La visita.

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La visita.

Siempre recordará a Simon, de no ser como su mejor amigo se diría que como su primer amor. Un secreto que mantuvo por años, hasta que lo superó. Oh, Simon dulce Simon. Siempre tan agradable, todos los que conocía querían su amistad, ¿cómo no? Interesante, entretenido, sentido del humor impecable y siempre sabía qué decir. Las palabras perfectas para la perfecta ocasión, decía la joven. Sentir algo por él solo era de esperarse, pero claro, él nunca sintió algo por ella. O por lo menos no que lo supiese. Sus gustos eran diferentes, no especialmente niñas menores, pelirrojas, con demonios que la atormentaban en la noche. El la acompañaba al psicólogo mientras su madre estaba muy ocupada olvidando al mundo atragantándose con alcohol, aunque supiera que no haría mucho efecto, un trauma no puede ser removido con palabras, él decía. Y ella solo lo olvidaba cuando él estaba a su lado, confortandola en los momentos de desdicha, desde el momento en que todo empezó... Pero eso lo hablaremos después.

¿Qué harías si una chica que apenas conoces te dice que su mejor amigo muerto le envía mensajes? Drew, al parecer, le diría que está loca y se iría corriendo lejos de ella. ¿Quién hace eso? Que tu muerto favorito te mensajee es lo más normal del mundo.

Estaba totalmente disgustada. Ella no quería que él se enterara, realmente no tenía planeado que nadie lo supiese en algún momento. Se decía que esa broma pesada acabaría en cualquier momento, si fingía que no le importaba en lo más mínimo... Pero eso era solo lo que ella quería.

Mientras pasaba por en frente de su casa notó que el carro no se encontraba aparcado donde habituaba, seguramente su madre había salido a trabajar. Algunas veces a la semana cubría turnos de noche. Subió con unos saltos el porche de su casa y se adentró a esta, cerrando la puerta con seguro.

Su teléfono sonaba, pero no en su habitación, donde lo había dejado. Estaba en el piso al lado de sus pies. Frunció el ceño y lo recogió para contestar la llamada.

—Por dios, hija. He llamado con diez veces y no contestabas...

—Es que salí y dejé el teléfono aquí —si su madre no había dejado el teléfono ahí... ¿Quién lo habría hecho entonces?

—Bien. Me pidieron que cubriera un turno esta noche, hay lasaña en el microondas, no me esperes despierta.

Ya se había acostumbrado a las ausencias de su madre. Unas mujer trabajadora que tiene que mantener a su hija por sí misma con un sueldo tan pobre... Por supuesto que tiene que trabajar tiempo extra. El trabajo es más importante que su propia hija, ambas lo sabían, aunque se mentían a sí mismas todo el tiempo.

Aunque en ese momento esa era la menor de sus preocupaciones, solo cortó la llamada y miró las escaleras con inseguridad. Ella estaba segura de que había dejado su teléfono en su habitación.

El lugar se sumía en una inmensa oscuridad, todas las luces estaban apagadas. Pero eso no era de extrañarse, su madre las habría apagado cuando salió. Las cortinas tapaban la ventana evitando que la luminidad de las luces del patio y de la calle penetraran por esta.

No tenía miedo de la oscuridad, pero esta, sumada a un silencio de muerte, no le era agradable.

Palmeó la pared con su mano en busca del interruptor, pero al conseguir este sus dedos se encontraron con una sustancia líquida viscosa. Llevó sus dedos a su nariz para olfatear aquel líquido, pero se le era inodoro. Se veía negro en la oscuridad, y ella deseó que no fuera lo que parecía.

Entonces vio algo de lo que no se había fijado anteriormente, la sangre. Un baño escarlata se encontraba en sus padres como pintura tirada en un lienzo. Ahogó un grito y se tapó la boca con ambas manos, sus ojos estaban completamente abiertos y la sangre que antes tenía en sus dedos se impregnó ahora en su mejilla.

Un sonido se escuchó en la segunda planta. Pero ella estaba sola, ¿no?

—¿Hay alguien ahí? —al momento que las palabras salieron de sus labios se sintió estúpida. De nada servía hacer preguntas que no recibirían respuesta.

Unos pasos resonaron el piso de arriba, acercándose a la escalera. Un susurro inundó el silencioso lugar, una voz áspera y ronca, "Creo que esto te pertenece, cariño."

A su momento no comprendió a que se refería, no entendía nada de lo que sucedía. ¿Cariño? Solo una persona la llamaba así, y tú sabes quién.

El teléfono vibró en sus manos, era un mensaje. Lo observó notando que era Simon, su mejor amigo. "Va bajando." Simples palabras que le causaron un gran escalofrío.

Un golpe en seco resonó en las escaleras, el cual se acercó cayendo por estas, como si hubiesen tirado una pelota, hasta detenerse a sus pies. Bajó la mirada consiguiéndo ver la cabeza que yacía sobre sus zapatos. Era la cabeza de su madre, la cabeza de la persona con la que había hablado hacia un minuto, la cabeza de la persona que le había dicho que no estaba en casa.

El teléfono volvió a vibrar y ella vio la foto que le había enviado Simon, horrorizada. Era ella, parada, observando la pantalla de su teléfono con un cabeza cortada a sus pies. Se notaba que había sido tomada escaleras arriba, por lo que alzó la mirada, esperando a ver a alguien ahí. Pero no había nada, nadas más que la mismísima oscuridad infinita.

Nada más que ese susurro, nuevamente esa voz áspera, ronca, la cual se le hacía terriblemente conocida. Pero ella no quería creer que se trataba de quién pensaba.

—¿Sigues sin creer en historias de fantasmas? Es momento de hacerlo.

Chatting.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora