A estas alturas ustedes sabrán muy bien que el ser humano es una cosa muy extraña. En tiempos pasados tuvo cientos de religiones (al desgastarlas, las desechó); hoy mantiene cientos y cientos de ellas, y crea no menos de tres nuevas cada año. Aunque aumentara las cifras, seguiría estando por debajo de la realidad. Una de las principales religiones es la llamada Cristiana. Estarán seguramente interesados en que les haga una breve descripción de esta religión, la cual está explicada en un libro de dos millones de palabras, el Viejo y el Nuevo Testamento. Se le conoce también por otro nombre: la Palabra de Dios. Pues los cristianos creen que cada palabra del libro fue dictada por Dios, Ése del cual les he hablado.
Este es un libro de un interés extraordinario, colmado de noble poesía, que contiene varias fábulas agradables, algunas historias sanguinarias, uno que otro buen consejo moral y una increíble cantidad de obscenidades. Contiene además no menos de mil mentiras. La Biblia está constituida esencialmente a partir de los fragmentos de otras biblias que estuvieron de moda y después entraron en decadencia: carece, por lo tanto, de toda originalidad. Los 3 ó 4 acontecimientos más impresionantes e importantes que se narran en ella estaban ya en las biblias precedentes, y lo mismo puede decirse con respecto a los preceptos o a las más loables de sus normas de comportamiento. Hay solo un par de cosas nuevas: el infierno, por ejemplo, y ese tipo de paraíso del que ya les hablé en otra de mis cartas.
¿Qué podemos hacer? Si creemos, como esta gente, que Dios inventó estas crueldades, Lo difamamos; si creemos que ellos las inventaron, difamamos a los hombres. Es un desagradable dilema en cualquier caso, porque ninguna de las partes nos ha hecho ningún daño.
A favor de la paz, tomemos partido. Unamos fuerzas con la gente y carguémosle este ofensivo cargo a Él: el Cielo, el infierno, la Biblia, todo, en fin. No es bueno, ni parece justo y, sin embargo, al considerar ese Cielo agobiante, cargado con todo lo que es repulsivo para el ser humano, ¿cómo podemos creer que un ser humano lo inventó? Y cuando llegue a hablarles del infierno, la presión será mayor aún, y ustedes probablemente dirán: no, ningún hombre creará un lugar semejante ni para sí mismo ni para otro; es simplemente imposible.
La ingenua Biblia nos hace el relato de la Creación. ¿De qué? ¿Del Universo? Sí, precisamente del Universo. ¡Y en seis días!
Su autor es Dios, el cual concentró toda su atención sobre este mundo, el cual construyó en cinco días; pero le bastó un solo día para crear veinte millones de soles y al menos ochenta millones de planetas.
Y ¿para qué servía todo esto según sus intenciones? Tan solo para iluminar este mundito de los hombres. Este fue su único objetivo, y ningún otro. Uno de los veinte millones de soles (el más pequeño) debía iluminar la Tierra de día, y el resto tenía la función de ayudarle a una de las innumerables lunas del universo a atenuar las tinieblas de la noche.
Es evidente que él creía que sus flamantes cielos quedaban sembrados de diamantes con esas miríadas de estrellas titilantes tan pronto como el sol del primer día se hundía en el horizonte; cuando en realidad ni una sola estrella podía brillar en esa negra bóveda hasta tres años y medio después de que se completara la formidable industria de aquella semana memorable. Luego apareció una estrella, única, solitaria, y comenzó a titilar. Tres años más tarde apareció otra. Las dos brillaron juntas por más de cuatro años antes de que se les uniera una tercera. Al cabo de la primera centuria no había siquiera veinticinco estrellas brillando en las vastas inmensidades de esos tristes cielos.
Al cabo de mil años no había aún el suficiente número de estrellas visibles para constituir un espectáculo. Al cabo de un millón de años solamente la mitad del despliegue actual había enviado su luz a través de las fronteras telescópicas, y pasó otro millón hasta que sucediera lo mismo con el resto. No habiendo telescopios en esa época, no pudo observarse el advenimiento.
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Cartas desde la tierra - Mark Twain
HumorCartas desde la Tierra o Cartas de la Tierra es el testamento antirreligioso de Mark Twain. Fueron publicadas más de 50 años después de su muerte, debido a la férrea oposición de su hija Clara. Es un libro divertido, dinámico e irónico. Contiene las...