Semana 7-día 5

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-¿Papá aún no llega?- dijo mi hermana.
-Hoy no vendrá. Llamó a casa diciendo que tardaría una semana en volver- dijo el mayor.
-Últimamente no viene a menudo a casa...- dije.
-Déjenlo en paz... de seguro es por el traba...
-¡Deja de defenderlo, Karin! Sabes muy bien que debe estar con otra emborrachándose- Dijo el mayor interrumpiendo a mi hermana, no la menor, sino la segunda en nacer.
-¿Que lo defiendo? ¡Óyete... es como si le tuvieras rencor!- Se defendió.
-¿Rencor? Sí. Yo siempre...
-Basta ya de pelear, los dos- dije interrumpiendo la acalorada discución- O prefieren que mamá suba y los regañe otra vez. Saben muy bien que no está muy bien de salud y que...
-Mejor cállate tú también- dijo mi hermano.
La discución acabó en cuanto dejó el dormitorio y salió de casa, al parecer, sin un rumbo en mente.
-Dejemos que se le pase. Está cansado- dije.
-A veces me da miedo...- dijo mi hermana menor con lágrimas entre los ojos.
-No sé qué haré con él. Papá es muy bueno con nosotros, por qué le guarda rencor- dijo Karin.
Me acerqué a la única ventana del dormitorio y miré fijamente las nacientes gotas del oscuro cielo nublado.
-Voy a salir. Será mejor que lo traiga de regreso- dije.
-No...- dijo la mayor- Como dijiste antes, mejor dejemos que se le pase.
-Está ebrio...- mi comentario pareció sacarlas de su mundo.
-A qué te refieres. Él está sobrio.
-No, no lo está.
-No digas tonterías. Está sobrio, no ha salido de casa en todo el día, y nadie metió cervezas como para emborracharlo.
Me apoyé sobre la pared, incliné ligeramente mi cabeza hacia la ventana y bajé la mirada a las calles mojadas, con un brillo de terror sobre ellas. Tenía la mirada perdida. Y luego de unos segundos de silencio continué.
-Salió sobrio... pero planea embriagarse. Se llevó las latas de cerveza que estaban en la nevera. Lo sé porque... recién acaba de salir con una bolsa llena de ellas y una bajo el braso.
No esperé a que alguna de ellas me dijera algo, salí rápido y cerré la puerta inmediatamemte a la primera acción que cometió mi persona.
Mamá estaba en cama. Nadie me detendría.
Las personas que no son mi familia creen que soy un muchacho frágil y débil física y mentalmente. Que por ser tímido y pequeño no puedo hacer las cosas por mí mismo. Pero mi familia me conoce bien. Saben que soy tierno, amable, respetuoso y eso... pero que soy muy terco. Saben que cuando elijo algo nadie me puede hacer cambiar de opinión. Lo que soy ante los demás es solo una máscara, yo soy quien realmente soy.
Mi hermano ha salido sin un rumbo aparente y tiene pensado embriagarse. Debo detenerlo antes de que cometa alguna estupidez. La última vez que lo dejamos solo se puso muy depresivo e intentó suicidarse, y de no haber estado yo cerca probablemente lo habría conseguido.
Lo seguí lo más cerca que pude e intentando que no se percatara de mi presencia. Pero de alguna manera lo hizo, no fui lo suficientemente precavido, las gotas... el suelo mojado, todo me delataba. Él aún estaba sobrio, era de esperarse que se daría cuenta de mi presencia.
Mi hermano echó a correr.
-¡Espera!
Y aunque grité a todo pulmón no se detuvo.
Pero sabía a dónde iría. Todo lo que tenía que hacer era esperar a que no decidiera cambiar de rumbo.
La luna brillaba con fuerza, aunque pequeña, aquella noche helada de invierno.
Una mirada perdida... un sudor frío que se confundía con las gotas delicadas del oscuro cielo. Un corazón martillándome, el presentimiento de no estar solo y un suplicio punzante en la cabeza. Todo indicaba que mi única mejor opción era regresar a casa.
-No te irás sin antes darme un abrazo de bienvenida, ¿verdad?- una sonrisa diabólica se debujó en su rostro.
Volteé con terror.
-No... claro que no- sonreí.
Fue un error, me equivoqué de persona... Quien estaba parado detrás de mí era mi mejor amigo. Mi angustia, nervios y miedo se transformaron repentinamente en felicidad y alivio... sí, alivio. Dejé escapar un ligero suspiro y me acerqué a él.

Las Tres RomasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora