¡Al fin libre!

653 9 0
                                    

    Mamá estaba entusiasmada con Pinehinge.

    —¡Te va a encantar, Doug! Puedes elegir cualquier materia que quieras, y no hay ninguna obligatoria. Puedes estudiar cuando quieras y lo que quieras. Se la llama "escuela libre".

    Me sonaba grandioso. De hecho, era más "libre" de lo que cualquiera de los dos sospechábamos. Los docentes eran hippies despreocupados, y había únicamente tres reglas en la escuela, las cuales todos ignoraban: "Nada de drogas, nada de sexo y nada de violencia".

    Las residencias eran mixtas y las habitaciones también, para aquellos que así lo quisieran. Había aproximadamente cuarenta alumnos de entre 8 y 18 años de edad.

    No tenías obligación de levantarte si no querías, no tenías obligación de asistir a clase si no querías y no tenías que ir a comer si no querías. Ese último pedacito de libertad, con el tiempo, llegaría a causar el cierre de la escuela.

    Se nos había dicho que podíamos aprender lo que quisiéramos, y así lo hacíamos. Aprendíamos cómo aspirar pegamento, y cómo hacer cerveza y LSD. En clase, fumábamos si queríamos, ya sea tabaco o marihuana. Allí conocí a un muchacho de Brooklyn llamado Jay, quien me inició en algunos de los detalles más finos del robo.

    Jay y yo teníamos algunas cosas en común. Su madre era judía, como la mía. Su padre había tenido conexiones con la mafia, pero lo habían asesinado. Aunque Jay tenía quince años y una mente brillante, la única palabra escrita que reconocía era PARE, en las señales de tránsito. Más allá de eso, no sabía leer. Al hablar, tenía un acento de Brooklyn tan espantoso que incluso a las personas de Nueva York se les dificultaba entenderlo, y creo que él era más salvaje, más loco y más suicida que yo. En las noches de invierno, me llevaba a las cabañas de vacaciones vacías me Maine, y me mostraba cómo ingresar por la fuerza y dónde guardar el botín.

    Como no teníamos que ir a clase si no queríamos, yo asistía a muy poca de ellas. Tan solo desperdiciaba mi tiempo con amigos y perseguía a las muchachas. Participaba en el programa de Educación Física, especialmente el de esquí. La mayoría de nosotros tenía pases de esquí para toda la temporada en el Cerro Abrams, y el colegio nos proveía transporte hasta el centro de esquí tres veces por semana. Ese año llegué a ser un buen esquiador. Mi amigo Jay y yo solíamos fumar marihuana durante el ascenso en las telesillas, y luego hacíamos cosas locas y temerarias al descender por las pitas. No nos preocupaba la posibilidad de lastimarnos o, incluso, de matarnos. Yo lo retaba a que saltara de un lugar alto, ¡y él lo hacía! Él encontraba un lugar aún más alto y me retaba a mí a saltar. Con frecuencia nos salíamos de control y nos estrellábamos; pero, de algún modo, nunca nos quebramos un hueso ni nos lastimamos gravemente.

    Un día vi un cartel en la cartelera de anuncios del colegio:

CONTROL MENTAL SILVA

Aprenda cómo puede

ganar la lotería, curar a la gente,

hacer que sucedan las cosas

y controlar su vida.

    ¡Eso sí parecía una materia digna de tomar! Decidí asistir.

    La clase duró aproximadamente dos semanas. El profesor presentaba un concepto nuevo, y nosotros lo debatíamos y hacíamos preguntas. Luego nos dividíamos en pequeños grupos y practicábamos.

    —El subconsciente es más poderoso que el consciente —explicaba nuestro profesor.

    Por medio de una especie de autohipnosis, se nos enseñaba cómo llegar a niveles más profundos de nuestra mente. Se presentaba como un trabajo en conjunto con Dios; como algo que Dios aprobaba, cuando en realidad era lo opuesto.

De Cavernícola a CristianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora