Capitulo 4

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Capítulo 4:

Las 5 am.

Me temblaban las manos y cada vez que cerraba los ojos volvía a ver la bañera.

Estaba sentada en una silla en el jardín de delante de mi casa, no soportaba estar dentro. Las luces de los coches de policía y la ambulancia alumbraba todo el patio con un imparable rojo-azul, rojo-azul, rojo- azul.

Aunque no hacía nada de frio, ni siquiera corría aire, llevaba puesta una manta encima de los hombros y entre las manos tenía una taza de té caliente que hacía que me ardieran los dedos y las palmas de las manos.

Nuestra casa estaba envuelta de una cinta amarilla de la policía para barrar la entrada de curiosos y fisgones. Aunque ya todo el barrio estaba entorno a la cuerda preguntándose qué había pasado e intentando convencer a la policía que eran amigos de la familia y que les dejaran cruzar la cuerda para darnos su apoyo.

Mentirosos.

Solo querían cotillear para después ser la que más sabe de toda la peluquería y dejar a las otras con la boca abierta.

No sabía dónde estaba mi familia, ni me importaba. Igual estaban dentro, lamentándose. O en el patio trasero intentando hacer que todo se desvaneciera y auto convenciéndose de que no era real. Pero si lo era, y mucho.

-¡Dejarme pasar! ¡Dejarme pasar!- gritaba alguien intentando cruzar la cuerda que recubría la casa. Los policías se ponían delante diciéndole que no podía cruzar la línea y no me dejaban ver quien era-. ¡Soy de la familia! ¡Dejarme pasar!

Me levanté de la silla para ver quién era.

-Joe- dije cuando le pude ver la cara.

Al ver que lo conocía la policía lo dejo pasar y él saltó la cuerda que nos separaba. Corrió hacia ponerse delante de mí. Estaba muy agitado.

-¡Ambber! ¿Jessica está bien? Tu madre me ha llamado diciendo que viniera corriendo. He dejado a Carlos con mis padres- Joe, el marido de Jessica, estaba muy agitado. Me agarraba con fuerza de los hombros. No quería ser yo quien le diera la noticia-. ¿Dónde está Jessica? Está bien ¿verdad?

Se me llenaron los ojos de lágrimas y se me calló la taza con té al suelo del jardín. Me cubrí la cara con las manos y empecé a llorar desconsoladamente. Joe me soltó los hombros y se quedó quieto donde estaba, muy quieto. No hicieron falta más palabras para que Joe comprendiera que Jessica, ya no estaba. Se puso a correr hacía dentro de la casa gritando su nombre. Llamandola.

Caí de rodillas en el suelo. La hierba del jardín estaba mojada y todas las piernas se me llenaron de barro. Y ahí me quedé, de rodillas en el suelo de mi patio con la luz de la ambulancia y los coches de policía que estaban delante de mi casa y los vecinos rodeando la cinta de los policías hablando como si lo que acababa de pasar fuera parte de una telenovela que salen por la televisión al mediodía, hasta que los primeros rayos del sol se filtraron entre las montañas.

Alguien me puso una mano en el hombro y me hizo estremecerme.

-¿Estas bien?- me preguntó Krista levantándome del suelo.

-¿Por qué ha tenido que pasar otra vez?- dije-. ¿No es suficiente con que nos quitaran a Eric? ¿También tenían que quitarnos a Jessica? ¿Qué les hemos hecho nosotros?

-¿Qué les hemos hecho a quien, Ambber? Esto no es culpa de nadie. Eric se suicidó. Y están hablando de que puede que Jessica también.

-¿Por qué se iba a suicidar Jessica? No hay pruebas. Ella era feliz.

-O eso creíamos nosotros- dijo Krista acariciándome la mejilla-. No hay ni puertas ni ventanas forzadas para entrar y nadie de esta casa podría hacerle daño. Creen que se suicidó.

Unas ganas horribles de vomitar me subieron a la garganta y sentí un agujero tan profundo en el pecho que parecía que me hubieran sacado todo lo que tenía dentro. ¿Suicidarse? ¿Jessica? Nunca ella nunca haría eso, y menos sabiendo lo mal que lo habíamos pasado con Eric cuando murió.

Me toqué el collar que me había dado Jessica que se había encontrado en la habitación de él. Y entonces fue cuando me di cuenta de algo: Primero Eric, el mayor, después Jessica, la mayor cuando Eric murió. La siguiente era Krista. Y Eric me había avisado esa mañana poniéndome aquella nota en la taquilla.

Levante de golpe la cabeza y miré a Krista a los ojos, esos ojos verdes oscuro que tanto envidaba, y la cogí por los hombros con fuerza. Ella me miraba con asombro y miedo, y sus labios se movieron emitiendo un sonido.

-Tienes que esconderte- le dije al oído-, o te encontrará.

-Ambber… ¿Qué?- dijo asustada y tartamudeando- ¿Quién me encontrará?

-Tienes que esconderte- dije entre sollozos-. No dejaré que se te lleve a ti también.

Krista me abrazó y me acarició el pelo.

Ese momento, ese abrazo con mi hermana, me recordó a cuando yo aún era muy pequeña y me caí de la bicicleta de mi hermano porque era muy grande. Ella estaba poniendo la cámara en un lugar alto para poner el temporizador y cuando pasaran diez segundos la foto se hiciera sola y ella pudiera salir conmigo en la foto. Pero cuando se estaba a punto de hacer la foto y ella y yo estábamos en nuestras posiciones para la foto, yo me caí de la bicicleta. Mi hermana me ayudó a levantarme y me abrazó con fuerza en sus brazos. Y mientras me abrazaba, la fotografía se hizo. Aún la tengo en mi cuarto.

Mi hermana se separó de mí y me dijo:

-Ambber, creo… creo que deberías entrar en casa. Son las 6 de la mañana y esta noche has dormido muy poco. Necesitas descansar.

Yo asentí con la cabeza y deje que mi hermana me empujara hacia dentro de casa.

Me metí en mi habitación, sin ni siquiera girar la cabeza para ver el cuarto de baño, y me metí en mi cama. Los parpados me pesaban como si tuvieran piedras y la barriga me rugía. No sabía si era por hambre o por ganas de vomitar, y prefería no saberlo.

Por algún motivo, aunque tenía muchísimo sueño no podía dormir. No podía cerrar los ojos y pensar que cuando despertara todo iba a estar bien, que todo iba a ser como antes. No podía. ¿Por qué? Porque no era cierto y nada volvería a ser como antes.

Así que me levanté de la cama y me dirigí a abrir la puerta. Pero oí voces al otro lado: la de Krista, la de mi madre y la de alguien que no lograba reconocer. Abrí un poco la puerta, pero no mucho para que no me vieran.

-¿Has hablado con ella?- preguntó mi madre.

-Si… me ha dicho algunas cosas raras- dijo Krista.

-¿Cosas raras?- Inquirió la voz de un hombre mayor con acento irlandés que parecía ser uno de los detectives que circulaban por la casa intentando saber algo más sobre lo que había pasado-. ¿Qué cosas raras te ha dicho?

Me di cuenta de que hablaban de mí.

-Me ha dicho- empezó mi hermana-, que me escondiera. Que me iba a encontrar y que no quería que se me llevase, que se me llevase a mí también.

-Señora Connors- dijo el detective a mi madre-, usted dice que antes su hija decía que oía voces ¿cierto? Y que fueron esas voces las que se llevaron a su otro hijo ¿estoy en lo cierto?

-Sí- respondió mi madre-, pero no veo que tiene que ver eso con encontrar quien ha sido capaz de hacerle una cosa así a mi hija. Y tampoco entiendo porque ha mandado a Krista a hablar con Ambber.

El corazón se me hundió en el pecho. ¿Krista solo había venido a hablar conmigo y a consolarme porque se lo había pedido un detective?

-Señora Connors- dijo el detective-, tenemos más que pruebas suficientes como para determinar quién ha sido el asesino de su hija Jessica Meannfil- utilizó el apellido que se le había auto adjudicado a Jessica después de casarse con su marido, Joe- y a su hijo Eric Connors hace once años.

En cuanto pronunció el siguiente nombre, mi mundo se vino abajo.

-Ambber Connors- finalizó el detective. 

Si ella me llamaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora