas, mirando hacia un lado con una sonrisa tierna y ojos llenos de amor. No sería la gran cosa de no ser porque Hache sabía que era él a quién Juana miraba con ese rostro tan enamorado.

Cortos | Cumbia Ninja FanficsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora