Capítulo uno:

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Acomodé mi falda tiro alto, mi top blanco pegado al cuerpo dejaba mucho a la imaginación. Mis labios los pinté de rojo pasión, y decidí que era hora de salir. Con el cabello bailando sobre mis hombros, bajé las escaleras con delicadeza. Para así, encontrarme al pie de ellas, a mis progenitores, claro, también la sala y sus dimensiones.

La escalera era de roble, y al pisar cada peldaño, crugía. A mi me encantaba ese melódioso sonido, por que me hacía pensar que me encontraba en los años 80's.

—Te ves hermosa—Elogió mi madre. Le sonreí con la dulzura que me caracterizaba a los ojos de ella. Me hubiese encantado decirle lo mismo a ella, que con ese vestido azabache se veía majestuosa, pero sus labios fueron más rápidos que los míos—. Cariño, ya se está acercando.

Su emoción era aterradora, también la de mi padre. Pero bueno, de cierta manera tal vez a mi era a la única a la que asustaba, por que solían hacer buenos negocios con sus socios apesar del rollo que armaban.

Cuando sentíamos pasos provenir, mi padre, quién se había encontrado callado, abrió la puerta lentamente. Sonreímos como solíamos hacerlo, para una fotografía de la familia feliz. Ironizó mi mente.

Y entonces, sus azulados ojos repercudieron en mi mente. Atorandose allí mismo. Sus finos labios, que abrían paso a unos blanquecinos dientes; me impactaron de repente. Alusinando por tocarlos con los míos. Su brillante cabello chocolate, que mantenía ciertos reflejos, me invito a tocarlo. Y aunque me costó, me resistí a hacerlo. Quedaría mal.

Era hermoso. Tan deseable...

Mi padre se abalanzó a abrazarlo, y al contrario de él parecer incómodo, le respondió igual de emocionado. Entonces supé que tal vez ellos guardaban una amistad.

Sus ojos traviesos se atrevieron a explorar lo que el hombro ancho de papá le llegó a permitir. Se posaron en paredes, en la decoración, en mi madre, y finalmente en mi, pero sólo eran pequeños vistazos. Sonrió abierta y cordialmente, y yo ya quería comenzar a protestar que aquel abrazo durará tanto cuando por fin se separaron. Con risitas risueñas.

—Hacía tanto tiempo que no te veía, Ethan.—Recordó mi padre golpeando su hombro amistosamente.

Ethan.

Saboreé el nombre como ningún otro, se oía atractivo, elegante y tan jovial a la vez.

—Si, Bernard. Te han salido más canas.—Bromeó. Me reí un poco y mi padre enfocó su atención en mi, con su ceja levantada.

De cierta manera tenía razón, por aquel cabello negro se acercaban pelitos blancos.

—Ajá, como tu digas, galán.—Mi padre se tocó el cabello un poco preocupado con lo de las canas, me pareció la oportunidad perfecta para llamar un poquito de su atención. Y no, no me refería a la atención de mi padre, sino a robarme un poco de protagonismo en la situación y así recibir la atención de aquel dios griego.

—Papá, no te preocupes, tu cabello aún es de un sólo color.—Alenté mientras dejaba un baboso beso en su mejilla. La risa dulce de mamá se escuchó de fondo. Y ahora si, los ojos de Ethan se posaron en mi con incertidumbre.

Su seño fruncido en confusión me dio tanta ternura, que por un momento me tenté de pellizcar sus mejillas entre mis manos.

—Oh, gracias, cariño. Ethan, ella es mi dulce tesoro, Alexa.

Su mano fué extendida en mi dirección, era grande y varonil, junto a una sonrisa amigable.

Claro, ¿qué pretendías, Alex?, ¿qué él te diera un efusivo abrazo de oso? Sólo en tus sueños de hoy, tontuela.

Amor Prohibido #WoodsAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora