Llegaron a nuestros oídos rumores coloridos sobre las comunidades hippies y el clima grandioso del sur de California. Nunca hacía frío, ni siquiera en invierno. Se podía acampar al aire libre y comer de lo que producía la tierra.
—¡Ese es el estilo de vida que quiero! —le dije a Jay—. Quiero vivir de lo que da la tierra y no tener que darle explicaciones a nadie.
—¡Sí, amigo!—respondió con entusiasmo—. Tenemos quince años; podemos cuidarnos solos. ¡Vamos a visitar el lugar!
Durante el receso escolar de primavera partimos, haciendo dedo desde Pinehinge, hacía el sur de California. Acampamos en las afueras de Palm Springs. Un día, unos hippies nos llevaron hasta la ciudad en su vieja camioneta.
—¿Dónde hay un buen lugar donde pasar el rato? —pregunté—. Ustedes saben, un lugar donde podamos divertirnos.
—Vamos al cañón de Tahquitz—nos dijo el muchacho alto con barba—. Está lo suficientemente alejado de la ciudad como para que los policías no nos molesten, y así podremos fumar nuestros porros, tomar cerveza y hacer todo el ruido que se nos dé la gana. Vamos a ir esta tarde; ¿quieren venir con nosotros?
Miré a Jay.
—¡Genial! —dijimos los dos al unísono.
Aunque el cañón de Tahquitz tiene solamente 25 kilómetros de longitud, la mayoría de la gente iba solo hasta la desembocadura, cerca de Palm Springs, para divertirse y perder el tiempo. La belleza de ese lugar me tomó por sorpresa. En ese remoto valle desértico, había árboles y pasto escondido, y una catarata que me cautivó Parecía una criatura viviente, al caer en cascada sobre las piedras enormes y lisas. Se daba una gran zambullida hacia las rocas de abajo, y luego se elevaba en una nube plateada; y, cuando el sol capturaba las gotitas, creaba un hermoso arco iris. ¡Con razón algunos de los directores de cine lo usaban como escenario para sus películas!
Mientras caminábamos todos relajados y fumando marihuana, un hombre y una mujer joven salieron caminando del cañón. El pelo largo de él se había aclarado por el sol, y su piel oscura y curtida, con su barba desprolija, me hacía pensar en una cabra de montaña. También me intrigaban sus pies descalzos. ¿Cómo podía caminar descalzo con tantos cactus por ahí?, me preguntaba.
Ella lo seguía caminando por detrás; era una joven hermosa, de aproximadamente 18 años, con grandes ojos marrones, cabello oscuro y largo y suelto, y piel suave color oliva. Se veía como una mezcla de hawaiana e italiana. En una mochila con asiento, llevaba un bebé que se veía de lo más extraño. La piel bronceada del hombre contrastaba dramáticamente con su pelo blanco, todo parado, como si hubiera metido los dedos en un tomacorriente. Me enteré que había nacido en el cañón de Tahquitz, y lo llamaban Tewey Tahquitz.
—¿De dónde viene? —le pregunté al hombre.
Él hizo una pausa y me miró.
—De casa —respondió.
—¿Quiere decir que vive ahí? —dije señalando el cañón—. ¿En qué vive? —continué, intentando imitar la jerga hippie.
—Ah, en una cueva —contestó él con toda tranquilidad.
Ahora, este joven de ciudad apenas podía contener su sorpresa.
—¡Caramba! Me encantaría ver su hogar. ¿Le molestaría si voy con usted? —le pregunté, ansioso.
—Por supuesto que no —respondió él—. Estamos yendo hacia la ciudad a mendigar, comprar un poco de alimento e intentar regalar estos cachorros de coyotes mientras estemos allí.
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De Cavernícola a Cristiano
SpiritualSiendo hijo adolescente de un padre millonario y una madre en el negocio de los espectáculos, Doug Batchelor tenía todo lo que el dinero puede comprar; todo, menos la felicidad. Él consumió drogas, tuvo peleas en la escuela y albergó fantasías suici...