Esta es posiblemente una historia de amor. Como todas las historias tiene un personaje principal, dos. Ella es Verónica y él Mateo. Se conocieron hace diez años en un parque del centro de la ciudad más grande del mundo, rodeados de policías y ladrones, vendedores de chicharrón con salsa y limón, esquites y elotes calientes, dulces de algodón y juguetes miniatura de plástico.
Era domingo, uno de los primeros días de primavera y hacía mucho calor. A ella le sudaba la nariz mientras lamía gustosa su helado de limón. Sentada en una banca blanca de metal veía las palomas comiendo amontonadas el pan que los niños les aventaban y a algunas parejas pasar abrazaditas o tomadas de la mano mientras que otras aplastaban la hierba con besos dulces y salados.
Verónica normalmente disfrutaba viendo lo que pasaba en el parque esas tardecitas en que su jefe en la oficina de abogados, la animaba a salir unos minutos a refrescarse. Pensaba que seguramente así el jefe se daba la oportunidad de revolcarse un poquito con Janet, la recepcionista de pelo rizado y engomado que lucía sus largas piernas una o dos veces a la semana en su faldas cortitas y apretadas.
Verónica bien notaba que cuando Janet entraba con su jefe al edificio después de asistir algún asunto de negocios en el restaurante español que a él tanto le gustaba y que quedaba tan cerca de la oficina, Janet no podía ocultar sus enormes dientes blanqueados con su nerviosa sonrisa enmarcada en su labial rojo escandaloso. A Verónica le exasperaba un poco la actitud de la recepcionista. La consideraba tonta. ¿Cómo se había fijado en su jefe estando tan feo, viejo y panzón? Además, al jefe cómo se le había ocurrido arriesgar su matrimonio con una aventurilla vulgar, teniendo una esposa tan guapa y elegante. Quizá la esposa también tendría un amante, pensó. Quizá su entrenador en el gym, algún amigo de su esposo que estuviera tan bien conservado como ella o hasta algún amigo de su hijo mayor. Qué teatro, pensaba la joven. Tanto que te pido tu mano, que te amo, que nos casamos, que eres el amor de mi vida, que qué felices, que un hijo, que otro, que qué bonita familia y nada. Ambos de cuernudos buscando aventuras en otras camas. Por eso ella prefería la idea de no casarse, para no errarle. Sin embargo, ese fin de semana las cosas parecían comenzar a cambiar en su cabeza. Quizá, sí querría una pareja.
A sus 28 años ya había tenido tres novios, para ella ninguno en serio. Joaquín fue el primero. Lo conoció en la secundaria y era tres años mayor que ella. A los 15, tres años era mucho, decía él. Por eso le podía enseñar muchas cosas, según pensaba. La llevó a los restaurantes más elegantes de la ciudad y a los antros de moda, gracias a la cartera que su papá le llenaba todavía cada domingo, como cuando era más niño. También la invitó a la casa de sus papás en Cuernavaca varias veces, donde tenían acceso a la alberca y a las canchas de tenis. Conoció a los tíos, primos y a la abuelita que tanto platicaba con ella cuando la tomaba desprevenida. Los fines de semana veían películas juntos en su casa, casi todas de suspenso o de acción y normalmente terminaban en pleno faje frustrado, los dos con el torso descubierto, pero ella todavía con sostén. Había que llegar virgen al matrimonio y ni lo mandara dios quedar embarazada a esa edad.
Joaquín terminó con Vero, como le decía, cuando conoció a Tatiana. Una rubia de ojos verdes con braquetes y pelo alisado que vivía cerca de su casa. Verónica no supo cómo reaccionar cuando Joaquín le dijo muy serio que seguramente ella merecía algo mejor, que él no era el hombre que ella necesitaba. A ella le temblaba la boca mientras él acariciaba su mano lentamente en un mar de silencio. Finalmente ella se paró precipitadamente del sillón y le dijo que no importaba, que serían amigos. Fingió una sonrisa y él se fue con el alma limpia, sin pena ni culpa. Verónica no lloró. Se quedó impávida, sumida en su sillón verde oscuro por unos minutos. Luego se levantó y se puso a hornear unas galletas, quizá así tendría tiempo de pensar en lo que sentía. Pero no sintió nada. Pasaron los días y nunca llegó ése en que lloraría a mares por su primer novio. El segundo, fue una experiencia bastante distinta.
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El amor de Verónica © (Pausada)
RomanceSu tercer amor fue Xavier. Era alto, muy blanco y de ojos castaños y profundos. Su blanca piel era como de plástico grueso. Verónica la recordaba adornada de pequeñas gotas de sudor que rodaban rápidamente hasta esconderse bajo su camisa blanca y bi...