Carta X

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Los dos Testamentos son interesantes, cada uno a su modo. El Antiguo nos da un retrato del Dios de este pueblo antes del inicio de la religión, el otro nos da una visión posterior. El Antiguo Testamento se interesa principalmente por la sangre y la sensualidad. El Nuevo por la Salvación. La Salvación por medio del fuego.

La primera vez que la Deidad descendió a la tierra, trajo la vida y la muerte; cuando vino la segunda vez, trajo el infierno.

La vida no era un regalo valioso, pero la muerte sí. La vida era un sueño febril compuesto de alegrías amargadas por los sufrimientos, placeres envenenados por el dolor. Un sueño que era confusa pesadilla de deleites espasmódicos y huidizos, éxtasis, exultaciones, felicidades, entremezclados con infortunios prolongados, penas, peligros, horrores, desilusiones, derrotas, humillaciones y desesperación. La más agobiante maldición que pudiera imaginar el Ingenio Divino. Pero la muerte era dulce, apacible, bondadosa; la muerte curaba el espíritu abatido y el corazón destrozado, proporcionándoles descanso y olvido; la muerte era el mejor amigo del hombre, que lo liberaba de una vida insoportable.

Con el tiempo, la Deidad percibió que la muerte era un error; un error insuficiente; un error, en razón de que a pesar de ser un agente admirable para infligir infelicidad al superviviente, permitía a la persona que moría escapar de la persecución posterior en el bendito refugio de la tumba. Dios meditó sobre este asunto, sin éxito, durante cuatro mil años, pero tan pronto como bajó a la tierra y se hizo cristiano se le aclaró la mente y supo qué hacer. Inventó el infierno y lo proclamó.

Aquí hay algo curioso. Todos creen que mientras estuvo en el cielo fue severo, duro, fácil de ofender, celoso y cruel; pero en cuanto bajó a la tierra y tomó el nombre de Jesucristo, asumió el papel opuesto. Es decir, se volvió dulce y manso, misericordioso, compasivo, toda aspereza desapareció de su naturaleza, reemplazada por un amor profundo y ansioso por sus pobres hijos humanos. ¡Sin embargo, fue Jesucristo quien inventó el infierno y lo proclamó!

Esto equivale a decir que como manso y suave Salvador fue mil billones de veces más cruel que en el Antiguo Testamento. ¡Oh, incomparablemente más atroz que en sus peores momentos de antaño! ¿Manso y suave? Luego examinaremos este sarcasmo popular a la luz del infierno que inventó. Aunque es verdad que Jesucristo se lleva la palma por la malignidad de tal invento, ya era lo suficientemente duro y desapacible para cumplir su función de Dios antes de volverse cristiano. Al parecer, no se detuvo a reflexionar que la culpa era de Él cuando el hombre erraba, ya que el hombre sólo actuaba según la disposición natural con que Él lo había dotado. No, castigaba al hombre, en lugar de castigarse a Sí mismo. Aun más, el castigo generalmente sobrepasaba a la ofensa. A menudo caía, también, no sobre el ejecutor de la falta, sino sobre algún otro: un caudillo o jefe de comunidad, por ejemplo.

"Moraba Israel en Sitim; y el pueblo empezó a fornicar con la hijas de Moab".

"Y Jehová dijo a Moisés: toma a todos los príncipes del pueblo, y ahórcalos ante Jehová delante del sol, y el ardor de la ira de Jehová se apartará de Israel". ¿A ustedes les parece justo? No parece que los "dirigentes del pueblo" hubieran cometido adulterio y, sin embargo, a ellos se los colgó en lugar del "pueblo".

Si fue justo y equitativo en esos días, sería justo y equitativo hoy, porque le púlpito sostiene que la justicia de Dios es eterna e inalterable; así como que Él es la Fuente de la Moral, y que su moral es eterna e inalterable. Muy bien, entonces debemos creer que si el pueblo de Nueva York comenzara a prostituir a las hijas de Nueva Jersey, sería justo y equitativo levantar un patíbulo frente a la municipalidad y colgar al intendente, al jefe de policía y a los jueces, y al arzobispo, aunque ellos no lo hubieran hecho. A mí no me parece bien. Además, pueden estar completamente seguros de que no podría suceder. El pueblo no lo permitiría. Son mejores que su Biblia. Nada sucedería, excepto algunos juicios por daños, si no se pudiera silenciar el asunto.

Cartas desde la tierra - Mark TwainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora