CAPÍTULO 26.

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—No ha venido. —me encogí bajando la mirada a mi tazón. —A lo mejor le he disgustado. ¿Tal vez estaría avergonzado de mi madre cuando entró?

Cuando Helen no contestó, arriesgue una rápida mirada.

La mujer me miraba con comprensión, afectuosamente.

— NamJoon no se parece a los demás hombres —dijo cuando la miré preocupada. —Hasta donde es diferente, es algo que tienes que descubrir. Pero le he conocido toda la vida, y sé que no le gusta jugar. No intentó ponerte una trampa, ___________, o hacerte daño. Tienes que tener plena confianza en esto.

—Estoy asustada —admití, volviendo los ojos hacia el helado que se derretía. —No sé como manejar lo que siento y lo que quiero.

—¿A quién no le pasa? —la sonrisa de Helen era de auto burla —es lo que conlleva conocer al hombre que puede darnos lo que necesitamos, el que lo sabe, porque es lo que él necesita. Lo sé, _________, porque es lo que tu padre y yo tenemos. Una relación que satisface nuestras necesidades.

—Mi madre nunca le amó. —yo lo sabía, lo sabía desde hacía mucho tiempo.

—Tu madre se tiene que querer primero a ella misma. —dijo Helen encogiéndose de hombros. —Ahora termínate el helado. Estoy segura de que NamJoon vendrá antes de la fiesta de mañana y entonces te demostrará cuanto te ha echado de menos. Sé que no quiso marcharse y odió hacerlo antes de poder hablar contigo, pero en este caso, me aseguró que era necesario.

¿Podría haber sido tan importante que tuvo que irse antes de verme?

Esperé y esperé. Hasta el final del día siguiente, mientras me arreglaba para la fiesta, y en mitad del alborotador y bullicioso evento, yo esperé, y mantuve la esperanza de que viniera aquella noche. Me rindió a las nueve. Dejé a un lado mi copa de champaña, guarde mis esperanzas y me dirigí regiamente a través del ruidoso salón de baile, hacia los estrechos escalones que conducían a mi habitación en la torre. Empacaría y me marcharía por la mañana. No estaba segura de a dónde iría, pero de lo que sí estaba segura era de que no podía arriesgarse a quedarme allí, o pedir que me perdonara por algo que no sabía si podría cambiar.

La dominación sexual durante el acto me había emocionado. El absoluto, abundante y caliente placer en la voz de NamJoon, únicamente me había estimulado más. No sabía si sería algo que querría repetir, pero aquella experiencia la recordaría siempre.

Mantuve la cabeza baja al entrar en la habitación, yendo directamente hacía la maleta guardada en el vestidor de mi cuarto. La puse sobre el porta equipajes, la abrí y entré de nuevo en el vestidor para recoger las pocas cosas que había llevado conmigo.

Mientras doblaba la ropa, las lágrimas comenzaron a caer. Eran calientes, quemándome en el dolor, y sacudieron mi cuerpo cuando intenté consolarme diciéndose que al menos lo había intentado. Durante un tiempo en mi vida, un tiempo muy breve, había sido libre.
Me limpié las lágrimas, con el aliento entrecortado al girarme hacia el precioso aparador y recoger las prendas de allí, después me dirigí a la cama y recogí mi traje. El último artículo que NamJoon me había dado. Entonces vi el joyero, una cajita negra y aterciopelada.

Me detuvo, sujetando el traje de seda contra mi pecho.

Era un anillo. El diamante brillaba con reflejos azules y naranjas, resaltando el grueso oro del sencillo aro. Todo mi cuerpo tembló. Levanté la cabeza, dirigiendo la mirada a las sombras de la puerta abierta del cuarto de baño.

—Avergüénzate, ____________ —me regañó NamJoon suavemente, adentrándose lentamente en la habitación. —Por pensar que no volvería. Tendré que castigarte por eso.

Su pecho estaba desnudo; sus pantalones descansaban bajo sus caderas y se ajustaban perfectamente sobre el bulto bajo.

Tᴇɴᴛᴀᴄɪᴏ́ɴ «𝐍𝐚𝐦𝐣𝐨𝐨𝐧» | 𝐀𝐝𝐚𝐩𝐭𝐚𝐜𝐢𝐨́𝐧 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora