Capítulo 1

27 2 0
                                    

Rachel Murphy, desde que nació, había vivido en la casa enfrente de los Hale. Como cualquier persona que había crecido en un mismo sitio, su nombre era conocido por todos los vecinos y gente del lugar. No obstante todo el mundo la conocía principalmente por tres cosas esenciales.

La primera, era su gran sentido de la responsabilidad. La gente asumía que esto le venía de familia. Teniendo un padre y un hermano en el cuerpo de policía, no era sorpresa que el término "Justicia" tomara una nueva dimensión para ella.

La segunda era que Rachel nunca iba a fiestas. Podrías intentar convencerla de todas las maneras posibles, pero sería un esfuerzo inútil. Por alguna razón que todo el mundo desconocía, Rachel tenia una gran aversión hacía las fiestas, independientemente de la presencia de alcohol o la cantidad de gente presente. Siempre la encontrarías en su casa un viernes por la noche, y a excepción de su mejor amiga Michelle, que se había propuesto como misión en la vida llevar a Rachel a al menos una antes de graduarse, ya nadie se molestaba en invitarla a ningún evento de este tipo. Ella agradecía este hecho infinitamente. Si bien le habían preguntado millones de veces porque no iba a divertirse,  simplemente no podía responder que el problema no es que hubiese mucha o poca gente, o que estuvieran borrachos o no. El problema residía en la maldad que sabía que se desencadenaba en ellas. Una maldad que la asustaba tan profundamente que ni siquiera su sentido de la justicia la permitía moverse.

La tercera cosa que todo el mundo sabía de Rachel, es que su novio era no otro que Graham Donoghue. El guapo capitán del equipo de fútbol, leal y carismático, era el deseo de todas las chicas. Pero eso no importaba, pues Graham solo tenía ojos para Rachel. Desde que la vio la primera vez, entrando en su clase de literatura, supo que tenía que pedirla salir, que esa chica merecía la pena. Para sorpresa de todos, a Graham le costó sangre sudor y lágrimas conseguir una cita con Rachel, que se mostró extremadamente reticente con la idea de salir con él. No obstante, después de la primera cita, Graham se ganó su confianza y eventualmente empezaron a salir. Ya hacía ocho meses de aquello.

Siendo lunes por la mañana, estaba garantizado el habitual malhumor inherente en  una mala madrugadora como Rachel, pero esta vez, a eso había que sumarle la sorpresa de que su despertador había decidido tomarse el día libre. Con una maldición, se levantó al ver que llegaba tarde a clase, sofocando un grito que muy probablemente habría alarmado a toda la casa si hubiera escapado de su garganta.

Salió de la habitación dando traspiés y maldijo, esta vez en voz alta, cuando su cabeza impactó contra el marco de la puerta del baño.

-¿Qué pasa? –El risueño Jack Murphy comprobó con una rápida mirada la condición de su hija después del impacto y tras cerciorarse de que no se había hecho un daño considerable, comentó en tono socarrón -¿Tu vejiga dando guerra esta mañana?

-¡No!¡Llego tarde! ¿¡Por que ese maldito trasto no ha sonado!? Ya arreglaré cuentas con él cuando tenga tiempo –Rachel cerró la puerta del baño para asearse y justo antes de hacerlo escucho la carcajada de su padre ¿Le parecía gracioso que fuera a llegar tarde a la clase del Sr. Daniels? A veces Rachel se preguntaba si su padre no recordaba a ese profesor absolutamente autoritario que no dejaba en paz si no llegabas a tiempo a su clase ¿Es que no había de esos en su generación?

En un tiempo récord, se aseó y vistió con una simple blusa azul y unos jeans. Frente al espejo, se ató el cabello en una apretada coleta que, a su parecer, haría que el pelo no fuera una molestia por el resto del día. Rachel nunca había sido una chica que se acicalase más de lo estrictamente necesario, lo que solía significar que no se aplicaba maquillaje a no ser que tuviera un evento o salida formal. Encima de ello, hoy no tenía tiempo, ya iba tarde.

Odiaba llegar tarde. Era como entrar intrusa en clase, a pesar de que se suponía que debía estar allí. Interrumpir la lección la hacía sentirse incomoda, y hacía al profesor sentirse molesto. Así que más vale que, por el bien de ambos, se diera prisa si quería llegar tan solo con cinco minutos de atraso.

Connor's FreedomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora