Caballo Balancín

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Cuando el coche (al parecer, Carl "the car") concluyó su relato, según el orden que seguíamos (al sentido de las agujas del reloj) me tocaba hablar. Estaba con los nervios a flor de leña; pero Carl y Marion habían contado su vida (quizá la títere lo tuviera más fácil; después de todo, al ser actriz, estaría acostumbrada a hablar frente a públicos mucho más abundantes que éste) y yo no podía ser menos.

Abrí la boca para comenzar, pero algo me interrumpió: un piiiiiiiiiii prolongado durante el cual levantaron el contenedor. Creo que sé lo que va a pasar; no estoy segura (sólo lo vi un par de veces desde el desván), pero tengo un 90% de posibilidades de no equivocarme. Y mira que quería no estar en lo cierto.

Por desgracia, mi teoría era la correcta. Nos dieron una vuelta de 180 grados y caímos.

No fue un descenso glamuroso ni mucho menos. Aterrizamos en un lugar gigantesco y repleto de porquería. El camión de la basura.

Yo había caído de lado, por lo que levantarme era imposible.

Marion estaba enredada entre sus cuerdas y forcejeaba para soltarse.

Carl había aterrizado de espaldas y no conseguía darse la vuelta.

La estrellita de manualidades sin nombre (no había hablado nada, o casi nada, y yo no soy adivina) parecía la única intacta; ayudaba a la títere a cortarse sus cuerdas, con las que estaba atada (no las iba a necesitar). Después ayudó a Carl a darse la vuelta mientras Marion me levantaba.

- Bueno...- empezó la marioneta-, ya estamos acomodados en nuestro nuevo "auditorio"- recalcó la palabrita en cuestión, dando a entender que no sabía como referirse al camión- prosigamos. Es tu turno, caballo.

Y, con esa "presentación", empecé mi relato:

《Yo soy, y siempre he sido, un juguete de supermercado- unas risitas se escaparon de mis tres compañeros de destino-. Podéis reíros abiertamente, no me importa. Hace mucho que perdí la pista de que árbol fui en un principio; es probable que fuera más de uno. Eso no eres relevante; yo sé quien soy ahora y es lo que importa.

Un día, en apariencia como otro cualquiera, una familia me compró. Me envolvieron en un papel verde en el que se leía...- dudé un poco, no lo recordaba bien. Al final, dije lo que espero que pusiera (¿de qué me preocupo? No van a poder comprobarlo; es una triste pero cierta realidad)-, TOVS'R'OS o algo parecido. Me montaron en un coche y me llevaron a una casa enorme.

Allí, una niña, de unos cinco años o así, rasgó el papel y me abrazó. Le dio un agradecimiento entusiasta a sus padres y me llevó a su cuarto lo mejor que pudo.

Se llamaba Marta Aguirre y era un amor. Jugaba conmigo al despertarse, durante el mediodía y antes de acostarse; el resto del tiempo lo pasaba en la escuela. Aún lo recuerdo claramente: Marta y Bri, que es como me llamó, mejores amigas. Hasta me pintó su nombre en un costado; una marca de una amistad que, al igual que la marca misma, se borró con el tiempo.

Un día, Marta tuvo una hermana: se llamaba Cloe. Yo vivía en un rincón de la habitación, ya que Marta no jugaba conmigo; el tiempo había pasado y ahora prefería amigos de carne y hueso. Aún así, Cloe fue un mundo nuevo; con aquella niña volvía a sentirme parte de la familia.

Luego vinieron los celos. ¿Habéis oído alguna vez que los humanos suelen querer algo cuando es de otra persona? Pues eso es justo lo que sucedió. Mientras Cloe dormía plácidamente, Marta vino a sentarse sobre mí. Yo, por mi parte, me alegré; pensé que recuperaríamos la vieja amistad. Como está claro, no calculé las consecuencias. Marta pesaba ya demasiado y no pude soportarlo; mi silla se quebró y Marta cayó. Cloe se despertó llorando, balbuceando sobre que su hermanita había roto a Bri.

No pudieron arreglarme, pero tampoco tuvieron el valor de tirarme. Me trasladaron al desván.

Pensé que me quedaría para siempre en aquel lugar polvoriento y oscuro, que ningún niño volvería a subirse a mi lomo. Sin embargo, el destino tomó cartas en el asunto; el señor Aguirre fue despedido, encontró otro trabajo en otra ciudad y tuvieron que mudarse. Entonces sí, a pesar de los recuerdos que mi figura equina les trajera a la memoria, no tuvieron más remedio que tirarme.》

- Y así es como llegué aquí, a las puertas de la muerte- acabé mi relato.

- ¡No dramatices!- rió Marion-. ¡Se supone que la actriz, la dramática, soy yo!

- Lo siento marioneta, pero te han quitado el puesto- intervino Carl.

- ¡No seáis críos!- relinché. Odié cuando Marta y Cloe discutieron por mi culpa; tenía claro que no quería repeticiones.

- Está bien, señorita Bri- explicaron al unísono, como cuando en los colegios se hace el "buenos días" colectivo para el profesor. Reí para mis adentros; esos dos tienen más parecidos de los que aparentan. Aunque no vayan a tener tiempo para descubrirlos.

Alguien se aclaró la garganta y dijo, con voz inesperadamente grave:

- Mi turno.

Todos nos giramos; la manualidad iba a comenzar su historia.

LÁGRIMAS DE MADERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora