Fugitivo

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  Luego de un placentero verano de practicar snorkel, esquí subacuático y persecución de muchachas, regresé  a Nueva York. Mamá había encontrado una escuela privada llamada Bentley, donde la mayoría de los jóvenes que asistían eran judíos. Las muchachas se relacionaban con glamur con cualquiera que proviniera de la milicia, y aquí estaba yo, un espécimen excelente, físicamente en forma, bronceado y seguro. Los chicos me respetaban porque yo podía luchar, pero mi aceptación recién descubierta resultó ser mi perdición. Estaba tan desesperado por amor y aceptación que inmediatamente caí en malos hábitos. Primero, comencé a robar un cigarrillo por día del alijo de mi madre, para poder vagar y fumar con los otros chicos antes de la escuela. Pero, no me detuve allí. Comencé a robar dos por día, para poder fumar uno de regreso a casa también. Y, al poco tiempo, estaba robando dinero para poder comprar los míos.

  Hacía cualquier cosa que mis amigos me desafiaran a hacer. Una vez, en Miami, llegué a saltar de un puente hacia una bahía. Cuanto más alocadamente actuaba, más atención conseguía, y los chicos me empezaron a llamar "hombre salvaje". Mis calificaciones empeoraron progresivamente, hasta que me encontré fuera de control y muy infeliz.

  Un día, algunos de nosotros estábamos vagando en la parada del ómnibus después de la escuela, y yo quería quedar bien; así que, en un impulso, dije:

    —Esta escuela es verdaderamente insoportable. Nunca pasa nada emocionante por aquí; me parece que me voy a fugar. ­­­­­­­

  Una linda rubia llamada Lou exclamó:

    ­­—¡Oh, no, Doug! No puedes hacer eso. ¿Adónde irías? ­­—preguntó con sus ojos llenos de preocupación.

    ­­—¿Qué harías para ganar dinero? ­­—preguntó una morocha de rostro pálido.

    ­­—Ah, no se irá. Solamente está alardeando ­­—me desafió Rod. 

  Rod era un poco matón y no le gustaba toda la atención que yo estaba recibiendo. Antes de que me diera cuenta, me había acorralado a mí mismo; la única forma de salir era llevar a cabo el desafío o dejar que se rieran de mí. Y eso, por supuesto, era impensable.

  Esa noche me quedé despierto planificando qué hacer. Sabía dónde escondía el efectivo mi mamá, así que agarre trescientos dólares y tomé un colectivo hacia el norte, hasta mi antiguo territorio. Caminé por las montañas, cerca de la academia militar, y acampé allí por unos días. Desde mi campamento, podía ver los edificios, anhelaba regresar. Cada día en el bosque, me sentía más solitario, hasta que finalmente me di por vencido y regresé a casa. Por lo menos ahora nadie se podía reír de mí. Mirando hacia atrás, me pregunto cómo pude afligir  a mis padres de esa manera, pero en ese momento creía que nadie se preocupaba por mí, y por ende, yo tampoco me preocupaba por nadie más.

  Mi primera experiencia como fugitivo generó una idea de aventura verdadera, y al poco tiempo comencé a formular un nuevo plan. Con un par de amigos, iríamos a México, donde podríamos hacer lo que quisiéramos, y nos financiaríamos plantando marihuana. Tenía un amigo en particular que me caía bien: David Malean, un muchacho de la India con un temperamento agradable, buena apariencia y una sonrisa llamativa que atraía a las muchachas como la miel atrae a las abejas. El estar con él me hacía sentir popular. Yo le caía bien a él por mi forma de ser alocada y audaz, así que nos llevábamos bien. Necesitaríamos una tercera persona para ayudarnos; pero ¿quién?

    ­­—Preguntémosle a Víctor ­­—sugirió David­­ ­­—. Lo escuché hablar sobre fugas.

    ­­—No sé ­­—dije­­—, a mí me parece un idiota.

  Pero, analizando las pocas probabilidades que había, finalmente decidimos preguntarle a Víctor y ver si estaba interesado. Recibió la idea con entusiasmo.

De Cavernícola a CristianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora