Chile...
La habitación se llenó de silencio. Silencio que solo era interrumpido por pequeños suspiros de Jane. Tenía en el alma un «perdón» insistiendo por salir.
Se miraron fijamente. Tomás estaba sentado en su escritorio y Jane con una mochila colgando de su hombro y una valija en la mano, frente a él.
A los dos se les humedecieron los ojos.
La jovencita dio pasos lentos hasta el escritorio de su padre. Éste aún permanecía en silencio, no esperaba la visita de su hija.
―¿Cómo estuvo el viaje?
―¿Qué tal el trabajo?
Dijeron ambos al mismo tiempo.
―Bien. ―Volvieron a repetir.
―Papá... ―Jane hizo un puchero que no pudo retener.
―Hija... ―Tomás se levantó y extendió sus brazos. La muchacha dejó caer la mochila y la valija para acurrucarse en el pecho de su padre. Otra vez, como siempre.
Lloró, pidió mil veces perdón y lo abrazó incontables veces.
―Fui tan tonta, papá... Perdón, no es justo.
Tomás no le decía nada, solo le besaba la coronilla y desenredaba su pelo.
―Dime algo, papá... ―demandó más calmada.
―Tranquila, hija...
―Estaba tan enojada... que dije algo que no siento. Tú eres mi papá... Y yo... yo estoy molesta pero no quería decirlo.
―Ya lo sé... ―susurraba mientras aún mantenía entre sus brazos a Jane.
―¿No estás enojado conmigo? ―preguntó Jane, apartándose.
―Tu madre me dijo, era cosa de tiempo. Pero me dolió mucho, Jane ―confesó por fin.
―Sí... ―asintió la hija mientras se secaba las lágrimas.
―Y sé que a ti también te ha dolido lo que dijiste ―concluyó tomando las mejillas de su niña―. Más daña lo que sale de tu boca que lo que entra en ella, tómalo como experiencia de vida, mi amor. Las palabras equivocadas pueden causar daños inimaginables e incluso, irreparables. No dejes que tu boca hable antes que tu corazón. Tu corazón es hermoso, deja que él hable por ti.
Ambos se miraban a los ojos. Tomás había formado a sus hijos a base de lecciones. Ellos eran su debilidad y a pesar de que la adolescencia hacía lo suyo, lograba sacar enseñanzas para la vida. Esta era una de ellas, una que Jane, jamás olvidaría.
―Gracias, papá. ―Lo abrazó tan fuerte y durante un largo tiempo, que Tomás no pudo más que disfrutar de tenerla allí.
Besó su coronilla y dijo:
―Listo, vamos que tu madre estará feliz de verte.
Cuando bajaron del auto, encontraron a Pedro y Matías jugando al fútbol. Su padre les había enseñado desde pequeñitos. El balón cayó muy cerca de donde ellos se encontraban y Tomás no perdió oportunidad para dominarlo.
Matías no se había fijado quién acompañaba a su padre, pero en cuanto la vio, corrió para abrazarla.
―¡Hola, enano! ―Jane le besaba la cabeza una y otra vez―. ¿Cómo te trata la escuela?
―Te he extrañado, Jane. Y mejor ni preguntes que papá puede oír... Las matemáticas no son lo mío. ―Jane solo le guiñó un ojo y lo volvió a abrazar.
Eran muy unidos, desde siempre. Con Pedro, la relación era distinta. Él era más independiente aunque era el hijo menor.
Matías volvió para jugar con su hermano y su padre mientras que Jane se dirigió a la puerta de entrada.
Allí se cruzó con Bruno, su primo.
―¡Vaya, llegó la hija pródiga! ―dijo mostrándole la lengua.
―¿No te cansas, Brunito? ―Le devolvió el gesto y lo abrazó―. ¿Cómo estás? Te eché de menos.
―Bien, bien... con mil cosas en la Universidad. ¿Ya te aburriste por allá? ―preguntó revolviéndole el pelo.
―Vine a resolver algunas cosas, pero en dos días debo volver. ¿Quién está dentro? ―Señaló la casa con la cabeza.
―Todos. Vamos... ¿Sabían que venías?
―Llegué de sorpresa. ―Sonrió y de la mano de Bruno, entró hasta la terraza en la que efectivamente estaban todos.
―¡Mi niña! ―exclamó la abuelita Lu, acercándose a paso lento.
―¡Hola, Jane! ―escuchó que gritó su abuelo.
Ismael, el más cómplice de sus tíos, se acercó corriendo, la tomó en andas y la hizo girar por los aires.
―¿Cómo te tratan por allá? Yo en unos meses me voy y no estarás sola, ya verás. ¿Me extrañaste, pequeña? ―Terminó riendo y mareada.
―Sí, pero bájame ¡ya!, Maelis.
Y cuando lo hizo, vio a Amanda y a Ester salir de la cocina. Se miraron y no necesitaron decir nada. Se abrazaron las tres.
―Bienvenida a tu casa, hija. ―Amanda secaba lentamente las lágrimas de Jane. Pero esta vez, de felicidad.
Las risas, el bullicio y todo a cuanto estaba acostumbrada, se hicieron presente.
Su teléfono sonó y al revisar, encontró un WhatsApp de Adam.
«¿Todo bien? ¿Más tranqui?»
Observó a su alrededor, se dio cuenta de que tenía todo cuanto quería y, entonces, respondió:
«Sí, estoy disfrutando de mi regalo: mi familia»
Fin
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