Capítulo 4: Control

33 3 2
                                    

El control...

Muchos piensan en el control como algo absoluto, algo que les da la seguridad de que su alrededor responderá a ellos sin ningún tipo de resistencia. Yo pensaba igual hasta que la verdadera cara de esa definición se me presentó de lleno. Desde que todo se volvió frágil en mis manos, débil a mis impulsos y insignificante a mis deseos. «Se debe tener cuidado con lo que se desea febrilmente», una advertencia que yo pasé por alto. Me arrepiento tanto de ambicionar lo que ahora condiciona mi vida, lo que me hace ser despreciado por quien me ve controlando, controlarlo todo... Sí, tenía al fin lo que ansiaba, el poder, el control. Una maldición que poco a poco me haría perder a las personas que me importaban, que iba alejando irremediable, como es lógico, ¿quién querría estar al lado de una bestia como yo?

A mis quince años deseaba como todo adolescente tener siempre la atención de los demás, que cuando actuara mis amigos secundaran todas y cada una de las propuestas que yo hacía, sin embargo, no obtenía ese efecto, frustrándome sobremanera. Maldita la hora en la que mi más arraigado anhelo se hizo realidad, maldita aquella vez que, por primera vez, manejé como títeres a aquellos hombres. Ahí comenzó mi desgracia, ahí perdí a Cloe, perdí mi inocencia y fui encerrado. Aunque una parte de mí estaba en paz ya que ella no sufriría lo que yo estaba por pasar, yo me enterraba en mí mismo, intentando engañarme y no ver en lo que me estaba convirtiendo.
Nadie se explicaba cómo un crío de dieciséis años había abatido a todos esos individuos, pero tenían claro que yo era peligroso, monstruoso. Me tacharon de asesino, de mercenario. Me interrogaban una y otra vez en busca de una explicación, que por supuesto jamás di, nunca hablé con la verdad, ¿cómo iban a creerme? Aguanté golpes, aguanté coacciones, miradas de odio, hasta que mi débil cuerpo dijo basta.

Había intentado huir de lo que mi mente me pedía, algo en esta que me incitaba a usar lo que más temía: mi nuevo don. Sabía que cada vez que lo usara el caos me abriría el paso, no obstante, las consecuencias de ello serían devastadoras para mi conciencia. No estaba dispuesto a pagar mi situación con gente inocente, a pesar de mi fuerte voluntad y mi correcta visión de la situación, seguía siendo un niño, un niño siendo maltratado sin descanso para que confesara algo que no era verdad. Por un segundo dudé, por un momento me sentí débil, desprotegido. Las lágrimas por mis mejillas hicieron que uno de los agentes sonriera, iba a confesar, lo iba a hacer...

Entonces mi corazón latió más fuerte de lo normal, como si intentara evitar que cayera en esa trampa. Miré fijamente al hombre frente a mí y le devolví la sonrisa inconscientemente. Su mueca cambió, al parecer no le gustaba lo que comenzaba a cambiar en mí, ¿qué podía ser? El reflejo en el cristal a la espalda del policía me lo confirmó, mi cara lucía brutalmente derrocada pero algo me llamó la atención: mis ojos negros no eran tal, estaban rojos, rojos como la sangre. El temor me hizo exponerme más al gran poder que me zambullía y me dejé llevar... ya no tenía nada que perder.
Reventé literalmente, ni mis magulladuras me impidieron sentir el inminente control fluyendo por cada miembro de mi cuerpo. Luchaba por controlarlo a él, al mismísimo control, estúpido de mí... ¿cómo podía ir en contra de lo que el interior de mi ser más deseaba hacer? Las esposas que custodiaban mis manos se vieron reducidas a cenizas y eso fue el desencadenante de todo. Me levanté muy lentamente. Ambos policías se apartaron de mí, con miedo. Esperaban que mi cuerpo, entonces inmóvil, se moviera dándoles la excusa perfecta para abordarme. Sus manos se dirigían cuidadosamente hacia sus pantalones, obviamente intentando alcanzar sus pistolas. Mi mente se veía cegada por las ganas de experimentar. Cerré los ojos inhalando fuertemente, al abrirlos lo supe: aquello acababa de empezar... A pesar de que realmente no recuerdo con claridad lo que pasó a continuación, en mi mente se quedaron grabados los gritos de dolor, el sonido del enorme cristal desquebrajándose con la sola intención en mis ojos y una inesperada presencia al chocarme con ella corriendo por los pasillos de aquel lugar después de conseguir huir.

MonstruoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora