Capítulo 3

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Un gemido ahogado se escuchó en la habitación, seguido de un susurro casi imperceptible que hizo que sus cuerpos se estremecieran a la vez.

Tumbados en la cama y revolviendo las sábanas, con sus pieles desnudas rozándose y su sudor entremezclándose. Sus mentes empezaban a quedarse en blanco, sus pensamientos se atascaban y sus palabras quedaban atoradas en sus gargantas. Cada vez deseaban dejarse llevar con más fuerza, hundirse en la piel del otro y ahogarse en su aroma para poder sentirle por completo.

Estaba mal.

Todo esto estaba mal.

Y eso precisamente es lo que les hacía querer seguir.

Sus manos acariciaban con impaciencia su tez desnuda, como si intentara memorizarla bajo su toque. Las respiraciones profundas se aceleraban, los suspiros se hacían más frecuentes, sus brazos se aferraban alrededor del cuerpo ajeno como si fuera un salvavidas, algo de lo que no querían despedirse. Un beso acalorado, una caricia más allá de sus piernas, sus músculos tensándose, su sentidos embriagándose.

¿Qué dirían aquellos que tanto le admiraban al ver lo que era en realidad?

-Me has echado de menos, por lo que veo.- Dijo el chico respirando con dificultad en su oreja.

El otro se estremeció ante su aterciopelada voz y lo que le provocaba y sonrió con sorna ante sus palabras. Es verdad, le había echado de menos, pero no era el único. Tres días era el lapso más largo de tiempo en el que habían estado separados, y después de eso poco faltaba para que el otro chico apareciera en su habitación en mitad de la noche para fundir sus cuerpos como lo estaban haciendo ahora.

No quiso contestarle, sabían entenderse sin palabras. Por eso el levantar sus caderas para aumentar la fricción entre sus cuerpos fue más efectivo que otra cosa. Porque el otro se estremeció, la temperatura de sus cuerpos subió, sus brazos se aferraron a él con más fuerza y decidieron dejar la charla para otro momento.

Porque el estar juntos y de esa forma era lo único que podía mantenerles en paz.

Solo con sus besos, con su compañía, con su olor, su voz, sus suspiros y sus suplicas. Viendo como sus cuerpos cedían al placer, como se llamaban el uno al otro con insistencia, como si se necesitaran para respirar, para sobrevivir en este mundo tan cruel. Era la única forma en la que sus almas podían sentirse tranquilas, en la que tenían la sensación de que sus pecados podrían ser perdonados, aunque no era así. Sus caricias les daban seguridad, su cuerpo les hacían sentirse tranquilos y amados. Y el acto carnal que realizaban no hacía más que aumentar la profunda admiración y anhelo que tenían el uno por el otro.

Besos, lamidas y mordiscos fueron repartidos por su cuello de forma acalorada e impaciente. Más que sentir dolor ante esto, le gustaba mucho más, que el otro dejara esas marcas sobre él haciendo entender de forma casi incomprensible que era suyo, que nadie podía tocarle, que le pertenecía aunque no lo quisiera. El caso es que sí quería, quería estar a su lado siempre, aún sabiendo las nefastas consecuencias que podría haber para ellos. Por eso correspondió a sus toques, rodeó sus caderas con sus piernas, se estrechó más a él y murmuró su nombre entre suspiros mientras que el otro se maravillaba con su cuerpo, dejó que sus manos se apretaran en torno a sus espalda, dejando arañazos por toda esa extensión blanquecina y suave. La fricción se hizo más fuerte y ambos perdieron la noción del tiempo, se perdieron en las agradables sensaciones que el otro le proporcionaba y la calidez de sus pechos al estar tan cerca del contrario.

¿Era esto lo que la gente llamaba amor?

Posiblemente, pero su amor no era como el de todos los demás.

Panic in Salem (Disc.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora