Final ✨

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Sábado; parte 3

No es de pinche extrañar que para cuando la veterinaria se me acercó con su jodida y endemoniada jeringa yo estuviera un poco de la mierda, pero no era mi intención rasguñarla tanto.

O romper todos esos putos frasquitos de cristal.

O tirar la nueva, costosay jodida báscula de la mesa.

O derramar todo ese líquido para desinfectar de mierda.

No fui yo quien rompió mi jodido expediente en pedacitos.

Fue la puta y satanica veterinaria.

Cuando salimos, Diana lloraba otra vez. (Algunas personas nacen pinches sentimentales... ella es una de esas personas) Apretaba mi jaula contra su pecho.

-¡Ay, Rabito! Hasta que encontremos un nuevo veterinario que prometa cuidarte, debes ser muy cuidadoso de que no te atropellen.

-Imposible -murmuró su padre.

Yo lo miraba duramente a través de mi celda de mierda, cuando él distinguió a la mamá de Diana, rodeada de bolsas de mandado afuera del supermercado.

-Están muy retrasados -dijo molesta-. ¿Hubo algún problema en el veterinario?

Diana rompió a llorar. ¡Qué marica de mierda que es!, ¿no creen? Pero su padre está hecho de madera más dura; acababa de tomar la más grande bocanada de aire, listo para acusarme de toda esa mierda, cuando de pronto la soltó de nuevo. Con el rabillo del ojo había visto problemas de otra índole.
-¡Rápido! -Murmuró-. La vecina está saliendo de la caja.

Recogió la mitad de las bolsas del súper. La mamá de Diana levantó las demás. Pero antes de que pudiéramos alejarnos, la pinche vecina salió por las puertas de cristal.

¡Puta madre!

Así que ahora los cuatro se vieron obligados a saludarse.

-Buenos días -dijo el padre de Diana.

-Buenos días -contestó la pinche vecina culera.

Me cae mal esa perra.

-Lindo día -dijo el padre de Diana, casi casi sudando grasa.

-Adorable -contestó la vecina, bien marihuana.

-Más lindo que ayer -dijo la madre de Diana. Ellos si que saben ocultar homicidios. Es por ver tanta pinche novela mexicana.

-Ay, sí -dijo la vecina-. Ayer fue horrible.

Ella tal vez sólo se refería al clima de mierda, por todos las santas vaginas. Pero a Diana se le llenaron los ojos de lágrimas. (No sé por qué le tenía tanto aprecio a Bolas peludas, era un pendejo. Se supone que su mascota soy yo, no él.) Y como la retrasada ya no podía ver por dónde pinches caminaba, tropezó con su madre y la mitad de las latas de comida para gato se cayeron de una de las bolsas y rodaron por la calle. ¡NOOOO!, mi puta comida.

Diana dejó caer mi jaula de un putazo y corrió tras ellas como subnormal. Luego cometió el error de leer las etiquetas.

- ¡Ay, no! -Gimió-: "Conejo en trozos." (Realmente, esa niña es una marica llorona. No podría pertenecer a nuestra puta pandilla. No duraría ni una jodida semana.)

-Hablando de conejos -dijo la vecina-. En nuestra casa sucedió algo de lo más extraordinario.

- ¿De veras? -dijo el padre de Diana, mirándome con asombró realmente exagerado.

El diario de un gato con cara de orto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora