Él miraba un punto en la pared hacía quince minutos. Yo lo miraba a él. Claramente él pensaba en algo bastante profundo, no me sorprendía. Yo no podía parar de mirarlo. Me gustan mucho sus ojos, son enteramente negros y oscuros. Cuando los miro pienso en esas noches en las que no hay ni una estrella, cuando el cielo parece una enorme manta negra.
Vi como sus ojos fueron poniéndose rojos. Empezaron a humedecerse y sorpresivamente, sin aviso alguno, cayó la primera gota. Y a esa la siguieron unas 5 más hasta que decidió secarse la cara con la manga del suéter. Vi su tristeza sentada en primera fila. Su llanto, de a poco, iba volviéndose más doloroso. La boca comenzó a temblarle y cada 10 segundos tragaba un poco de saliva.
No dije nada. Una de las cosas que tenemos en común es que no nos gusta hablar cuando estamos tristes y sé perfectamente que mi silencio es su mejor consuelo. La intriga estaba dominándome y de a poco fue devorándose al silencio.
"No querés hablar, ¿no?"
"No."
Sin embargo, yo me negaba a dejar de mirarlo llorar.
Estuvimos así por veinte minutos más, hasta que se decidió por hablar.
"Estoy enamorado de vos."
"¿Por eso llorás?"
"Sí, amarte duele un poco."
No nos separamos jamás.
