Prólogo

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–No pienso volver a enamorarme nunca más –gruñó la joven de rizos negros mientras cerraba de un portazo. Su madre arqueó una ceja ante aquella inusual muestra de enfado. Durante trece años había sido una chica estupenda...–. Idiota –murmuró.

–Elina, ¿qué dijiste? –interrogó y los ojos grises se abrieron sorprendidos.

–Oh, no sabía que estabas... –su voz se fue desvaneciendo. Carraspeó–. Hola, mamá.

–¿Qué sucede, Eli?

–Nada –contestó de repente, pero caminó hasta su mamá y la abrazó–. Lo odio.

–Lo sé, cariño.

–¿Lo sabes?

–Bueno, supongo que te refieres a un chico, ¿cierto?

–No es solo un chico, mamá.

–Supongo que no.

–Es...

–¿Especial?

–Es un idiota.

Su mamá soltó una carcajada y la abrazó con fuerza.

–Vamos cariño, no todos lo son. Además, están en una edad difícil...

–No sé si eso justifica que... –calló y, para su mortificación, sintió que se sonrojaba.

–Oh. ¿Qué te parece si horneamos unas galletas? Después de todo, es Nochebuena.

–Sí, podría resultar.

Elina siguió a su madre y una hora después, el olor de galletas recién horneadas inundaba el ambiente. Comió varias y cuando iba a empezar a lavar las bandejas usadas, el timbre sonó.

–¿Podrías ver quién es, cariño?

–Claro, mamá –Elina dejó un plato de galletas de chocolate intacto y caminó hasta la puerta. Cuando abrió, frunció el ceño–. Tú. Aquí –se cruzó de brazos y él le dedicó una sonrisa brillante–. ¡¿Qué crees que estás haciendo?! –exclamó cuando se inclinó y depositó un beso en su mejilla–. ¡Devlin!

–Hola, Lina –su sonrisa no había disminuido–. ¿Están horneando galletas? –preguntó al tiempo que se abría paso hasta la cocina–. Buenas tardes, señora Carson.

–Devlin, qué gusto verte. ¿Quieres galletas?

–Por favor –tendió la mano hacia la bandeja y tomó una, a pesar del golpe que Elina le dio en el brazo, cuando su mamá no miraba–. ¿Estás bien, Lina?

–¿Por qué...? –empezó su réplica cuando la voz de su mamá la interrumpió.

–No, realmente. Creo que alguien le rompió el corazón. ¿Verdad, cariño?

–¡Mamá!

–¿Qué? ¿Dije algo malo? Oh. ¿Era un secreto? Pensé que le contabas todo a Devlin. ¿No son los mejores amigos?

–No. Ya no –acotó entre dientes–. Iré a mi habitación.

–Pero, Eli... –dejó a su mamá y se encaminó con pasos furiosos, consciente de que Devlin no tardaría en seguirla.

–Déjalo ya, Lina –habló Devlin desde el otro lado de la puerta. Intentó abrir una vez más–. ¿No me dejarás pasar?

–No. Vete.

–¿Por qué? Sabes que no... –suspiró frustrado y Elina habría apostado que estaba pasando la mano por el cabello, con insistencia, pensando qué decir–. Lo siento.

Estaré en casa para NavidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora