Capítulo 4

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Raquel sintió esa pesadez generalizada por todo su cuerpo que anunciaba que era ella de nuevo. Antes de levantarse, le dio un tiempo a su cerebro para recolocarse en un sitio de donde nunca debería moverse. Era como si éste volviera a casa tras mucho tiempo y no recordara dónde estaba cada cosa.

Mientras se levantaba, pensó en algo inquietante: mientras había sido ese chico, no había tenido noción alguna de sí misma, como si hubiera dejado de existir. Ese sentimiento, o no sentimiento, la preocupó, y en algún delirio se vio a sí misma viviendo una vida que no era suya sin saberlo.

Tal vez en ese mismo momento estaba en la vida de otra persona...

Raquel se mareó y se volvió a sentar, llevando las manos a la cabeza. Soltó un corto grito que no mejoró su jaqueca y, finalmente, se levantó.

Delante de ella se encontraba el mismo fantasma de la última vez. Se permitió fijarse un poco en su apariencia física ahora que no la pillaba tan de repente. Para su sorpresa, el hombre que tenía delante no pasaría de los veinticinco años. Se llevó cubrió la boca, ahogando un chillido, al darse cuenta de que bajo las sencillas ropas que llevaba se intuía que le faltaba parte de la zona inferior derecha del torso.

No le costó mucho imaginárselo en medio de un temporal cayendo de un barco al agua y siendo mordido por un tiburón. Claro que eso contradecía lo que la habían contado de que los tiburones no comen personas. Bueno, ¿acaso importaba?

El hombre la miraba fijamente, de una forma en la que probablemente habría sentido pudor, si no fuera por sus ojos desenfocados. Entonces se preguntó por qué siempre la tocaba el mismo fantasma cada vez que volvía en sí, ¿acaso era del Departamento de Recursos Humanos?

No se permitió reír por un chiste tan malo y le preguntó.

-¿Por qué sigues aquí?

-¿Y por qué no debería? -seguía con esa mirada perdida, y Raquel dio un paso a un lado. No se sorprendió al ver que sus pupilas no se movían lo más mínimo-. He sido elegido, seleccionado entre miles de almas errantes, de fantasmas sin objetivo, de ánimas sin ánimo.

No se preguntó si se suponía que eso último era gracioso. Pero había cosas más importantes que tratar, y se maldijo por pensar cosas tan estúpidas.

-¿Quién te ha elegido?

El espectro abrió la boca, o lo que en un tiempo fue un boca y, tal vez por primera vez desde que lo había visto, habló claramente:

-Él -su mirada enfocó a un punto tras la espalda de Raquel, y se dio la vuelta.

Sin embargo, no la dio tiempo a distinguir nada antes de sentir un toque en la nuca, un toque con el que se familiarizaría pronto.

-Vive, pequeña, vive.

Y se durmió.

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