(Lara)
Hoy por fin iba a verle, ese era el pensamiento que rondaba en mi cabeza durante todo el día. La última vez que lo vi fue el día que los llevé a él y a su novia al aeropuerto y de aquello habían pasado más de tres meses.
Había sido un día intenso en el trabajo y estaba realmente cansada pero nada podía contrarrestar las ganas que tenía de esta noche. Me vestí con lo primero medianamente arreglado que encontré y fui hacía el baño para maquillarme un poco y plancharme los mechones delanteros de mi melena rubia que siempre se empeñaban en ir a cualquier lugar, no había forma de controlarlos. Cuando ya bajaba las escaleras me di cuenta de que había olvidado el regalo de cumpleaños de Raúl arriba. Subí rápidamente a coger la cajita y casi me tropiezo con el último escalón, "vísteme despacio que tengo prisa", dice siempre mi madre. Mientras salía a zancadas por la puerta, escuché a mi abuela:
- Lara, ¿No te quedabas a cenar hoy?
- No, abuela. Te dije que hoy salía a cenar con Raúl y los demás. - Volví sobre mis pasos para besar su mejilla y también la de mi abuelo que en ese momento entraba en el salón.-El cumpleaños de Raúl fue la semana pasada, pero quiere celebrarlo también aquí con los amigos de siempre, además hacía mucho tiempo que no quedábamos todos.
-Ten cuidado Lara, no vuelvas muy tarde. Llama a tus padres si necesitas que vayan a recogerte. - Mi abuelo siempre estaba intranquilo cuando yo salía por las noches por si cogía el coche tras tomarme alguna copa, pero yo nunca bebía alcohol.
-Tranquilo abuelo, sabes que estaré bien. No llegaré muy tarde, no os quedéis despiertos toda la noche hasta que llegue porque os conozco, no pasará nada.
Una vez dije adiós a mis abuelos salí corriendo en dirección al coche. Cuando ya estaba sentada en el asiento, le mandé a Raúl un mensaje diciéndole que llegaría en 10 minutos a la pizzería donde habíamos quedado todos a las 21:30. Al mirar a los controles del coche para arrancar, me di cuenta de que el reloj ya marcaba las 21:35.
La ciudad de Valencia estaba muy bonita durante las Navidades. Luces de mil colores, arbolitos decorados con espumillones brillantes y escaparates repletos de nieve artificial. Calles abarrotadas de gente comprando los últimos detalles y terminando de comprar los ingredientes necesarios para la cena de noche buena. La ciudad estaba bulliciosa y el tráfico era lento, muy lento. Mientras avanzaba por la avenida no podía dejar de mirar el reloj, por el cual no dejaban de pasar minutos mientras que yo apenas podía avanzar.
Parecía que todos los semáforos de la ciudad se habían puesto en mi contra, la pantalla de mi teléfono móvil se iluminó y pude alcanzar a ver de reojo que era un Whatsapp de Raúl preguntándome cuanto me quedaba para llegar a la pizzería dónde íbamos a ir a cenar para celebrar su cumpleaños. Aproveché uno de los semáforos en rojo para informar rápidamente de mi situación en el atasco.
Sentía no ser puntual, aún más sabiendo lo poco que le gustaba a Raúl la impuntualidad y lo mucho que me costaba a mí llegar a los sitios a tiempo. Lo había echado muchísimo de menos estos tres últimos meses, a pesar de que hablábamos constantemente por teléfono y redes sociales pero no era lo mismo, necesitaba sentirme reconfortada con sus abrazos y escuchar su risa a mi lado. Raúl y yo hemos sido amigos desde que tengo uso de razón y siempre hemos sido inseparables. Pero cinco años atrás Raúl había decidido por vocación propia seguir con la tradición familiar: Raúl estudiaba medicina. Y yo sabía que para él no era sólo una titulación universitaria, se había convertido en su modo de vida y en su pasión. Me gustaba escuchar la emoción en su voz cuando hablábamos de alguna anécdota que le había sucedido en las prácticas de la carrera, o como brillaban sus ojos cuando me explicaba cosas nuevas que había aprendido. Cuando él marchó a estudiar a Barcelona yo tuve miedo de que nuestra relación de amistad se enfriara, pero nada más lejos de la realidad continuamos hablando constantemente y apoyándonos en todo, como siempre. Pero últimamente le notaba algo más distante por teléfono, como distraído, con la cabeza en otra parte y me extrañaba que cada vez que le preguntaba si todo iba bien me contestaba que si pero intentara cambiar rápidamente el rumbo de la conversación. Tal vez esta noche, después de la cena, si se daba la ocasión le insistiría un poco más sobre el tema. Nunca habíamos tenido secretos entre nosotros y no me gustaría que este hecho cambiara ahora.
Parecía que el tráfico comenzaba a ser más fluido, la pizzería se encontraba en una zona de la cuidad que se adivinaba más tranquila que el centro por donde terminaba de pasar. Aceleré un poco para evitar que el coche que tenía detrás siguiera pegado al maletero del mío, pero no sirvió para nada, el coche acelero detrás de mí. Le miré con cara de pocos amigos a través del retrovisor a pesar de que con la poca iluminación que había dudo que llegara a enterarse. Segundos más tarde, al pasar por un cruce solo vi luz, mucha luz, escuché un chirrido muy fuerte y sentí dos golpes secos, de repente me sentí caer al vacío mientras los ruidos se difuminaban en el aire y las imágenes desaparecían lentamente, intenté mantener la consciencia, pero poco a poco todo se volvió negro.
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Y hasta aquí la primera parte, se agradecerán mucho los votos, comentarios y críticas constructivas. Muchas gracias!
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Razones para luchar
RomanceLa vida puede cambiar en un segundo, puedes pasar de ser alguien con una vida plena a dejar de sentir esa vida como tuya. Todos tus sueños, aspiraciones y prioridades pueden cambiar en un abrir y cerrar de ojos. Puede parecer que tu mundo se desmoro...