Capítulo 3: Recordando.

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Mzarik caminaba por el bosque. Lo suficiente cerca del rio como para escucharlo. Le servía para saber volver sin tener que dejar ninguna otra marca. Lo había pensado con antelación. Ya siempre lo hacía. Bueno, casi siempre. Había veces que se dejaba llevar por las cosas. Había veces que improvisaba. Pensaba que las cosas improvisadas siempre salían mejor. Y de hecho, así solía ser.

Había pasado algo de tiempo desde que Mzarik notase que ya no había alguna presencia cercana, pero él seguía caminando lentamente. Atento. Mirando a un lado y a otro. Precavido. De repente pensó que si de verdad alguien o algo le hubiera estado siguiendo, y en ese momento no, Nera podría estar en peligro. Se sentó a esperar. Aparecieron los primeros atisbos de luz.

Los pescadores seguían con las cañas tensadas. Aún no habían pescado ningún pez, y ya estaba amaneciendo. Se miraron y ambos sabían que significaba esa mirada. Lo iban a hacer. Lo volverían a hacer. Se volverían a arriesgar.

—¿Estás seguro? —Dijo uno de ellos sabiendo que era la única solución. Era algo más bajo que la estatura media. Rubio y fuerte. Con los brazos y la espalda bastante anchos. 

—Debemos hacerlo, y tú lo sabes —contestó el otro. Era más bajo aún, y algo más delgado. Tenía el pelo medio largo y castaño. Llevaba una perilla medio cuidada. —Si no, llegaremos sin nada en las manos.

—Está bien. Pero lo haremos rápido, no nos podemos arriesgar a que nos vean.

—No creo que haya nadie por aquí a estas horas. Pero más vale prevenir.

Recogieron las cañas. Guardaron todos los utensilios que habían utilizado. El más bajito se puso en frente del río. Cerró los ojos y puso las manos como si estuviera sosteniendo una bandeja. El otro, cerca de él, llevaba una cesta entre los brazos.

Mzarik seguía sentado. Pensando. Se dispuso a levantarse para volver donde había dejado a Nera, pero escuchó un ruido al otro lado. Ya de pie pudo ver cómo había una porción de agua en el aire. Perfectamente cortada. Las corrientes seguían sus caminos. Como si el río siguiese unido aunque no fuese así.

Mzarik corrió hacia allá. Disminuyendo la velocidad cuanto más se acercaba. Pisando con cuidado cuando ya estaba cerca. Se escondió tras unos árboles. Y lo pudo ver. Vio a dos pescadores, uno de ellos en la orilla del río. Con los brazos en alto, observando como el otro cogía los peces que estaban en el suelo. <<Artistas del agua. ¿Qué hago?>> Pensó Mzarik. Decidió ir hacia ellos. Esquivó unas ramas para no hacer ruido y lo tocó el hombro al que estaba en la orilla. El hombre se asustó y entonces el agua que se mantenía en el aire cayó. Mojando por completo al otro hombre. Que maldijo una y mil veces. Tanto por haber perdido los peces como por haberse mojado. Más bien por haberse mojado. Tuvieron suerte de que llenaron dos cestas antes y la dejaron en la orilla. Si no, todo el trabajo hubiese sido en vano.

—¡Nos ha visto, Visiedo! ¡Mátale! —Dijo el hombrecillo que estaba en el agua. Mientras el otro, que aún era más pequeño cerraba los ojos y levantaba una mano. Se levantó un poco de agua que cogió forma de flecha y fue directa hacia Mzarik. Que logró esquivarla.

Mzarik corrió hasta llegar de nuevo a los árboles para resguardarse. Tras él unas flechas de agua. Que chocaron en los árboles y se deshicieron en gotas. Mzarik pensaba que las flechas siendo de agua quizá no le hicieran daño, pero había artistas del agua con poder suficiente para conseguir que fuesen tan duras como el acero. Mzarik no se quería arriesgar a resultar herido. Y menos aún a morir. No antes de haber conseguido lo que tanto desea.

—¡Chicos! Tan sólo quiero haceros unas preguntas. Necesito saber ciertas cosas. —Quería saber si estaba permitido el uso de las artes en esos lugares. Aunque ya sabía la respuesta.

La Ruta de los Caídos (Pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora