Capítulo 3

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"(...) ¿Qué? ¿Elina, es en serio? Quiero que vengas. Te necesito. Te amo como siempre... ¿es que tú ya no me amas? Si es así, lo entenderé y seguiré adelante (como tú pretendes hacer). Pero si aún me amas, si aún sientes que podemos lograrlo... no lo abandones. Ven a pasar Navidad conmigo, Lina. El lugar no importa, si estamos juntos, ese será nuestro hogar."

Carta de Devlin a Elina, 15 de diciembre del cuarto año. Sin respuesta.



Un hogar. Devlin le había ofrecido un hogar en su última carta y ella se había rehusado. No creía que su hogar estuviera en cualquier otro lugar que no fuera ahí, en esa ciudad en la que había nacido. No podía haber estado más equivocada. Aquello lo comprendió al ser madre, pues su hogar siempre estaría con su familia, sin importar el lugar.

Buscó en su memoria algo que decir, lo que fuera que pudiera tener algún significado.

–Hola, Lina –rompió el silencio. Ella intentó esbozar una sonrisa sincera.

–Hola, Devlin –cerró la boca al notar que su voz no estaba todo lo firme que hubiera deseado. Se sintió avergonzada y torpe. Inspiró con fuerza–. ¿Puedo ayudarte en algo?

–Lizzie ha compartido conmigo una galleta extraordinaria. ¿Me darías un paquete de estas excelentes galletas a pesar de no ser de chocolate? –guiñó un ojo en dirección a Lizzie, que soltó una risita divertida por su tono serio.

–Bien, apenas estamos horneando de esas pero si esperas... –se calló. ¿Qué estaba diciendo? ¡Lo que debía procurar era que se marchara!–. Puedo enviarlas a la casa de tu familia. ¿Está bien?

–Sí, gracias –Devlin parecía querer decir algo más. En realidad, en su rostro pasaron un sinfín de emociones pero se decidió por repetir–. Gracias.

Elina asintió. Devlin avanzó hasta ella con pasos decididos y abrió la boca, pero fue interrumpido por la llegada de una mujer.

–¿St. James? ¿Por qué tardas tanto? –miró a su alrededor y chasqueó la lengua–. No sabía que fueras aficionado a los dulces.

–No, Karine. No realmente, pero... –Devlin replicó y fue interrumpido por un bufido de incredulidad procedente de Elina–. ¿Qué?

–¿No realmente? ¡Eso es mentira, Devlin! –moderó su tono al notar que había dado demasiado énfasis a lo que decía–. Es decir, solían encantarte las galletas. Incluso me ayudabas a hornearlas –murmuró.

–¿Devlin St. James horneaba? –la mujer preguntó incrédula y parecía decidida a reprimir a una risita inoportuna–. ¡Increíble!

–Karine, no permitiré que en la oficina...

–¿Te preocupa la oficina? –Karine puso en blanco los ojos y se adelantó hasta Elina–. Soy Karine, la asistente de Devlin.

–Elina –respondió y se preguntó si su madre no habría estado equivocada. ¿O la asistente de Devlin también era su prometida?–. Pensé que...

–¿Sí? –inquirió Karine.

–Nada. Devlin estaba por marcharse...

–¿De verdad tiene que marcharse? –la vocecita decepcionada de Lizzie captó la atención de los tres adultos, aunque ella solo miraba a su madre.

–Sí, cariño. Devlin ha venido a pasar Navidad con su familia y debe ir con ellos.

–Lina –interrumpió Devlin la protesta de la pequeña niña. Ella lo miró y asintió a la muda súplica en sus ojos. Se sorprendió al notar que confiaba en él. Al menos en aquella situación, confiaba ciegamente.

Y las palabras que surgieron de Devlin la dejaron bastante sorprendida.



***



"(...) se me rompe el corazón cada vez que rememoro tu carta y pienso si no me equivoqué al ignorarla y dejarla sin abrir hasta este día, la víspera de mi boda. Pensé que hacerlo hoy me ayudaría a darle un cierre a lo nuestro, a dejar atrás lo que nunca será pero vuelvo a preguntarme, dudosa... ¿y si me equivoqué?"

Borrador de la carta de despedida que Elina quiso enviar a Devlin una y mil veces.



–¿Te gustaría tomar una taza de chocolate caliente en mi casa? Sé que a mi madre le encantará tener una compañía tan adorable –Devlin esbozó una media sonrisa al observar como los ojos de Lizzie se iluminaban–. Están invitadas, en cuanto tengan las galletas por supuesto –añadió bromista.

–Sí, iremos –confirmó Lizzie de inmediato. Miró a Elina–. ¿Verdad, mamá?

–Claro, cariño –musitó Elina y carraspeó–. Si no te importa...

–Al contrario, nos encantaría tener más compañía en la cena de esta noche. Si pueden acompañarnos... –agregó Devlin, sin querer presionar pero consciente de que no quería desaprovechar esa oportunidad única de encontrar un cierre a aquella relación.

Karine observaba el intercambio en silencio, con mirada especulativa. Devlin podía imaginar lo que estaba pensando pero, por primera vez, no le importó. Nada importaba más que el par de mujeres frente a él, una niña y su madre, quienes sospechaba podían significar aquello que faltaba... ese vacío provocado por el obligado adiós que había dado al amor y su oportunidad de ser feliz.

Pero no lo había hecho por gusto. No había tenido otra opción. Y si tuviera que volver a elegir, lo volvería a hacer todo de nuevo, por muy doloroso que fuera. Había sido necesario, primero por decisión propia y luego una elección inevitable.

Lejos de Elina y su ciudad había olvidado lo que era necesitar tanto a alguien, amar con locura y vivir apasionadamente... o, al menos la lejanía de esos años había atenuado muchas emociones, disfrazándolas e intentando sustituirlas con trabajo y una falsa ilusión de compromiso que no había sido. Nunca una realidad, no de verdad.

–Ahí estaremos –reafirmó Elina y lo sacó de sus pensamientos. Devlin asintió y salió acompañado de Karine.

–Hmmm –murmuró ella.

–¿Qué? Ahora, ¿qué? –Devlin miró a Karine.

–Nada, es solo que pensaba... –frunció el ceño, dubitativa–. Es ella, ¿verdad?

–¿Ella? ¿Es quién?

–Ella. La única. "Tu" ella.

–Qué manera absurda de decirlo –gruñó sin ánimo. Karine sonrió levemente–. Ella no...

–¿No?

–No... olvídalo –Devlin cruzó los brazos–. ¿Por qué no le has dicho que eres mi prometida?

–¿Debía mentir? Además, pensé que había quedado claro que no querías que sacara a relucir nuestro asunto pasado.

–Hmmm.

–Sí, buena respuesta, St. James. Tan elocuente.

–Deja de presionarme, Karine. Estoy lo suficientemente nervioso sin que tú...

–¿Qué? ¿Nervioso? –abrió los ojos, sorprendida–. Cualquiera diría que estás enamorado y esperando la cita decisiva.

–Deja de ser absurda –destrabó la puerta del auto con fuerza– y vamos a casa ya.

Estaré en casa para NavidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora