Carta VIII

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El hombre es, sin duda, el tonto más interesante que existe. También el más excéntrico. No tiene una sola ley escrita, en su Biblia o fuera de ella, que tenga otra intención u otro propósito que éste: limitar u oponerse a la ley de Dios.

Pocas veces saca de un hecho sencillo algo que no sea una conclusión equivocada. No puede evitarlo; es la forma en que está hecha esa confusión que él llama su mente. Consideren lo que acepta, y todas las curiosas conclusiones que extrae.

Por ejemplo, acepta que Dios hizo al hombre. Lo hizo sin deseo ni conocimiento del hombre. Esto parece hacer, indisputable y claramente, a Dios y solamente a Dios responsable por los actos del hombre. Pero el hombre niega esto.

Acepta que Dios hizo a los ángeles perfectos, sin mácula e inmunes al dolor y a la muerte, y que podría haber sido igualmente bondadoso con el hombre, si lo hubiera querido, pero niega que tuviera ninguna obligación moral de hacerlo.

Acepta que el hombre no tiene derecho moral a castigar al hijo que engendra con crueldades voluntarias, enfermedades dolorosas o la muerte, pero rehúsa limitar los privilegios de Dios de la misma manera hacia los hijos que Él engendra.

La Biblia y los estatutos del hombre prohíben el homicidio, el adulterio, la fornicación, la mentira, la traición, el robo, la opresión y otros crímenes, pero sostienen que Dios está libre de esas leyes y que tiene derecho a romperlas cuando quiera. Aceptan que Dios da a cada hombre al nacer su temperamento y su disposición. Aceptan que el hombre no puede, por medio de ningún proceso, cambiar este temperamento, sino que debe permanecer siempre bajo su dominio. Pero, en el caso de que un hombre esté lleno de pasiones tremendas, y otro, totalmente privado de ellas, considera justo y racional castigar al primero por sus crímenes, y recompensar al segundo por abstenerse de cometerlos.

A ver, consideremos estas curiosidades. Temperamento (disposición): Tomemos dos extremos de temperamento: la cabra y la tortuga. Ninguna de estas dos criaturas crea su propio temperamento, sino que nace con él, como el hombre y, al igual que él, no puede cambiarlo. El temperamento es la Ley de Dios escrita en el corazón de cada ser por la propia mano de Dios, y debe ser obedecido, y lo será a pesar de todos los estatutos que lo restrinjan o prohíban, emanen de donde emanen.

Muy bien, la lascivia es el rasgo dominante del temperamento de la cabra, la Ley de Dios para su corazón, y debe obedecerla y la obedece todo el día durante la época de celo, sin detenerse para comer o beber. Si la Biblia ordenara a la cabra: "No fornicarás, no cometerás adulterio", hasta el hombre, ese estúpido hombre, reconocería la tontería de la prohibición, y reconocería que la cabra no debe ser castigada por obedecer la Ley de su Hacedor. Sin embargo, cree que es apropiado y justo que el hombre sea colocado bajo la prohibición. Todos los hombres. Sin excepción. A juzgar por las apariencias esto es estúpido, porque, por temperamento, que es la verdadera Ley de Dios, muchos hombres son iguales que las cabras y no pueden evitar cometer adulterio cuando tienen oportunidad; mientras que hay gran número de hombres que, por temperamento, pueden mantener su pureza y dejan pasar la oportunidad si la mujer no tiene atractivos. Pero la Biblia no permite en absoluto el adulterio, pueda o no evitarlo la persona. No acepta distinción entre la cabra y la tortuga, la excitable cabra, la cabra emocional, que debe cometer adulterio todos los días o languidecer y morir, y la tortuga, esa puritana tranquila que se da el gusto sólo una vez cada dos años y que se queda dormida mientras lo hace y no se despierta en sesenta días. Ninguna señora cabra está libre de violencia ni siquiera en el día sagrado, si hay un señor macho cabrío en tres millas a la redonda y el único obstáculo es una cerca de cinco metros de alto, mientras que ni el señor ni la señora tortuga tienen nunca el apetito suficiente de los solemnes placeres de fornicar para estar dispuestos a romper el descanso de la fiesta por ellos. Ahora, según el curioso razonamiento del hombre, la cabra es acreedora a castigo y la tortuga a encomio.

Cartas desde la tierra - Mark TwainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora