S i l e n c i o » GaLe

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Levy McGarden vivía en una pequeña ciudad con una población muy baja. No tenía mucho dinero, trabajaba más horas de las que descansaba y no siempre llegaba a pagar su renta por la casa que alquilaba. Aun así, la joven amaba su trabajo. Pasar horas encerrada en una librería no era el sueño de muchos, pero para Levy no había nada mejor que enterrar su cara en un buen libro por horas. En su escaso tiempo libre, disfrutaba sentarse en su patio, sintiendo la tierra entre sus pies y el aroma de las flores rodeándola. El resto del día lo pasaba como bibliotecaria en la única biblioteca de la ciudad, leyendo cuando nadie necesitaba ayuda o reorganizando los libros para que fuese más fácil encontrarlos.

Era una tarde calurosa de verano, y la joven de cabellos celestes se encontraba sentada en su pequeño escritorio, unos lentes apoyados en la punta de su nariz mientras sus ojos seguían las palabras escritas en un grueso libro sobre botánica. Solo se encontraban dos o tres personas en la inmensidad de la biblioteca, un silencio pacífico reinando en aquel lugar. La rubia entada frente a la ventana se levantó, entregándole el libro a Levy y dedicándole una cálida sonrisa.

-Ah, gracias... –Comentó Levy mientras tomaba el libro entre sus manos- Dime tu nombre y anotaré que lo devolviste.

-Lucy Heartfilia, creo que está... allí... -Apuntó con su dedo al final de la lista.

Asintiendo, la bibliotecaria escribió rápidamente la fecha en la cual Lucy había entregado el libro y la miró con sus finos labios curvados en una sonrisa. La rubia se despidió, tomando su chaqueta y su bolsa antes de salir por la puerta principal. Ah, verano. No mucha gente entraba a la biblioteca ya que cuando lo hacían, era principalmente para estudiar, pero en esta época nadie tenía responsabilidades. Levy suspiró, mirando a los dos lectores restantes. La situación no la ponía incómoda, ni mucho menos la alteraba- le gustaba cuando la sala se encontraba vacía. Sentía como si todos los libros le pertenecieran.

De repente, las puertas de madera se abrieron de un portazo. El ruido sacó a la joven de sus pensamientos, haciendo que frunciera el ceño ante tal ruido. Un chico alto, con cabello negro y largo entró acompañado por una joven peliazul. Ambos tenían una expresión de cansancio, pero al sentir el frío que hacía en la habitación gracias a los aires acondicionados, suspiraron aliviados. La chica comenzó a hablar con su acompañante de manera animada mientras se dirigían a unos sillones. Levy murmuró unas palabras, molesta. En la biblioteca no estaba permitido hablar. Tras cerrar su libro, se levantó de su asiento y caminó tan rápido como le permitieron sus cortas piernas hasta el dúo.

-Disculpen...

Ninguno le prestó atención, ni le dirigieron la palabra. La chica de cabellos celeste se aclaró la garganta antes de volver a hablar. Se cruzó de brazos.

-¡Disculpen...! –En ese momento, el chico la miró con el ceño fruncido- No pueden hablar en la biblioteca. Si van a charlar, les sugiero que salgan.

-Oh, vamos. El sol está insoportable afuera. ¡Aquí tienen aire acondicionado! -La peliazul protestó desde el sillón. Luego, destapó una botella de agua de unos cuantos litros y comenzó a beber de ella.

-Juvia tiene razón. No nos vamos a ir, además-... ¿Levy?

La bibliotecaria frunció el ceño y colocó sus manos en su cintura. ¿Cómo podía un extraño saber su nombre? Claro, la ciudad era chica, pero no recordaba haberlo visto jamás.

-Levy, soy Gajeel. Estudiamos periodismo juntos en la universidad –Gajeel la miró esperanzada, su faceta de "chico rudo" desapareciendo ante el recuerdo de la chica en frente a sus ojos.

-¿Gajeel...?

Levy abrió sus ojos como platos. Oh, ese Gajeel. El chico que había conocido en la universidad. El chico con el que había salido por unos meses, pero su relación no había funcionado gracias a unos cuantos problemas El chico que aun amaba. A pesar de seguir queriéndolo, Levy se había mudado a otra ciudad apenas completó sus estudios y juró que se olvidaría del estúpido joven que tanto la atraía. Quería centrarse en otras cosas, no en el amor. Sus mejillas se tornaron rosadas.

-O-Oh, eres tú... Bueno, no importa quien seas. No puedes hacer ruido en la biblioteca.

-Levy...-Poniéndose de pie, Gajeel tomó la mejilla de la chica con su mano y la acarició levemente- ¿No me extrañaste? –Comenzó a inclinarse, sus labios rozando los de Levy.

-¿Q-Qué? –Toda su cara se tornó roja- ¡No, aléjate de mí!

-Silencio... –Él sonrió de manera victoriosa y puso su incide en sus labios- No se grita ni se habla en una biblioteca.

Gruñendo, Levy se marchó hasta su escritorio nuevamente y enterró su cabeza en su libro una vez más. Se encontraba furiosa. Furiosa consigo misma por siempre caer en su trampa. Por no ser capaz de superarlo, incluso después de tantos años. Miró de reojo al dúo mientras se retiraban riendo mientras cerraban las puertas de la biblioteca. Su vista viajó hasta la pila de libros que habían desordenado. Soltó un bufido. No solo la había alterado, sino que también había desordenado sus libros.

-Solo traes problemas...-Murmuró la joven, ajustando sus gafas y juntando los libros del suelo. Paró en seco al notar un trozo de papel pegado en la tapa de uno de los libros. La tomó con sus finos dedos y leyó su contenido.

¿Por qué no me llamas y salimos algún día? Si lo haces, consideraré quedarme en la ciudad por más tiempo. Tal vez no debería venir de visita solamente ;)

Gajeel

-Ugh –Levy se tapó sus cara, frustrada- Tenía que enamorarme de un imbécil.

¡Oh, no! » Fairy TailDonde viven las historias. Descúbrelo ahora