Capítulo Uno

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LEIXON

La vida a veces te da una punzada que es imposible de olvidar. Mi nombre es Leixon, y soy un ángel de la muerte. Se podría decir que remató a las personas que están a punto de morir. Mi apariencia apenas describe que tengo 115 años, decidí quedarme en la personificación de un joven de 19 años. En este mismo instante estoy viendo a mi madre morir, y yo debo hacerlo, debo matarla... Nunca quise nacer así. Nunca quise ser un ángel que debía de matar a un inocente; yo nací para dar vida, no para quitarla. Inspiro, con varios sonidos entrecortados. Estoy evitando llorar, no por parecer más fuerte, sino por que no quiero que mi madre muera viendo que su hijo sufre. Resulta extraño que un ángel muera. Los humanos, mueren y suben hasta el "ocaso", que es el sitio donde todos llaman "cielo. Ahí su vida es perfecta, no hay dolor, no hay preocupaciones, no hay nada que delimite ser feliz. Para nosotros, los ángeles, ya sea de la muerte o de la vida, tenemos nuestro propio "ocaso"; lo llamamos "El octavo cielo".

      Apunto mi guadaña ante su débil cuerpo, que jadea, que comienza a dejar a un lado sus latidos, y los sustituye por lloros de melancolía. Está sufriendo, mientras susurro "te quiero" suelto el conjuro que termina con su vida; una esfera de luz negra se adentra por su boca, luego, sale por la nariz y los ojos, y termina abriendo su pecho, que inspira por última vez para luego deshacer la presión sometida por la enfermedad que se la llevó. 

      Las lágrimas que salen de mis glándulas lagrimales bajan ferozmente por mis pómulos pálidos. Cuando los ángeles de la muerte matamos, se nos otorga un tiempo más de vida, sin embargo, en este mismo instante desearía morir. Bajo la guadaña que hasta hace un rato desahucio los últimos latidos de mi madre. Ella era un ángel de la muerte, pero decidió no matar más, no pudo. Por eso el sindicato de ángeles le introdujo una enfermedad mortal, y, a mi, me asignaron el trabajo. Me obligaron a matar a mi madre por no querer matar a gente inocente. 

      En mi gabardina se tuercen los cuchillos de marfil. La penumbra de la noche se disipa en cuestión de minutos, tengo que salir de aquí si no quiero morir. No ahora.

      El día se pasa con algo de desasosiego, mi corazón late a un ritmo desfrenado al recordar el momento en el que mate a mi madre. Un águila oscuro se acerca por las nubes que tapan el sol. Suspiro y esta se posa sobre mi hombro, el águila tuerce la cabeza y me dice, con el pico seco y con restos de algún animal que haya devorado:

—Se que es duro, pero debes superarlo, tarde o temprano debía pasar —me vuelve a mirar y su forma de ave desaparece, convirtiéndose ahora en Louxus, mi abuelo; es un hombre viejo, tiene 789 años, y quiso dejar su forma en un hombre de 70 años. Según sus historias, quería parecer sabio ante otras personas; tiene una barba que le llega por el hombro, y una ropa oscura.
—Tu no lo entiendes—añado yo, torciendo la mirada.
—Como no lo voy a entender, era mi hija...
—Lo sé, y tu deberías haberle dado más esperanza...
—No pude, Leixon, el sindicato no me lo permitía.
Me levanto del muro de piedra, me descuelgo el colgante que pende de una cadena de hierro y lo tiro al suelo. es el colgante que nos ceden cuando comenzamos a ser entrenados como ángeles de la muerte. Mi abuelo se acerca a mí, lo coge y lo mete en mi gabardina asintiendo con la cabeza.
—Tienes un trabajo mas—añade extendiendo un pergamino. Lo abro y leo Lara Taylor. Es una chica, una visión se sumerge en mi mirada y consigo ver a una chica de pelo moreno, flacucha, con pómulos altos y la mirada pérdida en algún sitio del hospital en el que se encuentra su cuerpo. Está desorientada, lo veo normal. Nadie puede verla ni escucharla. Es un espíritu que se decide entre la vida y la muerte, uno de mis peores casos. 
—Me tengo que ir —digo, guardando el pergamino en mi gabardina. Mis alas se hacen más grandes conforme extiendo los brazos hacia los lados. Subo la mirada al cielo y vuelo hasta una altura considerada.
En el trayecto mis pensamientos divagan por mi turbia mente. Cuando nos dan una víctima, su nombre nos permite distinguir la cara de esta, y, en mi caso, y gracias a mi don, poder ver una pequeña visión de ella. Cuando leí su nombre y la vi, mi corazón arrolló un cúmulo de sentimientos, que hasta hace unas horas, no creí que tuviera.

Bajo, con cuidado, y, cuando ya estoy a dos metros del suelo, pliego mis alas y caigo con la mano en el suelo. Entro en el hospital, pensando en que decir. En que hacer. Voy por el pasillo que me indica el pergamino, abriendo así, el color anaranjado de mis ojos. Cuando llego al sitio indicado puedo sentir que el corazón se me cae; hay una chica de cabellos oscuros, ojos azules claro y tez pálida. Es ella. es Lara. 

—¿Lara Taylor? —digo.
La chica me mira y asustada pregunta:
—¿Qué ha pasado?
No le contesto. Suspiro. Es bellísima, pero debo matarla. 

Hola lectores!! Espero que os guste el primer capítulo, si es así, decidlo en los comentarios y una estrella ayudaría, hasta otra!

Si me quieres, mátameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora