Veinticinco de treinta y ocho
Siete heridos, cinco miedosos, y una víctima de acusaciones.
(...)
— ¡Atención todos! Vamos a iniciar con la charla...—todos se callaron—Hoy vamos a ir en la tarde a ver a los chicos que siguen en el hospital, vamos a ir todos sin falta, tenemos que demostrarle nuestro apoyo y hacer que no sientan miedo— gritó Allan, el presidente del salón.
—No quiero ir, tengo que llevarle los apuntes a Luz— respondió Sergio desde el fondo.
—Dije que todos vamos a ir, no podemos abandonarnos, luego podemos ver a Luz y a los otros que no se atreven a venir.
—¿Han visto últimamente al niño?—interrumpió alguien de los receptores.
—Yo lo vi hoy en la mañana, pero sinceramente no me asusta—dijo Andrés
—¿Mencionó algo?
—Dijo que me odiaba, que nos odiaba a todos. Iba murmurando cosas por el baño—hizo una pausa— Me incomodaba que me miraba mientras estaba en el baño sentado.
—Andrés, no estamos para bromas
—No estoy bromeando, es la verdad.
(...)
Ya era el tercer día del mes, habían llenado el salón con imágenes de religiosos, leían la biblia todo el día y rezaban unas diez veces antes de iniciar una clase. Todos se tomaban esto muy en serio. Esperaban que las religiosas de la institución hicieran algo, un tipo de bendición, cosa que hicieron esa misma mañana arrojando agua "bendita" por toda la sala, pero no faltaban los alumnos que decían que era agua normal, ya que la mala presencia se seguía sintiendo por toda la sala, irritando, asustando, y desamparando a los estudiantes.
—El agua olía a cañería, seguramente la sacaron de su baño. No nos creen.
— ¿Acaso no nos creen con todos los heridos que hubo?
— ¿Quién es el niño?
— ¿Por qué nos molesta a nosotros?¡No hicimos nada!
— ¿Se van a quedar callados?—cuestionó Allan— Sé que están preocupados. No nos creen, los otros chicos de los salones se burlan de nosotros. Hasta nosotros dudamos...yo a veces pienso que ese niño es producto de mi mente, pero no hay que perder a nadie, seguiremos unidos pase lo que pase.
Un grito desesperado interrumpió las palabras. Todos fueron corriendo al lugar de donde provenía y su impacto fue enorme.
Vincente...el chico del salón 164 estaba en el piso, en un charco enorme de sangre. Allan no lo podía creer, trataba de impedir el paso de los demás al salón para que no vieran esa atrocidad.
La mayoría de los estudiantes de ese salón estaban gritando, rodeando el cuerpo de Vincente que yacía en el suelo. Él estaba con los ojos muy abiertos y estaba con pequeñas convulsiones que rápidamente se convertían en fuertes. Todos estaban en shock, la mayoría salió corriendo del salón atropellando a los del 166. Vomitaban, lloraban, se retorcían en el suelo producto del pánico.
La directora —que estaba caminando por el pasillo— corrió hacia el salón, cuidando de no caer de cara. La escena de todos vomitando provocaba nauseas, pero ella entró, y sacó a todos los de la sala.
Quizás el salón 166 tenía otro acompañante.
(...)
Minutos después salió y todos estaban atentos. Ya algunos habían parado de vomitar y la mayoría en calma, aunque algunos seguían llorando, nunca habían visto tanta sangre.
—Llame a una ambulancia—indicó a un profesor y luego volvió a entrar.
(...)
—Vincente... ¿Por qué a él?
Está grave en el hospital y se encuentra con riesgo vital
—Esta escuela no es segura, tengo miedo.
—Vamos a morir...
—No hacen nada por ayudarnos.
—Allan es la excepción.
—Un buen líder.
—Sangre, sangre...mucha sangre.
—Sus ojos estaban a punto de salirse.
—Tenía los ojos rojos. ¿No los vieron?
—Él murmuraba algo extraño...pero no le pude entender.
— ¿Qué hizo la monja allá dentro?
—No sé...solo estuvo diez minutos.
— ¿Escucharon algo?
—Gritos...gritos horribles.
— ¿Algo más?
—Sí...a Satanás.