Marioneta

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- ¡Auch!- me quejé cuando mi espalda tocó el frío suelo de metal.

- ¡Cállate! Algunos intentamos descansar antes de que nos incineren- dijo una voz, grave como el motor de uno de los coches que pasaban veloces por mi calle. Pertenecía a algo parecido, un cochecito de madera pulida pintado de rojo con trazas blancas y amarillas.

- ¡Eso!- corearon otros dos, también juguetes de madera (se notaba que íbamos a la incineradora, todos éramos de material inflamable). A un lado, un caballo balancín con la silla rota y la pintura desgastada se mecía enfadado. Al otro, un puñado de palillos con forma de estrella llenos de purpurina tenía uno de los palos doblado sobre sus ojos saltones, en un gesto de molestia.

- Lo siento- me disculpé, un poco cortada. "¿Pero que narices hago?", me pregunté, "nunca me he avergonzado de nada, ¿me voy a achantar ahora que no tengo nada que perder? Como mucho, podré lamentarme de lo que diga ahora durante unas horas"-. Aunque no sé porqué. Es decir, nuestras últimas horas de vida ¿y los vamos a desperdiciar durmiendo? No sé vosotros, pero yo no.

- ¿Y que propones, títere?- relinchó el caballo.

- Contar historias- respondí yo con simpleza-, conocernos mejor; ya tendremos tiempo de "descansar" cuando seamos cenizas- añadí, mirando mal al coche. Él sólo resopló, lo que sonó como si un motor arrancara.

El resto se removió incómodo, cada uno en su rincón. Como se ve, tendré que empezar yo:

《Yo, al principio de todo, era una Acacia de un bosque al Norte. Había muchos más como yo, crecía como un árbol sano y feliz.

Pero un día llegaron los leñadores y me talaron. Dolió; no lo voy a negar, fue muy doloroso dejar mis raíces, tanto literal como figuradamente...》

- ¡Eso lo sabemos todos!- se quejó el coche. Yo resoplé y continué contando la historia de mí vida.

《...Pero, a mi parecer, valió la pena. Gran parte de mí se convirtió en papel, del que perdí la pista hace mucho. Aún así, un pedazo de mí, el que veis aquí, llegó a las manos de un carpintero que me pulió y pintó mis rasgos- recordé lo que sentí la primera vez que vi mi nueva imagen (una muñeca de madera oscura, con grandes ojos verdes a juego con mi vestido y trenzas negras) y sonreí para mis adentros-. Unos días después, un titiritero llamado Leo me compró.

A partir de ahí, mi vida dio un giro. De ser un árbol entre muchos pasé a ser el centro de atención.

Interpretaba a Marion en "Marion y el dragón", la historia de una muchacha del bosque que, con su fuerza de voluntad y su carisma, convencía a los animales del bosque para revelarse en contra del tirano, un dragón escupe fuego.

Adoraba a los niños que miraban concentrados al escenario. Me sentía completa cuando me vitoreaban, me aplaudían y me animaban a derrotar al dragón. Cada día eran distintos: los que volvían por segunda vez traían a sus amigos, primos, hermanos... conocidos a disfrutar con ellos. Me alegraba enormemente cada vez que veía una cara nueva sonreír con mi actuación. Niños y niñas se acercaban a pedirle a Leo una foto sujetándome. Yo estaba encantada.

Sin embargo, ayer ocurrió lo que no debía ocurrir. Oí un crack horrible. Mi rodilla se dobló hacia arriba. Antes de que Leo dijera que "lamentablemente, Marion no podrá enfrentarse al dragón hoy", ya sabía que me esperaba: la caja o la basura.

Leo intentó arreglarme, pero sabía que era en vano. Al final, tiró la toalla. El show tenía que continuar; muy a su pesar, tuvo que sustituirme.》

- Y así es como acabé aquí- finalicé de un suspiro.

Me sentí mejor al contarlo. Al acabar aquí en vez de en la caja me sentí muy sola. La caja, aunque me daba un pelín de claustrofobia (es normal, se está muy apretujada ahí dentro), estaba llena de mis amigos: Tiana de "El laberinto de Tiana", Paola de "Paola y el tesoro del pulpo"... incluso el dragón y yo nos llevábamos bien (aunque fuéramos enemigos en escena y todo eso). Pero no pensaba que elegiría el contenedor de basura. Eso sólo significaba una cosa; no había esperanzas para mí. Leo siempre había guiado mis pasos y pensamientos; si él pensaba que no tenía salvación, ¿para que seguir viviendo?

Al compartir mi historia, se me pasó levemente el malestar (no desapareció, pero sí se apaciguó). Tenía la sensación de que, a través de mi relato, había conseguido su confianza y su compañerismo; compañeros son lo que necesito, ahora que voy a morir. Si no hubiese hablado, de seguro que ya me habría ahorcado con mis propias cuerdas.

Me obligué a centrarme: el coche cascarrabias había comenzado su relato (no me cae bien, pero quedaría feo si sólo prestara atención a mi propia historia).

LÁGRIMAS DE MADERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora