Parte 4

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Nueva York...

―Y ahora... me he comportado como una ingrata. Escupiéndole al primer problema, que no es mi padre. ―Jane cubrió su rostro con sus manos―. En... en cuanto lo dije, me arrepentí.

Miró a Adam. Éste estaba incómodo. Se imaginó diciéndole eso a Mila y le dolió.

―No me mires así... No te lo conté para que me mires con lástima, Adam. Yo... soy adoptada por mi hermano y su esposa... esa es mi realidad.

―No te miro con lástima. Jamás podría... Yo también fui adoptado por la esposa de mi padre. ―Jane lo miró con extrañeza. Jamás Gabriela, hermana de Adam, le había dicho que su hermano era medio hermano.

Adam y Jane habían tenido un mal comienzo, pero eso era parte de otra historia. Sin embargo, por más diferencias que existieran entre ambos en carácter y forma de ver la vida, compartían temas que los unían. Temas sensibles que en ese momento les permitían a ambos mirarse con sinceridad. Dejando de luchar para apoyarse en el otro.

El joven rodeó el rostro de la muchacha con sus delicadas manos. Sus pulgares estancaron un montón de lágrimas y sin pensarlo mucho, la besó.

La besó como no había querido besarla antes y como sin dudas, querría besarla siempre.

Depositó primero sus suaves labios en los párpados hinchados de Jane; secando con el roce las pestañas que poseían gotas de dolor. Luego bajó hasta la punta de la nariz, en donde la piel de porcelana, estaba rojiza por el frío. Y finalmente, terminó hundiendo sus labios en los asalmonados de Jane.

Jane fue correspondiendo el beso. Fue un beso tierno y sincero. Los dos se pertenecieron.

Al separarse, Jane estaba más tranquila y Adam más alterado.

―Mila... ¿no es tu mamá? ―preguntó Jane, para evitar hablar de lo recientemente ocurrido.

―Yo también recibí un regalo, Jane. Regalo que tú disfrutas al igual que yo. Mila fue el puente que tuve para llegar a mi papá. Nos unió y no solo eso, me regaló una familia.

―Y el mejor regalo que he recibido es eso, Adam. Yo lo sé, pero me cegué y dejé que hablara primero mi rabia antes que mi corazón. ―Jane se mordió el labio y lo abrazó. Adam, poco a poco, le otorgó calor entre sus brazos.

Caminaron hacia el auto, y se dirigieron en silencio hasta el hotel.

Jane, dejó que entrara a su habitación y, sin dobles intenciones, se recostó en las piernas de Adam mientras le acariciaba sus cabellos. Así se durmió.

A la mañana siguiente, Jane despertó tapada y sola.

Abrió un ojo y recordó que no había llamado a su padre para hablar... Pero no le bastaría escucharlo, necesitaba verlo, mirarlo a los ojos y abrazarlo. La distancia le impedía todo eso.

―¿Qué harás? ―preguntó de golpe Adam, que traía una bandeja con el desayuno.

Jane sonrió, tomó una de las tazas y le agradeció.

Adam estaba conmovido con la pena de Jane. Siempre le llamó la atención su carácter libre. Era risueña y parecía que en su vida no había problemas. Pero había pasado por momentos duros, y ahí estaba, mostrándole también su perfil menos amable. No era perfecta, pero él aún la seguía mirando como si lo fuera.

Siempre le rehuyó. Acaparaba miradas con solo respirar y cuando la veía bailar en la sala de juegos junto a su hermana, al puro estilo de Lady Gaga, imaginaba que era demasiada mujer para tan corta edad. Se había ocultado en su carácter serio para no tomarla en cuenta. La había visto siempre como la amiga de su hermana, pero en ese momento, después de haberla besado como lo había hecho, al ver cómo ambos por fin respondían, veía a la mujer que imaginó sería.

―Me vuelvo a Chile ―sentenció con la seguridad que la caracterizaba.

De todas las posibilidades que había para resolver la discusión con Tomás, esa fue la última que Adam hubiese imaginado. Y entonces... no pudo más que sonreír y asentir.

―Lamento no hacer tu viaje más ameno con mi presencia ―ironizó para distender la molestia que eso le causaba inconscientemente―. Pero tengo bastante que hacer por acá.

―Me imagino, hombre de negocios.

Jane lo encontraba un hombre aburrido. Tenía seis años más que ella y a su cargo tenía muchas responsabilidades.

Mientras hacía la maleta, Adam se concentró en los bocetos que descansaban en el escritorio de la habitación.

―Eres realmente buena ―acotó sin tocarlos.

―Te lo dije. Es mi pasión.

―Así veo. ―Se giró y al verla con la valija, preguntó.

―¿Lista?

―Guardo los bocetos, y me voy.

―Te llevo al aeropuerto.

―Gracias.

El  regalo de JaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora