Capítulo 1: El cantar de los pájaros.

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Hacía frío y viento, las nubes eran densas y a ratos chispeaba. Era un marco nefasto para encontrarse en la calle. Y más aún fuera de alguna ciudad.

Pero aun así, tres hombres se encontraban en el bosque, lejos de la ciudad y lejos de la frondosa senda que ceñía el camino hacia Ostham. Bebían a la luz de la hoguera, y parecía que bromeasen. Mientras una mujer se encontraba atada a un árbol. No. No estaba solamente atada. También estaba amordaza y entumecida. Forcejeaba contra las cuerdas sin parar, y a la vista de ellos, los hombres reían.

El viento se volvió intenso y, las hojas y las ramas de los árboles empezaron a revolotear. Llovió tan fuerte como cualquiera de los presentes nunca hubiese visto llover. La hoguera se apagó por completo.

Una quinta figura apareció entre los árboles y se dirigió hacia los hombres con cuidado para no resbalar con las hojas mojadas que se encontraba en el suelo. Llevaba una capa, y la capucha puesta. Era negra y se le ceñía al cuerpo por culpa de la lluvia. La capucha impedía que se le viesen los ojos, pero no los demás rasgos de su rostro. Tenía una cara afilada, con una nariz recta y labios carnosos. Era algo más alto que la estatura media. No era robusto, pero estaba fuerte, sus músculos estaban bien definidos.

Al llegar a los hombres se detuvo. No tuvo ni la menor intención de mirar a la mujer. Por mucho ruido que ésta hiciese el hombre no se molestó en hacer el más leve movimiento de cabeza. Miró hacia los hombres, que estaban sentados y abrió la boca para luego cerrarla sin decir nada.

—Te podemos ayudar en algo —dijo uno de los hombres, era moreno y tenía el pelo largo, en su mano, una botella de whisky media vacía.

—No te molestes Sam. ¡No ves que es mudo! —respondió otro riéndose y echándose hacia atrás hasta caer y darse un pequeño golpe en la cabeza que lo dejó un poco aturdido. Era moreno, pero tenía una poblada barba.

Sus dos compañeros rieron, pero el joven ni siquiera sonrió. Y se dispuso a hablar:

—Sí que me podéis ayudar —contestó el hombre de la capa—. Me he perdido en el camino. Voy hacia Ostham.

—Pues sí que eres tonto joven  —respondió el hombre de la barba con los ojos cerrados dolorido por el golpe, pero volvió a reír antes de seguir hablando—. Tan solo tenías que seguir recta la senda.

El hombre de la capa se puso en cuclillas, en frente del hombre de la barba. Dejando a la vista la empuñadura de su espada. Se quitó la capucha y se pudieron ver sus ojos. Eran de color azul, tan oscuros que parecían negros.

—Parece que no te han enseñado a respetar a aquellas personas que no conoces. Que no debes insultar sin saber que puedes recibir a cambio. —La mirada era tan dura que el hombre de la barba se echó hacia atrás temblando.

Entonces el hombre que aún no había hablado se levantó, desenvainó su espada y la puso contra el cuello del joven. Era alto, poco menos que el joven.

—Y tu deberías mostrar más respeto por las personas mayores que tú  —dijo el hombre rubio sin apartar la espada.

El joven mostró una sonrisa y sus ojos perdieron contraste, y gano brilló. Ya no eran tan oscuros.

 —Tranquilo viejecito, tan solo quería saber el camino hacia Ostham  —se limitó a decir levantando una comisura de los labios.

El viento paraba por momentos, y la mujer ya no forcejeaba con las cuerdas. Ya no luchaba para escapar. Se mantenía en silencio. Seguramente, para escuchar la discusión de los hombres.

—Muy bien. Pues, ¿ves aquellos árboles? —Preguntó el rubio, mientras el joven asentía— Pues ve hacia allá y cuando encuentres la senda gira hacia la izquierda y síguela. Llegarás a Ostham después de caminar un par de horas, quizás dos horas y media.

La Ruta de los Caídos (Pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora