Semana 7-día 6

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-Kelly... -me miró cuando mencioné su nombre- ¿Recuerdas este lugar?
Esa sonrisa lo decía todo. Fue aquí, en una noche helada de invierno, con poca gente y un par de estrellas en el firmamento. Juntos vimos el arrebol y juntos desaparecimos en la nada...
Fue aquí en donde le declaré mi amor...
Fue aquí en donde nuestro primer beso cobró vida y danzaba al son de la dopamina.
Lo que creí una limerencia en realidad era amor.
Sabía que le gustaría estar en este lugar conmigo. Cumplíamos un año como enamorados. Un año estando juntos. Nuestro primer aniversario...
Estuvimos juntos desde el alba hasta el anochecer. Caminamos juntos, riéndo, bromeando, jugando... hablando. Hasta que el sol murió frente a nosotros. El pacífico parque poblado de árboles sin fin pareció entonces llorar con nosotros aquel final tan detestado.
Eran las 6:49 pm. Ya no es una niña, pero había que seguir las reglas de su padre.
Su padre... un hombre de tamaño promedio, poco atractivo y arrugado. Viejo hasta por los sentimientos. Frío como el hielo. Totalmente diferente a su hija. No mostraba afecto hacia su hija, de hecho nunca lo había hecho. Estaba muy absorto en su propio mundo de trabajo, economía, finanzas y esas cosas. A veces me preguntaba cómo había conocido el amor, si es que lo había hecho. Parecía más una serendipia, una casual jugarreta del destino que le permitió conocer a una chica a la cual embarazar mientras buscaba otra cosa.
Llevé a Kelly a casa. Tomamos el camino más largo, aún estábamos a tiempo. Tenía pensado llevarla 30 minutos antes de lo previsto, su padre no podría quejarse. Pero me equivoqué.
La luna brillaba con fuerza, con la misma fuerza que aquella noche especial.
Tocamos el timbre. Un último beso. Sus labios besando los míos, pareciera que ella tomara el control de la escena y guíara a mi lengua. El acto tan apasionado es detenido por el empujón que me dio un sujeto con imperante odio; una mirada fría que helaba mis huesos, labios torcidos, canoso y arrugado... era su padre.
-Venir a besarse delante de mi casa... ¡Qué se han creído!
-Papá, yo lo besé, no es su culpa... él solo me...
-¡Cállate y entra!- interrumpió su padre alzando la voz.
Intenté ponerme de pie. Kelly es una niña apenas, muy sensible. Aunque tiene 18 llora como una niña de cinco. Los gritos sin sentido de su padre la asustan, aprendió a no gemir mientras lloraba, lo hacía en silencio por miedo a los golpes de su padre... y yo poco podía hacer, eso era muy frustrante para mí.
-Señor, no se precipite. Ya me iba.
-Engendro de Lucifer. No quiero verte más por aquí.
Luego de tales palabras cerró la puerta tras de sí.
-¡Ya, papá!- gritó ella desde dentro de la casa, un grito de dolor. Era obvio que su padre la estaba golpeando.
En seguida, las luces de la casa se apagaron. Podía oír los gemidos desconsolados de Kelly. Me aguanté las ganas de entrar y llevármela lejos, nada podía hacer... nada excepto consolarla...
-No sabes cuánto lo siento, Kelly...- susurré casi inaudible. La culpa me mataba por dentro. Quería que se detuviera este dolor...
Fue el peor aniversario que me tocó tener.
Y sin más que hacer, la noche había acabado, incluso la luna me abandonó.
-Como odio a ese sujeto.

Las Tres RomasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora