Raquel empezó a sentir las partes de su cuerpo. A esa sensación le acompañaba un hormigueo generalizado que no tardó en extinguirse.
Pese a haber recuperado el control de su cuerpo, su mente seguía espesa. La costaba recordar quién era. ¿Por qué no recordaba quién era? Su mente no podía dilucidar qué podía haber pasado. Cada pensamiento estaba como empantanado, arrastrándose penosamente en una infinita ciénaga.
El hombre que estaba de pie junto a la chica dormida esperaba pacientemente. La estaría costando tiempo readaptarse a su cuerpo, y él tenía que responder a las preguntas con las que la adolescente le bombardearía. Pero él no tenía todas las respuestas.
Raquel se empezaba a sentir mejor. Tanteando el suelo y con miedo a abrir los ojos por enviarle más información para procesar a su sobrecargado cerebro. Éste era como un bote salvavidas, que cumple muy bien su función si no se monta demasiada gente.
Una vez de pie, sintió que era hora de ver dónde estaba. Esa era una de las cosas que más la preocupaba.
Enseguida se arrepintió de haber abierto los ojos. Su cerebro la estaba enseñando imágenes imposibles. La había dado la impresión de estar en una especie de sala enorme, tal vez sin límites visibles, de color esmeralda, y una niebla de ese mismo color.
De repente, una voz a su derecha habló. Era la voz del olvido y la soledad y la miseria y la desesperación. Habló despacio, como si llevara tanto tiempo en silencio que se le hubiera olvidado cómo se hablaba.
—Es real, niña. Cerrando los ojos no podrás negar durante mucho tiempo tu condición—sonaba como un repique de campanas oxidadas. A pesar del terror que la infundía el sonido de la voz, abrió los ojos de repente.
"Negar tu condición".
Se miró, y tuvo que reprimir un suspiro de alivio. Todo iba bien.
Entonces se dio cuenta de que no era así. Sus ropas desprendían un brillo esmeralda y al fijarse mejor en sus piernas... Eran ligeramente translúcidas. Gritó cuando se dio cuenta de que todo su cuerpo lo era.
Levantó la mirada, y vio esa extensión esmeralda hacia donde dirigiera la vista. Había gente andando a su alrededor.
Los iba a llamar cuando se dio cuenta de que no andaban como cualquier persona normal que va por la calle. Vagaban, con la mirada perdida, como buscando un final a través de la sopa de tan bello color.
—Qué, ¿qué soy?—dijo, mirándose las translúcidas manos, sin ver lo obvio.
—Eres un fantasma—se giró hacia la voz. Pertenecía a un hombre de cabello canoso y con la mirada apenas más centrada que los transeúntes de tan extraño sitio. Ante el pasmo de Raquel, añadió—.Un espectro, un espíritu, eres la naranja sin su monda, eres lo que queda de ti cuando tu cuerpo ya no está.
Raquel estaba cada vez más confusa, y conteniendo las lágrimas. No podía estar muerta.
—¿Dónde estoy?
El hombre se tomó su tiempo antes de contestar.
—Estás en ningún sitio y, a la vez, en todos.
Su grado de confusión debía estar ya fuera de cualquier gráfica, debía estar batiendo el récord de su vida, y eso que estaba muy reñido. Entonces se dio cuenta de que no estaba batiendo el récord de su vida. No estaba superando ninguna meta que hubiera conseguido viva.
—¡¿Qué se supone que significa eso?!—las lágrimas fluían libremente por sus mejillas, y se recreó en la sensación. ¿Si estaba muerta no se suponía que no podría sentir nada?
—Estás en la nada, en donde acaba todo—Raquel se dio cuenta de que el hombre siempre tardaba bastante tiempo en responder, como organizando las palabras en una cabeza que no estaba acostumbrada a hacerlo—.Estás muerta. Y aquí es donde acaban las almas de los muertos que, por alguna razón, no alcanzan la paz en el momento de la muerte. Muertos en accidentes de tráfico, atentados terroristas, accidentes laborales, cualquier muerte súbita e imprevista suele terminar con su víctima aquí, vagando si no consigue la paz necesaria para dar el siguiente paso—se aclaró la garganta—.Vidas cortadas de cuajo, interrumpidas... te preguntarás qué haces tú aquí.
Sin darle tiempo a continuar, Raquel explotó:
—¡Claro que lo quiero saber!—quería sonar exigente, pero lo único que consiguió fue estallar en lágrimas.
El hombre no hizo nada por consolarla, sólo continuó con su monótona letanía.
— Eres esencia de sueños. Eres una sombra de ilusiones. Y también eres algo nuevo. Eres un experimento.
De acuerdo, eso último había captado su curiosidad.
El fantasma un hombre con cara de infinita tristeza y sufrimiento, una carta ajada en una mano y un puñal apuntado a su pecho en la otra pasó entre ellos, pero su interlocutor hizo caso omiso.
—No sé las circunstancias de tu muerte. Pero al parecer, alguien-alguien importante-en este plano se ha apiadado de ti. Parece que como pago por terminar tu vida de una forma que desconozco, puedes ver retazos de otras vidas.
El conocimiento llegó a Raquel.
Había estado viendo como ese chico escribía su diario. No. Había sido ese chico mientras éste escribía. Había visto sus pensamientos, todos con un tinte oscuro y pesimista.
—Entonces, ¿por qué no puedo recordar nada? ¿Es eso normal?—insistió.
El hombre parecía mirar a través de ella, y a chica tuvo un miedo irracional e infundado de que se desvaneciera sin responder.
—No lo sé. Nunca se había visto. Tal vez tus recuerdos sean un pago—se le veía inseguro en sus especulaciones—. Tal vez vuelvan con más sesiones.
—Quiero seguir—dijo firmemente. No tenía ningún temor. Era lo que tenía que hacer.
Entonces sintió un toque en la nuca, y un miedo primario se extendió por todo su cuerpo. Y se durmió.
—Me alegra oír eso.
Entonces el fantasma que la había sumergido en el trance se desvaneció con la misma facilidad con la que había aparecido.
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101 Vidas
FantasyRaquel se despertó. No sabía lo que pasaba, sólo quedaban retazos de una vida anterior. Y otra, y otra. Y, mientras se dormía, empezó a vislumbrar la siguiente.