La academia militar

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  Siempre que me metía en problemas en la escuela, mamá intentaba sacarme del apuro buscando otra escuela donde enviarme. En nueve años, asistí a catorce escuelas. Si mis padres hubieran identificado esta mala conducta como un pedido de amor y atención, ¡Cuán distinta habría sido mi vida! Pero ambos, empujados por sus objetivos personales, tenían otras cosas en las cuales pensar, además de un niño. Yo parecía decidido a meterme en problemas y me daba cuenta de que mi vida estaba fuera de control. Cuantas más escuelas recorría, menos aprendía. Podía ver que necesitaba disciplina y estructura en mi vida.

  Un día, Millie, una amiga de mamá, llegó de visita.

    —Mañana estoy yendo al norte del Estado [Nueva York] a visitar a mis hijos en la academia militar  —dijo ella—. ¿Por qué los muchachos y tú no vienen conmigo? Me gustaría un poco de compañía, y creo que a tus hijos les gustará ver el colegio; ¿no es así, muchachos?

  Ella había dirigido la pregunta a Falcon y a mí.

    —Claro —dijimos a regañadientes.

  Todavía podía recordar el haber asistido a la Academia Militar de Black Fox, en California. Con solo cinco años, yo fui el cadete más joven de la escuela. Sin embargo, mis recuerdos eran bastante buenos, por lo que decidí que no estaría mal ver  esta escuela.

    —Es la mejor academia militar del país —alardeaba Millie, mientras conducíamos—. La gente trae a sus hijos aquí de todas partes del mundo. Se llama Academia Militar de Nueva York, pero en realidad es como la escuela primaria de West Point.

  No me hubiera imaginado una escuela así ni en mis sueños más descabellados. Había grandes porciones de césped bordeados con canteros de flores coloridas junto a edificios de piedra cubiertos de hiedra. En un extremo del terreno, había una cancha de fútbol americano completa, con gradas y todo, y la escuela tenía una de las piscinas cubiertas más grandes que jamás había visto. Lo que más me intrigaba era el gimnasio enorme. Había jóvenes que luchaban en colchonetas en un área y dos equipos jugaban un animado partido de básquet en otra. Espié a través de unas puertas que se abrían hacia el salón principal, y vi a muchachos que levantaban pesas, golpeaban sacos de arena, jugaban al tenis de mesa y participaban en toda clase de deportes maravillosos, de los cuáles solo había escuchado. Todo esto se veía muy diferente de los edificios de ladrillos o de piedras rodeados por alambrados atados con cadenas a los que había asistido en Manhattan. Nuestros patios eran de concreto o de asfalto, y no tenían ni una brizna de césped. Me impresionó ver a los cadetes con sus uniformes apuestos y elegantes marchando en una formación perfecta en la plaza de armas.

  Quizá yo estaba fuera de control, pero no era tonto. Sabía que lo que estaba viendo era el resultado de la disciplina, la obediencia y la estructura. Algo dentro de mí anhelaba esta clase de orden para mi vida.

    —Mamá, ¡Tengo que asistir a esta escuela! —dije abruptamente cuando llegamos a casa—. Estoy todo el tiempo metido en problemas, y no estoy aprendiendo nada. ¡Esto es exactamente lo que necesito!

    —No lo sé, Doug —dijo mamá—. Es costoso, y no estoy segura de si encajarías en un programa tan estricto. Tendrías que obedecer órdenes todo el día. De eso se trata la academia militar.

  No podía culparla por ser tan escéptica. Hasta allí no había sido bueno para nada. ¿Por qué en ese momento sería diferente?

  Mamá y yo estábamos sentados esa noche frente al televisor, tomando helado y fumando hierbas. Los acontecimientos de la academia militar se agolpaban en mis pensamientos: entonces saqué el tema de la escuela nuevamente.

    —Por favor, mamá —le rogué—, pregúntale a papá qué piensa. Pueda que sea mi última oportunidad de corregirme.

    —Pregunta por mí también —agregó Falcon durante un comercial—. Averigua si los dos podemos ir.

De Cavernícola a CristianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora