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Verónica despertó en el hospital. Cualquier otro chico la hubiera arrastrado al baño con ayuda de los guardias, le hubiera dado un suero de Peñafiel con sal y limón para despertarla y le hubiera lavado la cara con agua fría del lavabo. Pero Xavier sacó inmediatamente de su bolsillo el celular y llamó a una ambulancia. Los guardias del salón cercaron a la pareja intercambiando mensajes con sus walkie talkies, los chismosos hicieron el círculo más ancho con cara de sorpresa unos y de desaprobación, criticando la ingesta de alcohol, otros, todos con los ojos bien abiertos. 

Cuando Verónica abrió los ojos no vio ni su bata azul, ni los tubos de plástico que la surtían de suero por vía intravenosa, tardó unos segundos en darse cuenta de lo que había pasado porque creyó estar soñando con el guapo Xavier quien sentado en una silla de madera junto a ella, no le quitaba su interesada mirada de encima. Cuando reaccionó y recordó lo que había pasado, casi se desmaya otra vez de la pena pero antes la atacó una fuerte y dolorosa sensación en el estómago. Se puso verde y alcanzó a gritar "una cubeta!". Xavier llamó a la enfermera para que ayudara a la chica. Verónica sintió una, dos, tres arcadas, vio con ojos de horror a Xavier, una cuarta arcada la jaló hacia atrás y antes de mover la cabeza hacia el lado opuesto de su querido, salió el vómito como proyectil verde limón, manchando inmediatamente con unas gotas, la camisa de Xavier. El resto, cayó en el balde que la enfermera torpemente logró poner junto a la cama, del lado de Xavier después del primer vómito. Por si eso fuera poco, para la desafortunada joven, tanta vergüenza la hundió en un llanto corto pero incontenible. Xavier rápidamente le ofreció la caja de kleenex que estaba sobre el buró.

Esa misma tarde la dieron de alta. Verónica salió del hospital apenas peinada, con su ropa oliendo a hospital, sudor y humo de cigarro y también cojeando porque a uno de sus zapatos le faltaba un tacón que no sabía cómo había perdido. Xavier la acompañó en taxi a su casa en la colonia Narvarte y se despidió amablemente de ella.

Verónica parecía haber enloquecido. No dejaba de pensar en él. Después de unos días comenzó a pedirle disculpas por mensajes por teléfono. Se disculpaba de su atrevimiento en el salón de baile, del día en el hospital, del vómito y hasta de haber perdido el tacón de su zapato. Las respuestas de Xavier fueron siempre muy amables, pero cortantes.

-Está bien, Verónica, no te preocupes. Esas cosas pasan. Adiós-.No decía más.

Con mucha pena y casi arrepentida de su nuevo atrevimiento al segundo de mandar el mensaje, también llegó a preguntarle si se verían otra vez. Xavier solo respondió de manera honesta y directa.

-Lo siento mucho, Verónica pero creo que no. Tú no tienes la culpa. Cuídate. Adiós.

Nunca la volvió a ver. Verónica tardó meses en recuperarse de su mal de amor y sobre todo, en quitarse la culpa que se echó ella solita y entender que quizá no había sido el penoso espectáculo y los eventos que le siguieron lo que había hecho que su galán perdiera el interés en salir con ella. Sus amigas le decían que de seguro era gay. Pero para Verónica eso no tenía ningún sentido. Pensaba que ningún gay podría hacerla sentir como lo hizo él, con una sola mirada. A pesar de que no habían entablado una relación, Verónica se sintió obsesionada con él por meses y se refería a él como "uno de sus amores". Por supuesto que lo buscó en el salón de salsa dos o tres veces, siempre exquisitamente guapa, pero nunca lo encontró. Para Verónica, despedirse de Xavier, fue como tratar de enterrar a un muerto sin haber visto su cadáver. 

El amor de Verónica © (Pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora