California — Estados Unidos.
El sol apenas había comenzado a salir por el horizonte cuando Damian ya tenía los ojos abiertos, visualizando su teléfono móvil, aguardando a que su novia le enviase aquel típico mensaje de buenos días que ella tanto adoraba y él tanto aborrecía.
Tras contestarle de mala gana y de forma algo cortante, el moreno salió de su cama para dirigirse hacia el baño, dispuesto a darse una ducha y vestirse, poniendo rumbo al instituto.
Si había algo que odiaba en el mundo, eran los Lunes.
Bajó las escaleras con ligereza, saltando los escalones de dos en dos, hasta que tuvo que frenar casi de golpe al encontrarse con su madre esperándolo con las llaves del auto como cada mañana en la mano derecha.
— Buenos días, Damian. — Dijo con una amplia sonrisa, acariciando el cabello de su hijo con cariño.
— Buenos días, mamá. — Repuso, antes de alejarse un paso lentamente de ella, llevándose la mano contraria al cabello para volver a colocarlo en su lugar.
Salió de casa, jugueteando con las llaves del coche entre sus dedos, caminando hacia él hasta que abrió la puerta y la cerró segundos más tarde, acomodándose en el asiento. Deslizó la llave en el contacto, prendiendo el motor y encendiendo la radio, disfrutando de su grupo de rock favorito bien temprano, metiendo primera para ponerse en dirección de su instituto.
De vez en cuando se dirigía miradas al espejo retrovisor, visualizando sus ojos azules centelleantes bajo la luz del sol, fríos y algo malévolos, divertidos.
Aún recordaba todos aquellos rumores que se crearon de él cuando llegó de Alemania debido a su físico. Muchos opinaban que pertenecía a una extraña mafia alemana y otros, creían que se trataba de un matón clásico de barrio pobre. Pero lo verdaderamente cierto era que boxeaba desde que apenas tenía ocho años y tenía un afán por los tatuajes, nada más.
Sabía que su pálida piel resaltaba la cantidad de tinta que la recorría, de igual forma que sus celestes ojos contrastaban con su oscuro cabello. Sus hombros marcaban sus clavículas, teniendo en cuenta que su espalda trabajada, aunque no exageradamente ancha, parecía amenazar a cada músculo que se tensaba.
Ese físico del que todos tanto hablaban, lo había tenido que ganar obligado. Sus padres se divorciaron cuando él tan solo tenía cuatro años de edad y por razones relacionadas con la renta económica, tuvo que marchar con el padre de familia. Aquella simple decisión por parte del departamento de menores, le acarreó un futuro incierto; golpes, gritos y mala educación. El hombre que tenía como modelo a seguir educó a su hijo a base de empujones y golpes, acompañados de amenazas continuas y noches durmiendo en el portal de casa.
A medida que fue creciendo, Damian buscó casi desesperado algún lugar en el cual le enseñaran a pelear, o al menos defenderse de los golpes que su padre le propinaba a cada gesto que el menor de edad hacía. Su madre fue ajena a toda aquella agresión a su hijo por parte de su ex marido hasta que el joven Müller cumplió los diez años y tuvo el suficiente valor de enfrentarse al que consideraba un ejemplo a seguir, escapando de casa y librándose del infierno en el que vivía.
Su madre lo recogió, denunció al padre de la criatura y tras ganar el juicio, poco tardó en mudarse lejos de él; otro continente, otro país, otra ciudad. California.
Y aquí estaba Damian, ocho años después de aquel largo viaje, finalizando el último año de preparatoria para entrar en la universidad. Dieciocho años de mala vida.
Drake Brown, su mejor amigo, le esperaba junto a la plaza de aparcamiento que le correspondía al Alemán, acompañado de la novia de éste último; Madison. El moreno suspiró, inmovilizando el coche poco después tomando sus cosas del asiento contiguo al propio, saliendo del auto.
— ¿Se te pegaron las sábanas? — inquirió la muchacha pelirroja, aproximándose a su novio para dejar un beso sobre sus labios.
— Algo así. — se limitó a contestar, frunciendo el ceño tras alejarse lentamente de ella, provocando que la chica hiciera un mohín.
— ¿Y por qué no me contestaste?
— Buenos días, tío. — Drake al ver la situación que se acercaba, se adelantó a cortarla de raíz, salvando a su mejor amigo.
— Me estáis agobiando de buena mañana. — gruñó el alemán pasando por el lado de ambos y caminando hacia el interior de su pabellón.
Les dejó atrás, oyendo como discutían por lo bajo entre ellos. ¿Qué iba a decirle a su novia? ¿Que estaba aburrido de sus ñoñerías y sus intentos de cambiar la personalidad ruda del moreno? Lo único por lo que seguía con ella, quizá, era por el sexo fácil asegurado. El único que le comprendía era Drake, ya que el rubio le había jurado y perjurado que jamás tendría pareja por lo atosigantes que podían llegar a ser las mujeres.
— Hey tú, cuidado por donde andas.
Damian entrecerró los ojos, buscando con la mirada a quien se había dirigido a él, pudiendo alcanzar a dos chicos idénticos acompañados de una muchacha. Los conocidos gemelos Grey, Noah y Hunter; inteligentes, sociables, deportistas, atractivos y muy populares entre las chicas del instituto. ¿Qué chica no había soñado con tener algo con un par de gemelos como ellos? Asco.
— Estábais fuera de mi alcance visual. — repuso Damian, dejándolos a ambos con los labios fruncidos.
Seguramente los gemelos habían entendido su comentario, puesto que el alemán era casi un palmo más alto que ellos y si algo odiaban los hermanos, era que se metieran con su estatura media.
Pero lo que no sabían, era que Damian disfrutaba haciendo rabiar a los demás, por encima de cualquier otra cosa. Por lo que, sleep tight Grey's.
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Seré lo que quieras. (gay)
Подростковая литература¿Qué ocurriría si unes a un alemán y a un americano para ser los populares del instituto? ¿Qué pasaría si un hetero se enamora en silencio de un homosexual teniendo novia y viviendo con una familia homófoba? ¿Y si se enamora de un chico que tiene un...