02/02/16

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Hoy ha sido la competición y hemos ganado. Los demás duetos tenían tan poca química, que interpretar el nuestro ha sido coser y cantar. Esta tarde, en clase de baile, nos han felicitado por haberlo conseguido. Hemos empezado a montar una coreo todos juntos cuando Alan, al realizar un triple aéreo hacia atrás con voltereta al final, se cae y la espalda le cruje como si un hueso prehistórico y fosilizado, se cayese al suelo y se partiese en dos.

Llamamos a una ambulancia, y lo primero que dijeron fue que no sabían si podría volver a bailar. Se agarrotó y no se podía mover, lo que daba a entender que estaba muy mal. Nos dijeron como conclusión que no se recuperaría del todo para volver a conseguir una simple pirueta. En ese instante rompí a llorar por miedo a que pasase lo mismo que con Samuel, aunque Alan fuese muchísima mejor persona que un engendro como Samuel. Alan me dijo que me tranquilizase y calmase. Mi llanto fue disminuyendo hasta que solo jadeaba de la exhaustiva expresión de mi corazón.

Yo sentía que la vida me había cambiado de un momento a otro. Di media vuelta me seque las lágrimas, volví a mirarle y le dije que aunque no pudiese volver a bailar, mi amor por el perduraría hasta tiempos infinitos en los que teníamos ochenta años y jugábamos al bridge con otros matrimonios del barrio. Ahí es cuando me di cuenta, de lo que el amor era capaz...

Me contestó un sencillo "sí" que se escuchaba a lo lejos entre unos jadeos y quejidos tan fuertes como los músculos de Superman. Ahora mismo estoy en el hospital, sentada en una silla, esperando a que venga el médico a decirnos lo que le pasa realmente. Triste, deprimida, pero alegre de saber que el amor de Alan hacia mi seguiría siendo el mismo aunque no tuviésemos la potente conexión del baile en los próximos años  de nuestra simple vida.

Elegí el baile y te fuisteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora