¡Con un Disparo!

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  Me senté en el borde de mi cama en el departamento de mi madre, en Nueva York, y me cubrí el rostro con las manos. Las lágrimas corrían por mis mejillas y se escurrían entre mis dedos. Casi nunca lloro, pero esta vez hubo algo que se rompió. Me había involucrado en riñas casi desde el primer día de clases, y ahora ¡estaba en problemas otra vez! Me preguntaba si alguna vez haría algo positivo. Sencillamente, no lograba controlar mi temperamento.

  Si mamá estuviera aquí, quizá podríamos discutirlo, pero casi nunca estaba. Desde el divorcio, tenía un trabajo de tiempo completo, y nos dejaba a mi hermano y a mí en casa para que nos las arregláramos solos. Por las noches, salía con amigos o, a veces, ofrecía fiestas en nuestro departamento. Rara vez pasábamos una noche todos juntos en casa. Pero ahora, Falcon, mi hermano, mi mejor amigo y mi peor enemigo, se había ido a vivir a Florida con mi padre. Debido a su fibrosis quística, Falcon necesitaba un clima más templado, así que aquí me encontraba solo en el departamento, necesitando desesperadamente que alguien me amara y se preocupara por lo que me había pasado.

  Pensé en mi bella madre. Ella tenía muchos amigos, en su mayoría actores, escritores y cantantes. Su talento y su buena apariencia la posicionaban como la reina de cada fiesta. Le atraía el mundo del espectáculo como a una polilla la llama. Su carrera realmente despegó cuando comenzó a escribir canciones para Elvis Presley, pero ya había estado en el mundo del espectáculo, de un modo u otro, desde que tengo uso de razón. Escribió musicales para televisión y para teatro, pequeñas partes para películas y trabajó como crítica de cine.

  Solía llevarnos a Falcon y a mí a trabajar con ella durante las vacaciones de verano, y nos gustaba toda la atención que recibíamos de los famosos. Se nos acercaban, nos hablaban y nos contaban chistes en los cortes. Algunos de los famosos que todavía recuerdo son Red Buttons, Frankie Avalon, Nancy Sinatra, Rowan y Martin, Mauren O'Hara y Lloyd Bridges, pero nuestros favoritos eran sin duda los Tres Chiflados. ¡Cómo nos hacían reír!

  Pero, aún así, había algo en las fascinantes personas que conformaban el mundo del teatro que me molestaba. Cuando tuve la edad suficiente como para comprender, noté que un aterrador porcentaje de ellos era homosexuales, parecía que muchos de ellos se drogaban, o bebían alcohol, o ambas cosas, y de hecho no eran felices. "¿Por qué trabajan tan duro para lograr conseguir fama si eso los hace sentir tan miserables?", me preguntaba.

  Si alguna vez mamá noto la discrepancia en sus vidas, por cierto nunca lo mencionó. Para ella, cuanta más emoción había, mejor. Solía ofrecer fiestas en nuestro departamento, pero todo lo que los invitados hacían era sentarse, conversar y fumar marihuana. Hacían cosas tontas, como hacerse sonar los huesos de sus espaldas el uno al otro, y se reían de sus propias bromas sin sentido. ¡Algunos estaban tan desconcertados de la realidad! Parecían fantasmas flotando dentro y fuera de su propio mundo. Se veían extraños y solitarios.

Solitario. ¡Cómo odiaba esa palabra! Sentado solo en el borde de la cama, los eventos del día se agolpaban en mi mente mientras revivía la pelea en la que me había metido, el discurso infernal del director y la mirada de desaprobación de mi maestra. Me sentía mas insignificante que una almeja. ¿Quién era yo? ¿De dónde venía? ¿Por qué estaba aquí? No eran preguntas nuevas. A menudo me paraba frente al espejo y reflexionaba. Me habían dicho que yo era tan solo un paso más en el proceso de la evolución: un mono demasiado desarrollado. Si eso era todo en la vida, ¿por qué no darlo por terminado?

  No tenía miedo de morir. Cuando mueres, simplemente te pudres y te conviertes nuevamente en fertilizante; por lo menos, eso es lo que nos decían nuestros maestros. Decidí tomar un frasco entero de pastillas para dormir, acostarme en mi cama y no despertarme nunca más. Sencillo.

  Me puse de pie con decisión. me limpie las lágrimas de las manos en mis pantalones y camine hacia el baño. Abrí la puerta del botiquín de medicamentos, y observé todas las botellas y los frascos alineados prolijamente en los estantes. ¿Cuál de ellos tendría las pastillas para dormir? Yo sabía que mamá tomaba una o dos cada noche para poder dormir, pero no había prestado atención a que frasco usaba. Comencé a sacarlos uno por uno leyendo las etiquetas, pero ninguno decía "pastillas para dormir". Finalmente, encontré una que decía: "Tome una para ir a dormir. Valium". Tenía trece años, pero nunca había oído esa palabra. Apoyé el frasco y continué buscando, pero ninguna otra cosa sonaba bien, por lo que regresé al Valium. Desenrosqué la tapa, volqué todo el contenido en mi mano y tomé un vaso con agua. Mi mano se detuvo a mitad de camino ¿Y si no eran pastillas para dormir? ¿Y si eran algún tipo de pastillas para mujeres? ¿Qué ocurriría si solo me hacían mal al estómago? No quería estar enfermo. Ya tenía suficiente sufrimiento y miseria. ¡Quería morir!

De Cavernícola a CristianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora