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Cuando conocí a Frank, sentí cómo una flama se encendió dentro de mí.

Una flama colorida y efervescente. Pero inestable.

Éramos jóvenes y apenas estábamos despertando a la vida.

Recuerdo que él tenía el cabello ligeramente largo, negro, salvaje.

Sus pestañas siempre estaban curvadas por dormir con la cara enterrada en la almohada durante mucho tiempo, y todos los días usaba la misma chaqueta de mezclilla descolorida y llena de agujeros.

En aquel entonces sólo tenía un tatuaje pequeño y delgado en la muñeca; se lo había hecho él mismo con agujas y tinta china cuando tenía quince años.

Este se trataba de unas letras desastrosas que dictaban "Blue and Yellow."

El primer día de clases en el instituto, cuando Frank se sentó junto a mí en matemáticas, no pude evitar preguntarle acerca de su confuso tatuaje, que asomaba por debajo de un brazalete de cuero desgastado.

"¿Por qué no simplemente 'Verde'?"

"No... Porque yo nunca..."

Pero antes de que él pudiera terminar la frase, nuestra maestra nos calló.

Frank y su madre se habían mudado a la casa que se encontraba frente a la mía, del otro lado de la acera; aquella era la casa más vieja, pequeña y dañada del barrio; había estado deshabitada durante mucho tiempo porque nadie quería comprarla, pero Frank solía describirla como "sombría y perfecta". Era la única que su madre había podido pagar.

"Mamá y yo necesitábamos un cambio de aires" decía él.

Nos volvimos cercanos en muy poco tiempo.

Estábamos juntos todo el día, desde el camino hacia la escuela por la mañana, hasta la hora de dormir.

Yo tenía dieciséis y él dieciocho.

A pesar de su edad, Frank estaba cursando el primer año del instituto porque había tenido algunos problemas con drogas y pandillas en la secundaria, y había pasado un tiempo en el reformatorio juvenil.

Yo era el único en el pueblo que lo sabía con certeza, porque él mismo me lo había contado, pero aun así la gente no tardó en hablar, y por eso a mis padres nunca les gustó que fuésemos amigos,

Pero él ya no era el busca problemas que probablemente había sido antes. Había madurado.

La amistad que Frank y yo teníamos al principio, era como cualquier otra.

Nos saltábamos clases juntos, fumábamos, compartíamos el almuerzo, escuchábamos música todas las tardes, hacíamos proyectos escolares, veíamos películas de terror y ordenábamos pizza, y dormíamos juntos casi todos los fines de semana, medio torcidos en la misma cama.

Él era el típico chico de aspecto intimidante (a pesar de su estatura) al que parecía ser mejor no acercarte, pero que al conocerlo, era la persona más amable y relajada del universo.

Yo era el típico idiota medio deprimido que a los dieciséis seguía sin saber del todo qué quería hacer con su vida.

Apenas y tuvieron que pasar un par de meses para que nuestra amistad evolucionara.

Para que de nuestras sonrisas florecieran nuevas emociones.

No sé en qué momento sucedió exactamente... pero terminamos convirtiéndonos en uno solo.

Más o menos.

Llegamos a sentirnos tan cómodos el uno con el otro, que poco a poco nos deshicimos de aquella dureza y aquella masculinidad que habíamos estado forzados a conservar toda la vida, y comenzamos a ser más afectuosos, e incluso a hablar de cosas idiotas, como nuestros sentimientos, nuestros miedos, nuestros sueños y nuestras tristezas.

Azul y AmarilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora