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—Buen día soy...

—Ashley Panales, claro –Interrumpió la pelirroja recepcionista-. Aquí está tu carnet de visitante. Toma asiento por favor, la jefa te mandará a buscar en un momento.

Ashley estudió cada rincón de la recepción mientras se sentaba, todo  parecía de lujo. Según escuchó, la carpeta de la empresa estaba llena de clientes poderosos. Se imaginó que por cada contrato, los bonos generaban una jugosa suma de dinero, sonrió satisfecha.

La mirada de ella y la pelirroja recepcionista se chocaron mientras Ashley continuaba con su recorrido visual. El gesto que vio en esa mujer no le gustó para nada, pero trató de disimular brindándole una sonrisa. Lo que ella no sabía era que la pelirroja era acelerada, envidiosa, no permitía que nadie le pasara por encima sin recibir su merecido, se convirtió en los ojos y oídos de la jefa. Todo lo que hacía era llevar y traer los chismes de pasillo. Sin embargo, no la movían de puesto. Su función era exclusivamente esa. El nivel de hipocresía lo llevaba al extremo, envidiaba a mujeres como Ashley que mantenían su peso, cuidaban su cuerpo y despertaban miradas.  Ella no se preocupaba en atenderse a sí misma, pasaba el tiempo detrás de un counter de madera 8 horas al día y el resto de ama de casa.

Ashley gozaba de un cuerpo realmente proporcionado, por sus destacadas curvas y su estrecha cintura.  Le daban un toque perfecto. Su trasero pomposo y atlético se notaba por encima de cualquier atuendo. Bastaba verle vestida con ropa ajustada, para darse cuenta que no sobraba una gota de grasa.

La pelirroja se quedó unos minutos analizando la postura erguida de Ashley mientras se mantenía sentada observando los detalles de recepción.

—Señorita Ashley, por favor pase por aquí.

La pelirroja le indicó que tomara el ascensor dorado en la esquina, le pasó la orden de la jefa de que la esperara en su oficina en el piso 15. Ashley pulsó el botón para esperar a que abriera la puerta, le pareció eterno el momento. Sentía los ojos de ella clavados en su espalda, respiró varias veces para no voltearse y encontrarla criticándola al teléfono.

Por fin abordó con firmeza el ascensor aprovechando para mirarse varias veces en el reflejo, acomodando cada mechón de cabello. 

 En el piso 12  la puerta se abrió, subió un señor de pelo canoso con un maletín negro, cuando la puerta estaba a punto de cerrarse,  Ashley observó un par de manos que se apresuraron a detener la puerta para subir. Se le notaba la respiración ahogada, daba la impresión de que había corrido bastante antes de llegar allí. Ella apenas se fijaba en quién estaba a su alrededor, el nivel de nervios por la expectativa de  conocer la jefa, la hacían temblar un poco.

El hombre se colocó al lado de ella para permitirle el paso al señor de canas. No era muy ancho el espacio, máximo cabían 5 personas.

—Buen día. —dijo amablemente el segundo hombre, dirigió el saludo a ambos pero en especial a ella, lo supo porque su voz, la sintió cerca en su oído izquierdo. Parecía estarle susurrando. El perfume que llevaba inundó de inmediato las paredes metálicas y las fosas nasales de Ashley. Ese olor despertó sus hormonas a un nivel más alto que cualquier estimulante. Era dominante, atrapante, sus propiedades químicas la diseñaron para que cada célula estimulara a través del olfato un suspiro de placer. Levantó la mirada para fijar sus ojos en el rostro del dueño de tan rico aroma. 

—Buen día. - Respondió tímidamente.

Los tres permanecieron en silencio. El señor del maletín iba absorto en sus pensamientos, Ashley hacía un movimiento involuntario se zapateo contra el piso, y el hombre alto que casi le faltaba el aire, ahora estaba más relajado que una foto de pared.

Se quedaron en el piso 15. Cuando la puerta se abrió, ella fue directo a la oficina de Jane Reynolds, la jefa y dueña de la compañía. Otra recepcionista la guió hasta un asiento de piel blanco en la antesala de la extraordinaria oficina. Se preguntaba si habría algo mejor que estar donde Jane, una gurú del área publicitaria. Tenía los mejores trabajos de la ciudad, todas las empresas famosas confiaban en su visión para vender sus productos de la mejor forma. Sus anuncios, diseños y campañas se destacaban por la extraordinaria originalidad, a todo le impregnaba un sello distinto.

Tímidamente ocupó el asiento asignado, hizo un cuidadoso escaneo por la oficina. Nunca, con todos los lujos que se daba en Venezuela, había estado en un lugar de trabajo tan acogedor: Las paredes, adornos, los retratos el escritorio, todo tenía un toque personalizado. Las paredes estaban confeccionadas en cristal impreso, se observaban los momentos más interesantes de la empresa: Cócteles, fiestas, aniversarios. Al parecer el ambiente laboral era una prioridad allí. El techo brillaba y las alfombras eran color blanco, no había visto un blanco más resplandeciente. De fondo se escuchaba una música ambiental, se imaginó que nadie discutía en esa oficina, a juzgar por el ambiente de relax.

Se percató de una habitación pequeña contigua a la oficina de Jane. Era un salón con colores contrastantes, al parecer era un área de descanso creativa.

Ese hombre alto, de unos 40 años,  pelo lacio y musculatura definida que encontró en el ascensor, se encontraba hablando con la recepcionista. Ashley trataba de descifrar si él trabajaba allí ó si era algún cliente. Se percató de que sus canas frontales no correspondían con su rostro joven.

La recepcionista señaló levemente hacia ella, el corazón le dio un salto, las manos le empezaron a sudar mucho más. ¿Por qué señaló directo hacia ella? Ese hombre le clavó sus ojos azules dirigiendo sus pasos en su misma dirección, es más no eran pasos, sino zancadas. De hecho parecía apurado por acercarse a ella.

“¡Oh Dios, viene hacia mí!”. —dijo entre dientes

LOS PEDIDOS DE MI JEFEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora