Príncipe y Princesa Vulturi.

2: Cullen sí, Vulturis no.

Editado.

A M A N D A

Forks, La Push.

Corría y corría sin rumbo alguno. Ver a mí madre morir y sin yo poder hacer nada para evitarlo fué... lo más doloroso que me pasó en la vida.

Jamás, enserio, jamás podría perdonarmelo.

Sin darme cuenta ya estaba en la frontera de Canadá, pasándolo estaré en EEUU.

¿Qué haré? ¡No! no quería, más bien me NEGABA a ir con los Vulturis.

Sí no se tomaban mí sangre, me convertirían en una sádica, fría y asesina. Yo no quería eso, planeaba mantener mí dieta. No, no iré con los Vulturis.

A ver, necesitaba pensar algo más inteligente y menos peligroso. El mundo vampírico era más enorme de lo que parecía. Debían existir más, muchos más clanes en ésta zona en específica.

Clanes cerca... clanes cerca... ¡Oh, espera!

¡Los Cullen!

¡Sí, ellos! Seguro me recibirán bien. No los conocía pero esperaba —más bien, rogaba— que me ayudaran. Ademas, mamá me había dicho alguna vez que ellos tenían dos hibridas.
Claro, me ayudará estar con los de mí especie.

¡Es una excelente idea, Amandita!

Me dí palmaditas internas, por la gran idea que se me había ocurrido. Cabe añadir, con mucha presión encima.

Voy a por ellos, voy a Forks.

Cullens, definitivamente sí. Vulturis... que os den por culo.

. . .

Sin pensarlo dos veces, salté ese acantilado que me haría cruzar al otro lado de la frontera, ósea... los maravillosos Estados Unidos.
Llegué a el otro lado, afortunadamente, pero mí alegría no duró mucho. Escuché aullidos y de pronto... lincatropos comenzaron a salir de los arboles.

No parecían de los normales. Ya había amanecido hace una hora y la fiebre ya debía de haber desparecido. Además tenían más forma de lobos que de humanos.

¿Qué carajos son?

No me dieron tiempo de nada. Uno de ellos me lanzó con sus patas hacía un arbol. Oh mierda, éste era su territorio.
Me levanté y un lobo negro se acercó a mí mostrando sus colmillos. Me pareció más bien advertencia de que planeaba matarme, sí hacía un sólo movimiento en falso.

No tenía muchas ganas de moverme, de todas formas.

—Porfavor, no me maten. No tengo intención de haceros daño, ni mucho menos invadir su territorio  —la muerte de mí clan llegó a mí mente, por ende inevitablemente las lagrimas empezaron a salir atormentadamente de mis ojos. Los miré y ellos me miraban extrañados inclinando la cabezota.  Sorprendentemente, los lobos se fueron cada uno detrás de un árbol y volvieron en forma de...

¿Qué? ¿Humanos? ¿Eran humanos?

Llevaban pantalones, aunque ninguno traía camiseta. Excepto una mujer que iba con ellos, de la misma piel tostada.

—¿Y bien? ¿Qué eres sanguijuela? —preguntó el que era el lobo negro.

—Sam, ella es cómo Nessie —un hombre, de pelo azabache, me miró confuso.