Capítulo 4

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"(...) La Navidad ha sido maravillosa, a pesar de que te he extrañado cada segundo. Sé que pronto estaremos juntos pero no puedo esperar para estrecharte entre mis brazos. Curiosamente, esa es la sensación que más extraño, el tenerte cerca en cualquier momento, rodeado del característico aroma de galletas recién horneadas que se desprende de ti. No puedo dejar de asociarlo a la Navidad a tu lado. Nuestra Blanca y Dulce Navidad."

Carta de Devlin a Elina, enero del segundo año de su partida.



Parada frente a la puerta de Devlin St. James, Elina se sintió transportada al pasado. Por un momento, perdió la noción del tiempo pasado. Eso fue hasta que sintió el apretón de la mano de su hija, urgiéndola a que tocara. Tomó aire y lo hizo, siendo recibida por la madre de Devlin.

–¡Lina, qué gusto verte! –la señora St. James sonrió de oreja a oreja–. Y nada más y nada menos que con tu preciosa hija. ¿Cómo estás, Lizzie?

–Señora St. James –saludó Lizzie con una pequeña sonrisa–. Galletas –le ofreció.

–Estoy segura que nos encantaran. Devlin no ha dejado de hablar de ellas.

–¿De verdad? –sus ojos se iluminaron y lo buscó detrás de la mujer. Ella rió.

–Al parecer, tu pequeña ha caído en las redes de mi encantador hijo –bromeó mirando a Elina, quien suspiró resignada.

Bebieron chocolate caliente mientras charlaban de cosas intrascendentes. Elina intentó, con fuerza, ignorar las miradas que Devlin le dirigía. Eran especulativas, curiosas, quizá hasta amables o... diferentes. Tan diferentes de lo que había esperado, aunque no había esperado nada así que... no sabía. Solo estaba confusa.

–¿Y tus padres organizarán la cena Navideña, Lina? –preguntó la señora St. James. Elina asintió, aunque no se le pasó por alto la nada sutil petición–. ¿Ah sí?

–Sí. Devlin –lo miró–, estás invitado junto con... tu asistente.

–Gracias pero yo no estaré aquí –contestó rápidamente Karine, con una sonrisa satisfecha dirigida hacia Devlin–. Voy a casa para Navidad.

Elina y Devlin se dirigieron una mirada cargada de recuerdos y, por un momento, todo desapareció, dejándolos suspendidos en el tiempo. Un tiempo largamente olvidado y pasado. Elina fue la primera en romper el contacto.

–Qué gran idea –aplaudió la señora St. James con una enorme sonrisa, la que Karine correspondió de inmediato.

–No, no es una gran idea –Devlin frunció el ceño, contrariado–. ¿Cómo que te marchas? ¿A qué te refieres?

–A eso, Devlin. Yo también tengo una familia a la que quiero ver. Y si quieres, puedes despedirme –se encogió de hombros, indiferente. Devlin apretó la mandíbula.

–Sabes que no voy a despedirte –murmuró–. No podría cuando yo también he dejado todo por ir a casa para Navidad –y, al decirlo, no pudo dejar de contemplar a Lina. Porque sí, era ella, su hogar. Su amor. Su familia, si aceptara.

–Debemos marcharnos –Elina se puso de pie y tomó a su hija en brazos–. Se hace tarde, cariño. Despídete de todos, Lizzie.

–Pero, mamá –la niña miró a Devlin– me prometió que podría contemplar el recorrido del tren navideño de su árbol. ¿Verdad, señor St. James?

–Devlin –pidió él, poniéndose a la altura de Lizzie–. El señor St. James es mi padre y no querríamos que nos confundas. ¿No me vas a cambiar tan pronto, eh Lizzie?

Estaré en casa para NavidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora