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Milena
2005-2006

Los primeros días frontal a cada cliente con un cosquilleo optimista; se dijo que los hombres no podían ser indiferentes a su situación, que el próximo amante sería su llave de salida. Los miraba a los ojos como los viejos marineros observaban los mapas y su solavidra desencadena la experiencia del viaje, pero eso era cuando aún creía en los seres humanos o por lo menos en el deseo que tendrían de expiar sus culpas. La miradavqhe le regraban era de codicia, desprecio, timidez, culpa y ocasionalmente de conmiseración, nunca de solidaridad o complicidad.
Recién llegada a Marbella, apenas cumplidos los diecisiete años perdió la virginidad a manos de un jeque árabe, vencedor en la subasta. Con el tiempo descubrió que los árabes adinerados abordaban el sexo como los franceses la comida: gozaban más de hablar de la experiencia que de la experiencia misma. Esa noche su desvirgador reclamó largas peroratas en su idioma a medida que desvelaba porciones de su cuerpo, como un catador de guisos que proclama beneplácitos tras cada bocado; sin embargo, la arremetida final consistió en apenas media docena de empellones y un par de resoplido exhaustos. El hombre se desplomó a su lado y se olvidó de ella por un rato hasta que súbitamente pareció recordar algo, se incorporó en la cama, la empujó co brusquedad: una enorme sonrisa tajó su rostro cuando vio el rastro de sangre sobre la sábana. La sonrisa no desapareció mientras caminaba hasta una cómoda de cuyo cajón superior sacó un estuche. De allí extrajo una ajorca de oro que él mismo colocó en el tobillo de Milena.

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De esa noche ella recordar ja más bien el día siguiente:el dolor repentino y punzante que experimentó a manos del jeque fue nada comparado con la violación tumultuaria de que fue objeto doce horas más tarde. Los cuatro hombres que cuidaban la casa-prisón a la que la habían llevado se dieron cita en su cama por la mañana e hicieron lo que no les habían permitido hasta que su virginidad fuera vendida. En lo que parecía un ritual de iniciación, abusaron de Milena durante horas en formas y modalidades que ella creía destinadas sólo a los animales. Quedó postrada durante veinticuatro horas por el dolor y el entumecimiento; nunca volvió a ver la ajorca.
Dos días después empezó el desfile de clientes, todos adinerados y muchos de ellos extranjeros. En los primeros años solo le asignaban un parroquiano por noche, no en consideración a ella sino al alto precio en que la cotizaban y las exigencias de los que pagaban. Por lo general, la trasladaban a alguna suite y en muchas ocasiones se requería su permanencia durante toda la velada; pocos estaban dispuestos a pagar mil o mil doscientos euros por sólo media hora de compañía. Al principio confundió las atenciones que algunos de ellos le prodigaban con un auténtico interés en su persona; luego aprendió que en realidad se trataba de una cortesia del cliente hacia su propio dinero.
Desde niña Milena había tenido facilidad para los idiomas. Hablaba croata y serbio, algo de alemán y algo de inglés; con los años dominará este último, el español y el ruso gracias a la procedencia variopinta de la clientela, mejoraría su alemán y llegaría a darse a entender en francés, italiano y árabe. Los primeros días intentaba explicar a cada uno de los clientes el secuestro del que era víctima, las infamias que había padecido y su desesperación por escapar. La respuesta de los hombres fluctuaba entre la incomodidad y la franca irritación; no habían pagado tan elevada tarifa para escuchar problemas. En el mejor de los casos, sus súplicas inspiraba un encogimiento de hombros apenado, como quien rehúsa dar una moneda a un pordiosero pretextando la falta de dinero suelto en los bolsillos.

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Antes de una semana uno de los clientes denunció a sus captores las quejas de la chica y el mundo se le vino encima. Le quemaron las plantas de los pies con cigarrillos antes de encerrarme desnuda durante tres días sin alimento ni bebida en un agujero oscuro y pestilente, como la primera vez; al salir la ahogaron intermitentemente en una tiña con agua. Cuando por fin la dejaron descansar, ella asumió que el castigo había terminado: faltaba lo peor. La trasladaron a un burdel de mala muerte de un viejo barrio y durante una semana tuvo que atender a ocho o diez hombres por noche, a razón de cuarenta euros la sesión. El responsable recibió la instrucción de asignarle los clientes más borrachos o repugnantes, aunque siempre atento al estricto uso del condón.
Después de ese escarmiento Milena dejó de procurar la ayuda de los clientes. Sólo de tanto en tanto, cuando alguno se empecinaba en saber quién era y de dónde venía, se animaba a sugerir con timidez su deseo de un cambio. Ninguno dio algún paso para involucrarse en su liberación; los más sensibles eran también los que más se intimidaban ante la apariencia fuera del guardia con el que ella llegaba y partia cada cita.
No obstante, incluso esos tímidos intentos fueron abandonados seis meses después del primer castigo. Natasha Vela, una de las tres Natashas que habitaban la casa -en realidad se llamaba Valeria, pero los clientes sentían fascinación por el nombre ruso-, logró escapar con un cliente enamorado. Sus captores no tardaron ni veinticuatro horas en recuperarla: se habían refugiado en un humilde hostal del centro histórico de Marbella, creyendo que pasarían inadvertidos con el siempre expediente de alejarse de los circuitos vinculados al turismo de élite.

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Al hombre, un holandés propietario de una pequela imprenta, lo golpearon y le advirtieron que sin lo volvían a ver o daba parte a la policía, sería asesinado; en los papeles que le encontraron había fotos de su familia, esposa incluida, y eso facilitó las cosas. Lo llevaron al aeropuerto y lo subieron a un avión con destino a Londres. A Natasha la arrastraron de vuelta a la casa y los tratantes decidieron convertirla en una experiencia pedagógica: la mataron a palos frente al resto de las chicas. La víctima era una prostituta veterana que se encontraba en el último tramo de vida profesional útil, por lo menos al nivel que operaban Milena y sus colegas; el responsable del grupo juzgó que tenía más valor como ejemplo aleccionador para asegurar la obediencia de los más jóvenes.
A partir de esa tragedia, Milena sintió que la desesperanza iba a ser su pan de cada día.

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⏰ Última actualización: Mar 28, 2016 ⏰

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Milena o el fémur más bello del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora