Noé y su familia se salvaron, si puede considerarse una ventaja, -pongo el si por la sencilla razón de que nunca existió una persona inteligente que hubiese alcanzado los sesenta años que consintiera en vivir su vida de nuevo. Ni la suya ni ninguna otra-. La Familia se salvó, sí, pero no estaban cómodos, porque estaban plagados de microbios. Cubiertos hasta los ojos; habían engordado con ellos hasta la obesidad, estirados como globos. Eran condiciones desagradables, pero no podían evitarse, porque había que salvar microbios suficientes para proveer a las futuras razas de hombres de enfermedades desoladoras, y sólo había ocho personas a bordo que pudieran servirles de hoteles. Los microbios eran la parte más importante de la carga del Arca, y la parte por la cual el Creador estaba más preocupado, que más quería. Tenían que tener buen alimento y estar bien instalados. Había gérmenes de tifoidea, de cólera, de hidrofobia, y tétanos, gérmenes de tuberculosis, y de fiebre bubónica, cientos de seres especialmente preciosos, cuál aristócratas portadores dorados del amor de Dios por los hombres, benditos regalos de un Padre amante de sus hijos, y todos ellos tenían que estar suntuosamente alojados y atendidos. Residían en los lugares más selectos que el interior de la Familia podía ofrecer: en los pulmones, en el corazón, en el cerebro, en los riñones, en la sangre, en las entrañas. En las entrañas particularmente. El intestino grueso fue el alojamiento favorito. Allí se reunían en billones incontables, trabajaban y se alimentaban, se retorcían y cantaban himnos de alabanza y agradecimiento. En el silencio de la noche, se podía oír el murmullo. El intestino grueso fue, en realidad, su Cielo. Lo rellenaron, lo pusieron tan rígido como un caño. Se enorgullecía de ello. Su himno habitual hacía grata referencia a ello:
Constipación, oh constipación, Este alegre sonido proclama.
Hasta en las recónditas entrañas del hombre El nombre del Hacedor alaba.
Las incomodidades del Arca eran muchas y variadas. La Familia tenía que convivir con una multitud de animales, y respirar el hedor que causaban y ensordecerse noche y día por el ruido fragoroso que producían sus rugidos y sus chillidos.
Agregados a esas incomodidades intolerables, el lugar era especialmente difícil para las mujeres, porque no podían mirar en ninguna dirección sin ver a miles de animales multiplicándose y repoblando. Y luego, estaban las moscas. Se amontonaban por todas partes, y perseguían a la Familia todo el día. Eran los primeros animales en despertar, y los últimos en caer dormidos. Pero no debía matárselas, ni lastimárselas, eran sagradas, su origen era divino, eran las favoritas especiales del Creador, sus tesoros.
Con el tiempo otros seres se distribuirían por distintos lugares, dispersados, los tigres fueron destinados a la India, los leones y los elefantes a los desiertos vacíos y a los lugares escondidos de la jungla, los pájaros a las regiones ilimitadas del espacio vacío, los insectos a uno u otro clima, según la naturaleza y las necesidades; ¿pero, y la mosca? No pertenece a nación alguna; se siente a gusto en cualquier clima, el orbe es su territorio, todo ser que respira es su presa, y para todos es un azote del infierno.
Para el hombre es una embajadora divina, un ministro plenipotenciario, un representante especial del Creador. Lo infesta en la cuna; se adhiere en racimos a sus pegajosos párpados; zumba, lo pica y lo fastidia, le roba el sueño a él y las fuerzas a su madre en las largas vigilias que dedica a proteger al hijo del acoso de esta plaga. La mosca atormenta al enfermo en su hogar, en el hospital y en su lecho de muerte hasta su último suspiro. Lo atormenta en la comidas; primero busca pacientes que sufran enfermedades mortales y repugnantes; camina por sus heridas, se impregna las patas con un millón de gérmenes causantes de la muerte; luego se posa en la mesa de ese hombre sano y contamina la mantequilla, y descarga su intestino de excrementos y gérmenes tifoideos en sus panecillos. La mosca arruina más organismos humanos y destruye más vidas que toda la multitud de mensajeros de infelicidad y agentes letales de Dios juntos.
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Cartas desde la tierra - Mark Twain
HumorCartas desde la Tierra o Cartas de la Tierra es el testamento antirreligioso de Mark Twain. Fueron publicadas más de 50 años después de su muerte, debido a la férrea oposición de su hija Clara. Es un libro divertido, dinámico e irónico. Contiene las...