Capítulo 5: Tiempo

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Llevo años echándole la culpa de todo. Llevo mucho odiando el paso del tiempo. Paso de esforzarme por nada, me olvido de luchar, puesto que abandoné la esperanza hace ya bastante. Sólo quiero que pare, que el tiempo se quede estancado y yo no envejezca, sí, eso es lo que deseo con toda mi alma. 

Mi vida es una porquería y a pesar de que tengo todo lo que un hombre puede ambicionar, mi interior sigue vacío, haciendo que la gente que me importa se distancie de mí. ¿Que por qué me comporto así? Por mi mayor error, si ese día no hubiera insistido en ir al bosque incitando a la curiosa Allison nada de esto estaría pasando. Es mi culpa, lo sé, y debo pagarlo como lo estoy haciendo. Aunque jamás pensé que dolería tanto.

Desde que ese ser se nos presentó mi cuerpo ha estado desarrollando una serie de maquiavélicos poderes. Sé que es para mortificarme, sé que no debo quejarme por algo que merezco, pero esta maldición me obliga a mirar todo lo que me rodea como si se fuera a ir de mi lado, soy tan infeliz... ¿Y qué hago? Nada, sólo fingir que soy un crío inmaduro. Pero, ¿qué haría alguien que tiene este poder? ¿Qué se le cruzaría por la cabeza a una persona que pudiera quemar la vida de otra con tan sólo tocarla? Es espeluznante. El tiempo es mi arma y a la vez mi verdugo.

Quise mil veces desaparecer y no depender de mi pequeño hermano, que por desgracia adquirió el mismo don. No, en realidad no es el mismo, su poder es todo lo contrario, aunque también lo odie con todo su ser. Y todo es tan extraño cuando nos encontramos, él no quiere tenerme cerca y yo deseo su compañía. Me he dado cuenta de que cuando estamos juntos mi envejecimiento se ve pausado y lo necesito a mi lado, pero me da miedo decírselo, temo que por este hecho piense que lo uso porque en cierto modo es así y me detesto a mí mismo por ello. ¿Y en qué me he convertido para él? ¿Cree que me he dejado llevar por este maldito poder? En nuestra infancia éramos inseparables, siempre habíamos sido el apoyo del otro, ¿dónde dejamos todo aquello? ¿Qué estoy haciendo mal? Lo estoy perdiendo todo, lo pierdo a él... la pierdo a ella...

Annabeth, mi esposa, mi amiga, mi vida. La persona que ha sido capaz de amarme hasta ahora. Es simplemente perfecta, la persona que más feliz me ha hecho en toda mi vida. Y me destroza no poder corresponderle por mi temor a perderla, sólo la hago sufrir, sufrir por esas mínimas cosas que en una pareja normal se pasarían por alto. Soy un desgraciado por pensar sólo en mí, por retenerla a mi lado cuando debería dejarla ir y que sea feliz con otro que la merezca más que yo, pero mi cuerpo la reclama tan fervientemente que al verla alejarse siempre la obligo a volver. Y cuando estoy hundido por su ausencia, ella vuelve, increíblemente siempre vuelve a mí importándole muy poco el daño que le haga, porque inexplicablemente sabe que la amo, aunque el daño colateral nos esté destrozando.

Llevamos semanas viviendo separados, ella en la casa que compramos tan ilusionados cuando nos casamos y yo en el pequeño despacho del local que nos ha dado tantos disgustos como alegrías. No está bien, no es sano. Esto debe acabar, tenemos que parar. Y a pesar de que me desgarre por dentro, le he pedido el divorcio. Teniendo la desfachatez de hacerlo por una simple carta:

"Para mi mayor tesoro, Annabeth:

Soy tan cobarde que sólo me atrevo a hacerlo de esta manera. A través de un simple papel con mis más sinceras palabras, espero que llegues a comprenderme.

Desde que vi tus ojos por primera vez caí rendido ante ellos. Olvidé mis complejos y mis miedos. Sabes lo que siento por ti pero sé que necesitas que lo diga, que haga el esfuerzo de pronunciarlo, ¿por qué no puedo hacerlo? ¿Qué me hace tan cobarde como para dejarte ir sin decírtelo una sola vez? El miedo. El miedo a mí mismo. Recuerda que yo soy mi peor enemigo. Y no quiero retenerte cuando soy yo el que te alejo, el que te hace tanto daño...

MonstruoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora