Capítulo 3.

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Aún tenía un par de mensajes de su novia preguntándole si estaba realmente bien o si simplemente le estaba evitando hablar del tema. Pero lo que ella no sabía era que le estaba evitando, tal cual.


Desde el comentario de su mejor amigo a la hora del almuerzo, Damian había desaparecido para el resto del trío; en clase se sentó lejos de Drake y a la salida, se adelantó para no "encontrar tráfico de vuelta a casa". Pero lo cierto era que quería estar solo y huir del mundo.


Las nueve de la noche y su madre ya había hecho la cena y sentado en el salón para ver su preciada serie Juego de Tronos. Por su parte, lo único que se le apetecía era ponerse la ropa de deporte y salir por la puerta sin hora de vuelta. Y así lo hizo.

Tras colocarse aquellos pantalones de chándal grises que no le hacían mal cuerpo del todo, una camiseta básica blanca y sus deportivas del mismo color, tomó las llaves de casa y se aproximó al salón.


  — Voy a dar una vuelta, mamá.


La mujer le miró y asintió, dedicándole una suave sonrisa a su hijo. Algo que agradecía el muchacho, era que su madre siempre le había dejado su espacio. Sabía lo que había pasado en un pasado, lo que aquel intento de padre le hizo desde los cuatro años y por ende, siempre le había dado algo más de libertad. Damian desde pequeño había tenido un carácter rompedor. No es que fuera agresivo, era un chico violento. No sabía controlar sus impulsos y perdía los nervios con facilidad. Nunca supo pararse a pensar en lo que si hacía estaba bien o mal, sino, que se lanzaba a hacer lo que fuera que tuviera que hacer.  

Y eso le había causado muchos problemas. O más bien, peleas. Peleas por cosas absurdas, peleas por cosas sin sentido.

Como la que tuvo con el gemelo.

Damian no solía odiar a nadie de la nada, pocas personas en una primera impresión le resultaban detestables. Ni Hunter. Lo que ocurrió fue totalmente diferente a lo que podría haber ocurrido.

Su madre se mudó de Alemania sin apenas dinero, pues tuvo que pagarle a su hijo todo lo necesario para empezar de cero en otro continente. Esto conllevó a que el pequeño se adentrara en el mundo de las apuestas, peleas y drogas. Su padre era el mundo que le había enseñado. 

Muchos rumores que se crearon en su ingreso en el instituto, no estaban muy lejos de la realidad. El cabeza de familia se dedicaba al tráfico de drogas en Alemania y se encontraba metido en un grupo contra la homosexualidad. Damian desde pequeño escuchó que ser homosexual, era una enfermedad que su padre no iba a querer tratar y que acabaría con él al no tener cura. Nada más lejos de la realidad, el pequeño hijo del matrimonio presenció un par de veces palizas a parejas del mismo sexo, llegando a creerse lo que su padre decía.


Y adentrarse por sí mismo en ese mundo, pero en américa del norte para encontrar dinero, fue lo peor que pudo haber hecho en toda su vida. 


Ganó muchos dólares en poco tiempo y la agonía le pudo.


Nada más entrar en un gimnasio, formó parte de un equipo de boxeo y comenzó a entrenar para pequeños campeonatos callejeros. Dichos campeonatos le provocaron en más de una ocasión morados y heridas que acentuaron los rumores de él en el instituto. El único que sabía la verdad era Drake, ya que le conoció en el lugar que entrenaba. Poco después entró en su mismo instituto y se hicieron mejores amigos.

  — ¿Damian?

El aludido dio media vuelta, frunciendo el ceño al escuchar su nombre provenir de algún lado. Bufó molesto encontrándose con uno de los gemelos paseando a un labrador, que olfateaba el suelo moviendo la cola de lado a lado.

No sabía quién era de los dos, hasta que no le viera el rostro de una distancia más cercana. Lo único que les diferenciaba era que Noah tenía el rostro con diversas pecas cubriendo la zona de su nariz.

—  Cuál de los dos Grey eres.

Apreció como el contrario suspiraba, acariciando la cabeza del cachorro que no paraba de saltarle a las piernas.

—  Noah. 

El alemán asintió, dándose media vuelta para alejarse de allí restándole importancia al hecho de que el muchacho le hubiera parado para saber algo o simplemente hablar. No les gustaban los gemelos, no les caían bien.

—  Oye, pero por qué te vas. ¡Damian!

—  Por que no me interesa entablar una conversación contigo.

—  Pero es de mala educación irse así.—  el menor de ambos sonrió diciendo tales palabras, sabiendo que le haría girarse y quizá, discutir.

—  No tengo educación. — Damian se encogió de hombros, avanzando por la calle. 

— ¿Puedes hacer el favor de parar? No quiero pelearme contigo.

Se llevó ambas manos al oscuro cabello, entrelazando sus dedos tatuados en diversos mechones. Le estaba alterando, no quería hablar con él, sabía que se enfadaría.

—  ¿Por qué eres tan ... pesado? — finalmente se volteó, apretando su mandíbula en el acto.

Apreció la sonrisa de Noah, junto con los conocidos hoyuelos de los Müller. Se sentó en un banco cercano, colocando al labrador entre sus delgadas piernas.

  — No sé por qué mi hermano no me deja acercarme a ti, no me has hecho nada ni yo a ti. 

—  Y para qué te quieres acercar tú a mi. — hizo una mueca con los labios a modo de desagrado, cruzándose de brazos.

El castaño alzó la mirada hacia él, pasándose la lengua por sus carnosos labios. Tragó saliva y tomó aire, cerrando los ojos un par de segundos.

—  Quiero saber por qué odias a Hunter, qué te pasó con él.

—  No me pasó nada con él, deja el jodido tema.

—  Y si no pasó nada ... ¿Por qué te denunció?

Seré lo que quieras. (gay)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora