Capítulo 2: Sentimientos

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Sentimientos... esos que mueven a la gente.

Yo, Cloe, lo sé más que nadie. Todas las personas se guían por ellos, ya sea para alabar a otros o para juzgarlos. Quizás suene extraño, pero hasta el mínimo detalle de nosotros está condicionado por los sentimientos. Estos que ahora yo puedo manejar, sí, manejarlos a mi antojo, a placer. Por desgracia no los míos, los míos son los únicos que no puedo controlar. Me tensa, me fastidia que justo lo que necesito desvanecer de mí no sepa y/o no llegue a saberlo hacer nunca. Lo que pasa «y que no quiero reconocer» es que a veces uso este maldito don para pagar con los demás mi frustración por aquello. Siempre he sido mala para expresarlos, no el cariño o el amor amistoso y familiar hacia un ser querido, no, lo que no sé demostrar es ese típico sentimiento que muchos creen normal: el amor. Todo el mundo se ama, todo el mundo se dice te quiero, y yo tengo miedo. Miedo a caer de tan sólo pensarlo, miedo de caer en él por ese dichoso hombre que vuelve a mi vida para amargarme la existencia. Hacía tiempo que no sentía tanta confusión, hacía ya muchos años que me había sentido falsamente libre de ese sentimiento.

Maldito seas, otra vez te tengo cerca y si me reconoces yo no lo soportaré. Cuando éramos críos esto era más fácil, yo te evitaba y tú te aburrías, pero ahora sería todo diferente, ahora sería todo más complicado. Me escondo cuando llegamos a tu lugar de trabajo, intento cercar un muro a mi alrededor hasta que te pones frente a mí y me miras. Sé que comienzas a pensar, sé que te preguntas de dónde me conoces. En esos momentos hago uso de mi poder para que te sientas más confundido, para que colapses en tu intento por descubrir mi identidad. Sí, siempre surge efecto. Mascullo un gran suspiro cada vez que frunces el ceño y te alejas derrotado, dejando de batallar por saber quién soy. 

¿Podré seguir con esto hasta que el proyecto termine? Rezo por esto sin ni siquiera creer en que alguien escuche mis plegarias. No creo en nada, desde que mi vida se volvió algo insípido y lleno de injusticias no puedo hacerlo. Ese jefe que tanto me adora delante de los demás, me roba mis ideas, mis pequeños sueños. Por una parte me siento orgullosa, eso quiere decir que soy buena en lo que hago, sin embargo, la sensación de ser despojada de mis logros por un farsante como él me duele, me mata una parte de mí y cada vez me hundo más en el lodo. Necesito algo que me libere, algo que me anime a seguir adelante sin tener que pagarlas con ese imbécil. Si fuera una persona mezquina, llena de odio, ya lo habría sumido en una depresión incurable y habría hecho justicia, pero no, no soy como él; espero que la vida misma me recompense, aunque empiezo a dudar de que eso suceda. No tengo esperanzas en repentinos milagros, desde ese día hace diez años mis esperanzas en repentinas sorpresas gratas desaparecieron...

Diez años antes / En una gran ciudad, lejos del pueblo costero

Un autobús llegaba a la estación, llevando a dos adolescentes con el miedo instado en sus corazones. No sabían qué les deparaba el futuro, aún así, habían emprendido ese viaje sin pensar en las consecuencias. La chica comenzaba a darse cuenta de la locura que estaban cometiendo al bajar y ver a su amigo sacar las maletas del vehículo, todas las dudas e inseguridades aparecían para atormentarla en ese momento. Él, cuando terminó de recoger ambos bultos, agarró la muñeca de la muchacha dispuesto a irse de allí cuanto antes. Ahí notó también como ella no se movía, insegura, severamente perdida en sus pensamientos.

–Cloe, ¿qué te pasa? –se posicionó frente a la susodicha.

–Nada –vaciló ella–, es sólo que hacer esto...

–Si no lo hacemos nos encerrarán injustamente, ¿no recuerdas lo que nos dijo el padre de Derek?

El joven le sobó los hombros, Cloe debía despejar sus miedos antes de que alguien consiguiera saber su ubicación.

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